No me contestan del piso hasta dentro de un par de días así que por lo que pueda pasar, me voy de excursión en busca de segunda opción. El barrio no me gusta demasiado, es territorio comanche, un poco más adentro de donde viví la primera semana, en la zona oscura de Brooklyn, cerca del cementerio. Hasta el metro de la linea J destila otro ambiente, más inseguro, no sé porque.
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Quedo a la espera de que los demás muevan ficha para decidir hacia donde lanzar mi jugada: barrio guay + compañeros tranquilos de mi quinta vs barrio chungo + jardín y chico guapo que me sonríe de más aunque casi pueda ser su madre.
Paso por clase, con la cabeza en mil esferas. La terapia continúa constructiva. Me gusta haber descubierto a esta gente. Espero poder ver todos estos guiones en la pantalla.
Vuelvo a Astoria, el sol se cuela en el metro. Sienta bien ser consciente de vivir una tercera estación en la gran Babilonia.
Cenamos de nuevo las cinco juntas. Me cuentan su andanzas por la ciudad, la experiencia de presenciar una detención en directo en Canal St mientras intentan comprar unos bolsos de imitación a una china distraida, cada vez se sienten más parte de la ciudad, es verdad que es un sitio que te invita a sentirte en casa, porque es un lugar, que en el fondo, no le pertenece a nadie. Les cuento mi indecisión ante los pisos. Carol me recuerda que no olvide cómo cambian las cosas de un barrio a otro. Ya veremos dónde acaba estando mi cuarta casa. Cerramos la noche paseando por el parque de Astoria para que vean la ciudad iluminada de noche. Sigue siendo una postal que me impresiona.
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