lunes, 2 de abril de 2012

día 129 en McSorley's

Travis llega a JFK a las 6 de la mañana, pero la cola de los taxis es eterna, lo que me deja hacer el perezoso durante un rato en la cama. Un ojo abierto y un ojo cerrado, uno duerme, el otro vigila el teléfono. 
Hace tiempo que no nos vemos y me hace especial ilusión encontrarme con él aquí. En su tierra, en los states, aunque en una ciudad que él aun no ha pisado y que a mi ya me considera residente. 
Me avisa y bajo a la calle a buscarlo. Está igual de sonriente que siempre, me gusta la gente feliz. Deja las maletas, lleva casi el mismo equipaje que he traído yo, sólo que el viene para un fin de semana, y nos vamos al Dinner de la esquina a desayunar, en casa aún duerme todo el mundo.

Me cuenta su vida en San Francisco, su trabajo en Palo Alto, el mundo de los nerds del software. Es curioso que ya nada me suena tan lejos ni tan increíblemente de película como me sonaba cuando vivía al otro lado del charco. Es curioso lo relativo que es todo. 

Yo me subo a casa a trabajar un poco, tengo que entregar cosas en clase. Él se pone guapo y mapa en mano se va de excursión. 

Carol me espera al salir de clase que damos con Travis y vamos a McSorley's. El paraíso de la cerveza hecho realidad. Sólo puedes elegir entre rubia y tostada, de fabricación casera, no te puedes permitir usar más de tres palabras o el camarero se va corriendo, el lugar está forrado de madera en todas sus direcciones, alfombrado de serrín, huele a litros de cerveza de hace siglos y auténtica solera de primeros colonos irlandeses. Lo mejor, la cerveza cuesta sólo 5 dólares, pero en realidad cuesta 2,50 porque las traen de dos en dos, las quieras o no. Ahora que lo pienso sería más correcto decir que las estrellan, porque literalmente estampan las jarras, cuantas más mejor, encima de la mesa de madera, creando un pequeño espectáculo de fuegos artificiales espumosos. Las mesas se comparten, lo que tiene también su punto divertido. En el rato que estamos ahí, pasan tres grupos, tres conversaciones que a ratos se comparten a ratos no. Cuando nos queremos levantar nos damos cuenta que tal vez llevamos más cervezas encima de las que creíamos... como tu pides y ellos las multiplican por dos.

Acabamos consiguiendo salir, prometiendo volver otro día. 

Caminamos hasta la 23 y subimos al roof top, Travis no ha visto la ciudad desde arriba aún, y no deja de ser otra buena excusa para continuar la noche. 

Al final nos dan las mil de la mañana, pero es sano divertirse como adolescentes. 

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