domingo, 29 de enero de 2012

día 72 sexo en nueva york a lo pobre

Intento aprovechar la mañana para trabajar, recalco la importancia del verbo, intento, porque finalmente no he conseguido nada productivo. 
Quedo con Carol y con Jo en Chambers, vamos a comer a un restaurante que han descubierto camino al nuevo edificio donde dan clases, ya van 5 mudanzas. La escuela cada vez demuestra más y mejor su eficiencia. 
Kitchenette, que está en el 156 de Chambers St, es un curioso restaurante en el que rebosa el rosa, las cupcakes y la cocina casera con cariño al más puro estilo abuela de toda la vida. Los camareros son muy amables, todos uniformados con pañuelos de colores en la cabeza, y te dejan quedarte, tranquilamente, a reposar la comida mientras te siguen rellenando el vaso de agua.
Comemos muy bien, hablamos durante horas de todo un poco, rematamos con una magdalena de chocolate rellena de crema de cacahuete, recomendación de la casa. Me escapo al baño a hacer unas fotos, teniendo en cuenta la decoración promete toda una experiencia. La visita no me defrauda. Al volver un camarero habla con las chicas, es también actor. Me siento, me mira, me dice que yo no soy actriz, que debo de ser directora porque se nota que pienso. Carol dice para dentro ¿es que nosotras no?, yo me digo ¿tan fea soy?

Con la tripa bien rellena paseamos, un poco sin rumbo, hasta la segunda avenida. El destino está claro, pero no tanto el camino. Tras algún traspiés conseguimos llegar al Anthology film archives una recomendación que agradezco a Miguel, aunque haya decidido revelármela con mil siglos de retraso. Todavía no está abierto, así que nos refugiamos en un bar que está cerca. Hoy es el día del camarero social y la de este curioso local, con aspecto de tasca clandestina de los años 30, oscura y recogida, nos recomienda el vino caliente con especias. Sienta bien, mejor aún cuando nos ponen de regalo la primera tapa que he visto desde que he llegado aquí. El chef os quiere obsequiar con unas crepes dulces, nos dice la alemana que sirve las mesas. Otra sorpresa inesperada que acompaña muy bien el poso del vino. Sin que nos demos cuenta se nos ha ido la tarde.

Antes de volver a casa, me hago socia del Anthology, todo un regalo si eres estudiante.


día 71 saliendo de la ciudad

A las 6:20 de la mañana nos tenemos que encontrar en la esquina de la octava con la 42. Llego un poco antes, lo suficiente como para comprobar que la frase "la ciudad que nunca duerme" es real, aunque en Times Square, con tanto derroche de bombillas, es difícil saber con exactitud qué hora es. 

Estoy contenta, por fín salgo a respirar fuera del hormigón. Nos espera por delante algo más de tres horas de viaje, unas tres horas y media de rodaje, otras tres horas de viaje y, para rematar, otro rodaje en Union Square. El día se promete entretenido y aún ni si quiera ha amanecido.
Aline, Luona y yo hacemos cola en la estación, el autobús está mucho más lleno de lo que pensábamos. 
Esperemos que nadie diga nada cuando a mitad del viaje saquemos el despliegue de  cámara y el acople para el hombro que parece una metralleta con visor.

El campo desde NYC hasta Albany es precioso, plano, nevado, plagado de árboles eternos que estiran sus ramas secas y puntiagudas hacia un sol inexistente. Me invade la paz y las ganas de pasar unos días en alguna de estas granjas. Tendré que enterarme y proponérselo a Carol.
Al llegar a Albany el vacío se manifiesta. Es curioso que este pequeño lugar con aspecto de ciudad de provincias de octava sea la capital del estado. Todo está nevado, poca gente se aventura a ensuciar el blanco de las calles. 
Vamos directas a Corning Tower, el edificio más alto del estado sin contar los que están dentro del perímetro de NYC. Entrar es gratis, otra gran diferencia. Cuando descubrimos, después de preguntar setenta veces, cómo funciona el ascensor, llegamos a la planta 54. La ciudad desde aquí parece aún más diminuta y sosegada, sólo algún coche se desplaza por la maqueta. 
Trabajamos rápido y con el rabillo del ojo siempre puesto en el reloj. 8 localizaciones, en un radio de unos 15 minutos andando desde la estación. Para rematar la jugada del descaro entramos en un restaurante y plantamos el trípode en todo el medio, como si el local fuera nuestro. 
Rodar en Albany es maravilloso.

Con un par de hamburguesas en la mano, que a Aline y a mí no nos ha dado tiempo a comer del todo, volvemos a la cola del autobús, con los dedos cruzados para que suba menos gente. 
La gente se empieza a sentar, todos bien distribuidos y espaciados, aunque teniendo en cuenta que el aire acondicionado está a todo trapo deberíamos apretarnos todos en dos asientos para al menos darnos calor de alguna manera. Nadie se atreve a quitarse el abrigo, ni los guantes y el gorro. 
La entrada a Manhattan es fugaz. Queda algo de sol que regala unos últimos planos a Aline.
 
Ya van muchas horas en pie pero estamos tan contentas con el resultado, con la actuación de Luona, con que no nos hayan detenido por grabar sin permisos, con el viaje, con respirar aire aireado, con... que decidimos regalarnos una cerveza antes del siguiente rodaje. La Stella sienta de maravilla en estas ocasiones.

Cuando entramos en la escuela para encontrarnos con Djibril creo que el cansancio no me deja ya ni recordar bien mi nombre. Recogemos material, chequeamos material, cambiamos material. Chequeamos material, cambiamos material. Chequeamos de nuevo material y de nuevo tenemos que volver a pedir que nos cambien cosas, esto parece el día de la marmota. 
Los actores llegan tarde. Djibril está nervioso. Se supone que rodamos dentro de un aula pero antes de que nos demos cuenta nos la han robado. Bajamos a reclamar y resulta que la escuela se la ha dado a dos alumnos a la vez. Cada vez me gusta más la organización que se gastan.

Resumiendo: devolvemos material, reubicamos fechas de rodaje y cada mochuelo a su olivo. 

Cuando por fin llego a casa no sé si quiero comer, dormir, ir al baño o hacerlo todo a la vez.

día 70 plantón oficial

Me despierto a eso de las 6 de la mañana y el teléfono me sorprende con un curioso mensaje del actor, mandado a las 3 de la mañana. Teniendo en cuenta que a eso de las nueve y media tenemos que estar rodando, el tema no tiene desperdicio. Empiezo la campaña masiva de mensajes, mails y llamadas sin obtener respuesta. 
Con la idílica idea en la cabeza de encontrármelo en el lugar y a la hora pactadas, Carol y yo tomamos rumbo a City Hall, con todos los bártulos a cuestas, parece que vuelvo a trabajar con gipsy producciones S. L. 
Aline y Carol aguantan estoicamente el frío junto al metro en la parte baja del downtown mientras yo sigo llamando, buscando a Stewart desesperadamente. Una hora después decidimos recuperar los dedos de las manos y los de los pies, entramos en una cafetería y nos bebemos tres tés con leche, a pequeños sorbos. Cuando el vaso está llegando a su fin te empotran la cuenta en la cartera y te dan un potente puntapié para que llegues más rápido a tu destino. 
Tres horas después, decido abandonar mi optimismo y asumir que el actor simplemente no va a aparecer. Nos vamos las tres a casa, nos comemos un plato de lentejas, que dejé hechas ayer por la noche, y gestiono tener otro actor para el viernes.
Antes de que se marche el sol nos vamos a la calle a tirar unos planos recursos. La cámara de 16 que nos han dado para este proyecto no funciona. Definitivamente no es mi día. Decido volver a cambiar más cosas. El corto arranca mal, pero el día no ha acabado. Descubrimos que en el súper venden Estrella de Galicia de importación. Subimos a casa y nos damos a la fusión: cerveza spanish y perritos calientes made in USA. Acabamos medio pedo, por no decir entero, exaltación de la amistad, risilla adolescente y a dormir como mantas que mañana ya será otro día... aunque me queden unas cuatro horas para tener que estar de nuevo en pie.

viernes, 27 de enero de 2012

día 69 ola polar

Me levanto temprano y salgo de nuevo a la caza de localizaciones. Es una buena manera para engañarte, pasear y conocer la ciudad. El frío es exagerado. Tengo la mala idea de hacer transbordo porque sospecho, equivocadamente, que hará menos frío dentro que fuera del metro. Mi sorpresa es gigantesca cuando compruebo que en el anden, donde tengo que esperar unos veinte minutos porque es domingo, por la mañana y víspera de festivo, sólo estamos el hombre de la pala y yo. La mitad del andén está literalmente congelada. El hombre de la pala rasca con esmero para que los viandantes no se den al patinaje artístico improvisado y acaben confraternizando con las ratas de las vías.

Por cierto hay una curiosa pagina web que organiza concursos de fotos de ratas en el metro de ny, pero bueno esto es otra película.

Salgo en City Hall, llevo leotardos, dos pares de calcetines, dos camisetas, una sudadera con capucha, gorro, bufanda, pantalones, abrigo y dos pares de guantes. Aún así el viento me corta la poca carne que queda al aire. Paseo hasta Chinatown por Church Street. Cuando aquí hace viento, hace viento. Las calles son tan amablemente rectas y anchas, que las ráfagas pueden hacer que te vueles tú y un camión de reparto de la Coca Cola. Intento caminar rápido y respirar poco para que no se enfríen los pulmones. Por si las moscas le voy mandando a Carol mis coordenadas para que avise a un comando de rescate si no aparezco en casa pasadas unas horas.



día 68 descubriendo a Scott

Cambio de planes. Reescribo todo y decido rodar en el parque de Astoria. Se está convirtiendo en un fetiche, pero me encanta la paz que tiene, el espacio se comparte apenas con cuatro ardillas, dos perros y un corredor.
El ambiente residencial suburbano del barrio también me ayuda a contar esta historia que me sirve de terapia. 
El paseo, tranquilo y solitario, será el frío o la hora, me ayuda a aclarar cosas de la ficción y de la realidad. El parque está desierto esperándome. Los árboles me saludan moviendo las ramas y una ardilla se acerca a ver si le cae algo, lo siento amiga, no llevo cacahuetes en el bolsillo. Lo hago con calma, saco fotos y tomo notas. Tener el East River enfrente aumenta la humedad y la sensación térmica se dispara. Me siento como una vieja con los huesos mojados y unos tornillos que me recuerdan que están ahí.
Cuando ya he respirado suficiente me aventuro a Manhattan. Bajo hasta Chinatown que, como siempre, me regala su particular explosión de luz y color. Las calles están más llenas que de costumbre, sus habitantes se preparan para el año nuevo, creo que es la única cosa que los occidentales hacemos antes que los chinos.
Me quedo sin luz. Redirijo mi paseo hasta la 8 y paso por la tienda Lomo a comprar carretes. Carol está rodando con la que se ha confirmado definitivamente como la loca de los gatos de los Simpsons. Me mantiene a la orden del rodaje, sus mensajes no tienen desperdicio, organización, diálogo y comprensión reinan en el set. Hago tiempo para esperarla y volver a casa con ella. 
Camino hasta la 23, me acuerdo que hace tres días que llevo encima un paquete que tengo que entregar y decido que es el momento ideal. Una llamada de teléfono y estoy en un penthouse de la 23, un dúplex con ascensor aunque el edificio sólo tenga cuatro plantas. Las ventanas a la calle regalan unas vistas curiosas. Conozco a Scott, un poeta tejano de unos 60 años, todo un personaje en todos sus aspectos. Hablamos de política, de arte, de literatura y de cine. A veces me pierdo porque su inglés es rápido y rico en matices. Me habla de su nuevo libro que sale a la venta a mediados de febrero. Disfruto de las dos horas que estoy sentada en el sofá de su salón, me siento un personaje de pueblo recién llegado a la ciudad dentro de una película de Woody Allen. Codearse con intelectuales que llevan más de 30 años en la capital del mundo aporta una nueva visión a todo. Antes de marcharme me regala dos tarros de mermelada casera hechos en un monasterio del norte, un cuaderno mágico y una mandarina para el camino a casa. 

La vida no deja de sorprenderme.

El rodaje de Carol se ha anulado.


día 67 buscando sillas

Salgo a localizar con poco éxito. Quería rodar en las mesitas que ponen en el flatiron pero con el frío soplando y la nieve acechando, están apiladas y candadas. Tengo que replantear el guión y buscar nuevo lugar. Volveré a las mesas en primavera. Recuerdo el segundo día que pasamos aquí, está lejano y borroso, pero estábamos sentadas, con un té inglés con leche en vaso de plástico, disfrutando de un día de sol que pedía manga corta, con mil sueños e ilusiones, siempre mirando hacia arriba, a la sombra de este curioso edificio que parece una porción de queso curado.
Camino por la quinta, desde la 23 hasta la 42. El paseo ya es más que familiar, aunque siempre hay algo nuevo. Ahora que miro a pie de calle descubro los locales de souvenirs que interrumpen el glamour de esta avenida con sus estatuas de la libertad de plástico y sus camisetas de I love NY. 
Llego a la Public Library. En la puerta, las mesas y las sillas siguen intactas, deseando que alguien las use. Un cartel gigante avisa de todas las prohibiciones que las acompañan. Aquí tampoco puedo rodar. 
El frío se transforma en nieve, pequeña, finita, copos destinados al olvido pero presentes en este instante. Caigo en la tentación de recuperar la temperatura corporal y entro a sentarme en la sala de siempre. Está más llena que nunca. Estudiantes, lectores ocasionales, turistas y vagabundos comparten el espacio en busca de refugio. Me siento frente a una mujer que duerme sobre un libro. Intento escribir y me distraigo. Pienso en Carol que está rodando en la calle, el plano nevando tiene que ser bonito, aguantar el frío no tanto. 

lunes, 23 de enero de 2012

bonustrack por el retraso

En esta ciudad, y probablemente en todo el país, hay una serie de cosas que me cuesta entender:

Se permiten hablarnos sobre el cambio climático y tienen la calefacción y el aire acondicionado encendidos a la vez, se compensan en busca de la temperatura deseada. 

El papel del baño no tiene termino medio. El de una capa es sustitutivo del clásico rizla naranja y para momentos de emergencia es ideal para liar un cigarrillo. El de dos capas es más bien una toalla del teletienda o un papel de cocina ultra absorbente en miniatura. Se puede comprar en paquetes de 1 rollo, de 4 o de 16.

El cubo de basura es algo que aún no se ha inventado. Hay calles que acumulan bolsas, azules o negras, como si fuera una exposición de arte vanguardista. Otras, como la nuestra, tienen callejón destinado a los despojos. Aquí te obligan a reciclar pero tú tienes que dejar todas las bolsas en el mismo sitio, como no existen los cubos no existen los colores. Cuando el camión de la basura pasa lo echa todo a la misma saca. No deja de ser curioso que todo el mundo en casa lo meta en tres bolsas distintas.

Los ascensores son el artículo más codiciado, algo de ultralujo reservado al Empire State, el Top of the Rock y el downtown de cartera prominente. El mundo de los suburbios, léase el resto de la ciudad, no ha visto uno ni sabe lo que eso significa. El metro también dispone de una tremenda red de ascensores y escaleras mecánicas, si no me equivoco son unas 5 las estaciones que tienen uno integrado.

Las familias pequeñas y los solteros no existen o no compran en los supermercados. Las botellas de leche son de 4 litros, las de zumo de 2, los paquetes de azúcar de 5 kilos, las tarrinas de mantequilla dan para un año largo... sin embargo la miel la compras en frascos de pintauñas, eso sí, con forma de oso.

Tienen un mar enorme enfrente y dos ríos del tamaño de España pero la palabra pesca aún no ha entrado en su vocabulario. Sólo se consigue salmón o algo parecido a las carpas del Retiro, con una etiqueta que te avisa: "previamente congelado, procedente de Costa Rica o Japón", que se ve que están al lado. 

El café cuanto más grande más malo. Los tanques del Starbucks y derivados no tienen familia ni en sudamérica ni en África, creo que en el fondo ya ni recuerdan que salen de un grano molido. Existen en dos versiones o están tan calientes que tienes que esperar un cuarto de hora si no quieres aventurarte a perder la lengua o te lo bebes congelado con más hielos que el polo norte.

Siempre que pasas por la puerta del Dunkin donuts o hay un policía dentro o hay un policía saliendo o hay un policía entrando. Al menos las películas dicen la verdad en algo.

Si llueve, nieva o diluvia nadie se inmuta. La ciudad sigue siendo un hormiguero que exhala bocanadas de gente en todas las direcciones.

Cuando dejas de caminar por la calle mirando hacia arriba subes un escalón, asciendes de turista a residente.


día 66 cervezas en Union Square

Las pulgas parece que remiten, por si las moscas la habitación de Sana está en cuarentena. La puerta está cerrada, como si la hubiera precintado la policía, ninguna entramos, esperamos que ellas no salgan.
Tengo una reunión con mi equipo para ver las fechas de Djbril y para cuadrarnos con otro equipo porque nos vamos a intercambiar por un par de días. 
Aline y yo, como siempre, hablamos un poco de todo, como decimos Carol y yo, de Falete a la Constitución. 
Carol tiene un ensayo en Union Square con Chiara, empieza a rodar con ella este fin de semana.
Aline y yo nos vamos al Coffee del otro lado de la plaza a esperarla. No sé por qué este lugar se llama así, en realidad es un antro oscuro y largo con una barra que serpentea, como la de los trenes de alta velocidad de la Renfe. Esperamos a Carol tomándonos una cerveza, que se transforma en varias a medida que su ensayo se alarga. Qué bueno es disfrutar de una Newcastle mientras descubro la verdadera Suiza, ¿sabíais que en navidades tienen gente de seguridad en los puentes para que nadie manche con un salto mortal unas fechas tan señaladas? ¿o que en todas las últimas plantas de los parking hay una cabina que conecta directamente con el teléfono de la esperanza? Yo creía que sólo había banqueros y relojes y resulta que es el país con la tasa más alta de suicidios. No lo digáis por ahí, que no quieren que se sepa.
Cuando Carol aparece estamos bastante animadas, su ensayo ha acabado siendo un poco desastre, la historia apunta malas maneras, la loca de los gatos, su compañera en escena, empieza a revelarse como una pesadilla.

Por cierto, se me olvidaba, Carol me ha regalado una rosa, sé que intenta animarme... menos mal que está aquí conmigo.

día 65 el ataque de la pulga elefante

Sana ha descubierto que las ronchas raras que tiene en el cuerpo se deben a una especie de pulga. No deja de ser curioso que se hayan aposentado en su cuarto y que hayan decidido no salir de su palacio bajo ninguna circunstancia. Siempre tenemos todas las puertas abiertas y podían haber campado a sus anchas como auténticas ocupas, pero han preferido respetar las líneas fronterizas.
El súper del edificio ha venido y se ha limitado a mirar y darnos un spray que podríamos haber comprado nosotras solas en el CVS, pero parece más profesional todo si te lo dice alguien que tiene menos acento americano que tú. 
Mudanza hacia fuera y hacia dentro, colchón desinflado y de nuevo gitanerío por toda la casa. Cuando por fin veo lo que Sana llama bedbug descubro que es más grande que una canica. ¿Qué comen aquí los animales para convertirse en engendros gigantescos? 
Bajamos a la laundry con la primera tanda de ropa. Instrucciones de uso: lavado a supertemperatura más secado al estilo desierto recocido. Resultado esperado: cementerio de bichos bola. Paseamos un poco por el barrio mientras tanto. Hace frío y chispea, pero un poco de aire cuando hay agobio siempre es sano. 
Sana se muda a la habitación de Carol, cenamos y caemos rendidas antes de decirnos buenas noches.

Nota para futuros residentes: sean ustedes conscientes de que en esta ciudad las plagas de pulgas, cucarachas, ratas y demás alienígenas están a la orden del día.

día 64 empiezan los despliegues

Intento trabajar por la mañana, de nuevo hago terapia con el cine y empiezo a cerrar un proyecto que me sirva para arreglar algo en mi cabeza. Cuando la vida no me deja entender algo, la ficción me ayuda a recomponerlo. No siempre acierto, no es verdad, es mentira, el cine siempre es mentira, pero la delgada línea que lo separa crea un vínculo que agradezco.
Quedo con Carol a su salida de clase, que hoy está también en Union Square. Me cuenta que, ahora que ha respirado el halo rancio que desprende, este edificio no le gusta. Hablo con Stewart, un actor de su clase para que esté también en el rodaje. Me dice que sí y ajustamos fechas. Ellos están disponibles el lunes y el viernes, adjudicados días de rodaje.
Subo a clase de dirección, la gente termina de contar sus proyectos y el señor profesor asiente, creo que está repasando la lista de la compra mentalmente, no parece decir nada coherente a nadie.
Al salir nos juntamos Djibril, Aline y yo para empezar a cerrar las fechas de trabajo. 
El frío amenaza pero el calendario se promete llevable.

miércoles, 18 de enero de 2012

día 63 arranca el invierno

El frío se va haciendo poco a poco insoportable y, sin embargo, la gente de aquí sigue atreviéndose con el pantalón corto y las chanclas. No puedo evitar que me mosquee un poco. ¿Se supone que a 5 grados bajo cero todavía no hace frío? ¿De verdad esto todavía no ha empezado? ¿Cómo  vamos a sobrevivir si la gente de aquí aún no usa la ropa de abrigo y nosotras ya llevamos puesta toda la maleta a la vez?
En la escuela han decidido, teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas, que hoy es el mejor día para hacer los test de cámara de la digital. Cinco horitas en la calle bajo un sol que está encendido en opción de ahorro energético.  Una vez más muestran el desarrollo avanzado de la inteligencia o simplemente optan por intentar que toda la clase se ponga mala a la vez. Aún no sé con qué opción me quedo. Sólo sé que de pie, parada, a unos diez metros de la cámara, esperando a que mi compañero haga foco, con los guantes, el gorro, la capucha, los leotardos térmicos, las botas, soportando el viento, rebelde, congelado y castigador, estoy perdiendo mi cerebro.



día 62 manteniendo la cabeza ocupada

Jo, una chica sueca del programa de acting de Carol, nos ha invitado a comer. Salimos tarde porque vuelvo a malgastar mis energías intentando entender algo que no tiene explicación.
Jo vive cerca de Myrtle Wyckoff Avs, en la línea L, el Brooklyn que queda un poco más allá del paraíso gafapasta de Williamsburgh. El barrio es agradable y colorido, se agolpan los establecimientos de comida latina y las tiendas de 99 cents, hay vida en la calle y las casas bajas ayudan a recordar que el cielo existe. 
Hablamos un rato sobre cine, repasamos el norte de Europa y sus posibilidades, nos tomamos unas cervezas y nos reímos. 
En la casa en la que vive impera el kitsch allá donde mires. Millones de figuritas se dan de codazos por encontrar su hueco, la decoración navideña inunda todo de gnomos y demás seres, al estilo Tim Burton, que intentan captar tu atención saludando cada vez que repasas distraído un estante. 
Nos sentamos a comer, en los platos hay dibujados arces que nos miran cara a cara. La lasaña está deliciosa y los pimientos asados me saben a casa. 
Reposando el té empieza a llegar gente. Son 6 actrices a lo Pirandello, en busca. Me quedo en una habitación trabajando con Carol y su compañera de escena Khrystyna. Después de una hora larga la cosa cuadra bastante bien. Carol procesa rápido y sola, Khrystyna necesita entender y encajar cada movimiento, cada sílaba, viene de un teatro académico y reflexivo, es interesante enfrentarte a ella porque pide que la moldees y se deja transformar como un bloque de plastelina. Espero que ahora Carol pueda disfrutar más de su escena.
Pasamos a otra sala y Jo y Janiela trabajan con una secuencia de Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Mi cabeza vuelve a esa joven Andy Macdowell que parecía comerse el mundo con sus maneras de clase alta y su sonrisa discreta. 
Le damos vueltas a todo hasta las 7 de la tarde, es bonito trabajar con gente que tiene ganas, que escucha, que lucha.

Dicen que para no pensar lo mejor es mantener la cabeza ocupada... empieza a funcionar.

jueves, 12 de enero de 2012

día 61 reencontrandome

Cuando la gente te decepciona la vida te intenta sonreír. Cuando caes en la desesperanza el sol no deja de brillar. Tal vez sólo quieren recordarte que si una cosa acaba no has llegado al final, que aún tienes que seguir caminando. 

Necesito salir de aquí. Voy a la lavandería que está más llena que nunca, pero en la calle hace calor, en la radio suena jazz y la luz me hace cerrar los ojos y dejar de pensar. Qué sano es a veces el vacío. 

Dejo las cosas en casa y me voy a Manhattan, a regalarme una ilusión y un sueño: ver Pina y escuchar de cerca a Wim Wenders. 
Hace unos años, bastantes, mi madre me llevó al cine a ver una película que cambió mi vida. Los fines de semana de mi infancia y preadolescencia solíamos compartir ese momento. El rincón preferido de mi recuerdo es el Alphaville, detrás de la plaza de los Cubos, en la calle Martín de los Heros. Esa sala llena de encanto ahora se llama Golem, y aunque programan más o menos lo mismo, ya no tiene la misma magia. 
Más o menos en el año 95, Antonioni y Win Wenders me abrieron la puerta, el camino que se insinuaba al otro lado se llamaba Más allá de las nubes. Un joven John Malkovich buscaba historias cruzando las calles de Europa, apuntando con su cámara de fotos, un auténtico cazador furtivo, hambriento e insaciable. Nunca me había cruzado con algo tan fascinante como eso. Nunca había sentido un amor a primera vista tan potente, por fin sabía cuál quería que fuera mi vida, y aunque no llegase a ser capaz ni de rozarla no pensaba dejar de intentarlo. 
La película es de visionado obligatorio, aunque no resulta demasiado fácil conseguirla merece la pena la búsqueda para escuchar las reflexiones de la voz en off del personaje de John .

Ver a Wim Wenders de cerca, notar cómo se rompe y se abre antes de hablar, me ha recordado que me gusta vivir y que me gusta luchar. Gracias Wim, por devolverme la ilusión sin saberlo.


miércoles, 11 de enero de 2012

día 60 perdiendo el suelo

Los reyes me han traído dos regalos, uno que me ha hecho sonreír y otro que no. 

El segundo regalo me esperaba sobre la bota en el pasillo. Una nota, enrollada a modo de pergamino y atada con un lazo de colores, me ofrecía un cheque regalo para una comida en el Seafood, lleno de dibujos hechos con rotus de colores. Carol es maravillosa y sabe hacerme sonreír cuando más lo necesito. 

Aunque primero llegó el desagradable, lo que resultó ser la muerte de una crónica anunciada que no había visto venir. Tras nueve años de vida de casada, sin estarlo, a 6000 kilómetros de distancia de lo que ya no es mi casa, me he quedado sola. Aún no he entendido por qué, tal vez no lo entienda nunca, tal vez ni siquiera me haga falta entenderlo pasado un tiempo. 

Cuando la distancia quiere ser dura puede ser tremendamente indigesta. 
Cuando Nueva York te recuerda que estás lejos de lo que necesitas puede ser muy gris.
Cuando das por hecho que alguien siempre estará a tu lado puede sorprenderte desapareciendo.

día 59 de nuevo momento comediante

Cinco horas de dirección, con el señor profesor que tenemos, un hombre-niño casi albino, adicto al cafefrappe avainillado del Sturbacks, con más años que ideas en la cabeza y casi con más testosterona que gestos quinceañeros american pie por minuto. Hace que uno se piense dos veces si va o no a clase.
Pero como he pagado por esto y me propongo mantener el listón alto de marisabidilla europea, seria y seca como un ajo y auténtica chinche tiesa ante sus chistes soeces, no pierdo la ocasión de ser la única que no enseña los dientes en su clase. 
Esta vez no se atreve a criticar mi ejercicio, todo un detalle por su parte. Vamos ganando en odio mutuo, pero dentro de eso nos respetamos cada uno a su manera, yo no le doy bola, él nunca pone dos veces mis ejercicios, cosa que sólo hace conmigo. Tampoco la gente comenta nada. Hoy es él el que dice que nadie abre la boca por envidia. No sé si eso me gusta teniendo en cuenta que viene de él. 
La clase acaba antes de tiempo, se le ha debido de agotar el set de tarjetas de cartón con chistes. Nota mental (que se traspapela de su voz en off): la próxima vez preparar más espectáculo por si las moscas.

día 58 ¿por qué se empeñan en que las acuarelas parezcan oleos?

La vida en Nueva York puede ser muy estresante. La gente que conocemos que se ha ido nos lo confirma. Aquí como giras con la pelota te olvidas de que las horas del día no se pueden multiplicar, de que correr no es una condición obligatoria para respirar.
Vuelvo al horario excesivo, hoy con más cosas en la cabeza de las que me gustaría, pero la primera hora me brinda una clase que por fin me gusta. Un momento creativo, un instante, que me hace olvidar y reír, me vuelve a despertar. Las dos horas y media de guión me saben a poco, más aún cuando compruebo que de este ciclo es la última. Tendré que esperar hasta marzo para reencontrarme con ellas.
La clase de dirección me empuja a ser indignada de puño en alto, reclamando que en el mapa del mundo no sólo existe Estados Unidos, que el mundo es grande, gigantesco y precioso en sus diferencias. 
Para culminar el día tengo otras cinco horas de cámara, esta vez inmersión en el mundo digital. Me paso todo el tiempo preguntándome por qué no usamos cada herramienta para lo que está hecha, por qué no jugamos las cosas a favor de obra. No entiendo por qué nos enseñan cómo ajustar todos los menús para hacer que la imagen digital parezca imagen de cine. Que curiosa es la palabra parezca, divago un rato sobre ella. Cuando vuelvo a clase ya hemos terminado porque el profesor se ha perdido en los menús y decide que mejor nos lo explica el próximo día. 
En el metro de camino a casa se juntan los teléfonos androides, los bostezos, los iPad y las cabezadas. Parece, al menos, que el día es largo y espeso para todos.

día 57 hoy sí odio la vuelta al cole

Vuelta a la rutina, al metro a las siete y media, a la insoportable levedad del ser con su maravillosa sensación térmica, según nos informa el teléfono de veinte grados bajo cero. 
La mañana arranca con las proyecciones de los ejercicios de continuidad. El profesor se destapa del todo como adolescente tardío a sus pasados 40 años. Se dobla los ejercicios de los alumnos como si estuviera sentado en un bar bebiendo cervezas con sus amigos. Los chistes desagradables se multiplican a la vez que la risa de los borregos de clase aumenta. Aline y yo parecemos las únicas que nos damos cuenta de la estafa del traje nuevo del emperador. Pasadas 3 horas y media de clase la única conclusión a la que he llegado es que él la tiene más grande que nosotros, frase literal que se suelta en un momento bastante oportuno.
Pedimos hora de montaje y salimos a comer. Respirar nos sienta bien, ponemos en común la vergüenza que hemos sentido ante la clase que hemos tenido. Es sano al menos ver que lo compartimos, que no formamos parte de la masa que sigue el viento sople hacia donde sople.
Volvemos a la oscuridad del sótano de la tercera planta, y termino sin terminar mi segundo ejercicio. Hay cosas que siguen sin convencerme, pero teniendo en cuenta lo que van a hacer el día que lo pongamos para criticar. Aquí os lo dejo, seguro que con vuestras críticas puedo aprender más. 

día 56 de retiro espiritual

Carol y Jose se van de paseo por un lado de la ciudad. Sana y Asma lo hacen por el otro. Me quedo sola en casa, como Macaulay Culkin, aunque ni corro por los pasillos ni pongo trampas para ladrones. 
Intento trabajar pero me cuesta, mi cabeza está dispersa, demasiado ocupada con otras cosas estos días.
Me hago la comida y descubro que aquí las cajas de huevos vienen con instrucciones de uso. 
Por la tarde va apareciendo gente en casa. Carol y Jose han subido al Top of the Rock, las fotos dan envidia, tendré que ir a verlo. Sana y Asma han comido en familia y vienen contentas, también es algo apto para la envidia colectiva. 

lunes, 9 de enero de 2012

día 55 el frío de año nuevo

Las navidades se acaban rápido y tajantes. Desde el día 29 de diciembre empieza a estar sembrada la calle de árboles de navidad que ya han perdido su función. No termino de entender por qué los cortan de cuajo y convierten los barrios en cementerios forestales. Hoy los muñecos de los jardines se desinflan. La vida aquí va rápido y no espera a nadie. 
Intentamos dormir pero como siempre nos despertamos antes de tiempo. Estamos cansadas, creo que empezamos a ser mayores aunque no queramos admitirlo. 
Salimos a la calle a que nos dé un poco el aire. Comprobamos el megamillion y seguimos siendo pobres, hay cosas que no cambian. 

día 54 se acaba el año

La mañana pasa deprisa, compro comida, una botella de vino y otra de champagne. Paso por la tienda de segunda mano y hay un vestido esperándome. Me queda como un guante aunque parezco Miércoles, de la familia Adams, así que dos por uno, ya tengo traje de carnaval.
Este año toca entrada y salida de año doble, a ver si se multiplica también la suerte.
A las 5:45 en punto estamos listos frente a los ordenadores, Carol conectada con su familia, yo con la mía a un lado de la pantalla y TVE al otro. Ver a Mota y a Igartiburu desde aquí hace que me resulte más pintoresco que nunca. Sana, Asma y Jose están pendientes, cada uno con su bol de uvas. Yo me pongo nerviosa como todos los años, es el único momento de las navidades que me gusta, saber que voy a vivir uno más siempre me hace ilusión. Nos comemos las uvas un tanto desincronizados, el Skype lleva menos retraso que la tele, cuando en nuestras casas van por la quinta, Mota canta la primera. 
Después de comernos las uvas, que aquí son más fáciles porque no tienen pepitas, nos besamos y abrazamos en esta nueva minifamilia que tenemos. 
Yo lloro un poco, como todos los años. Echo en falta la canción de Mecano "otra vez el champán y las uvas y el alquitrán..."
Presentamos a nuestras familias de pantalla de ordenador a pantalla de ordenador por el Skype, vamos ganando en surrealismo, y eso que aquí son sólo las 6 de la tarde. 
Cenamos todos juntos. La sección argelina se queda en casa, la sección española se va de fiesta.
Llegamos al Centro Español media hora antes de que empiece la cuenta atrás oficial en estas latitudes. Hay Estrella de Galicia y el patriotismo nos invade. Vemos en pantalla gigante, y con menos euforia, el cambio de año oficial, que tiene lugar en Times Square, a pocas manzanas de donde estamos. Aquí cuentan 10, después del 1 dicen happy new year y cada mochuelo a su olivo. Nos parece muy soso y echamos de menos un auténtico momento de charanga y pandereta. Debería sonar Paquito el chocolatero, pero no suena.
La fiesta, como siempre, la acabamos haciendo nosotras. Cuando se va el plasta del súper del edificio, y desaparecen las soporiferas rancheras, la música acompaña y bailamos como si no hubiera mañana. Suenan los Beatles, Soul al más puro estilo Detroit y algo de ese primer Rock&Roll que es mágico. Jo no deja la pista de baile tampoco. Se nos acaban uniendo un grupo de auténticos newyorkers, que por fin podemos confirmar que existen.
La fiesta termina con churros y chocolate que, aunque parezca que están hechos hace un mes, los disfrutamos como si los acabáramos de comprar en la puerta del sol. 
A eso de las 6:30 llegamos a casa reventados después de 12 horas de celebración, otro año más a la lista.

Feliz año a todos.

viernes, 6 de enero de 2012

día 53 la fiesta de pijamas

Tengo día perezoso, hace frío decido quedarme en casa, ahorrarme el turisteo y trabajar un poco. 
Después de comer bajo a Manhattan a comprarme mi regalo de reyes. La Lomokino ha llegado a mi vida!!! 
En el camino de vuelta descubro una tienda que vende café en grano, es mi otro regalo, café de Etiopía recién molidito. Por fin un café como toca y no un agua coloreada. Qué ganas de desayunar mañana.
Tenemos cena familiar Jose, Asma, Sana, Carol y yo, con sobremesa de helado y charla en el salón del té. 
Nos metemos en la cama, apagamos la luz y nos mandamos mensajes por el WhatsApp de colchón a colchón en la misma habitación. Nos da el primer ataque de risa de la noche, parecemos dos auténticas quinceañeras. Cuando conseguimos serenarnos y decirnos buenas noches se abre la puerta, y Sana entra sigilosa a decirnos que su colchón se ha desinflado entero por arte de magia. El ataque quinceañero vuelve a nuestras vidas, y se multiplica cuando ya somos cuatro apretadas en dos colchones. Nos cuesta dormirnos un siglo porque cada vez que llega el silencio alguna vuelve a reírse y todas vamos en cadena. Muy rejuvenecedora la noche, durmiendo de vuelta con mi mujer, reduciendo el espacio, esta vez en un colchón de 90.   



día 52 turismo congelado

Salimos temprano con Jose. La intención es seguir el río desde el puente de Queensboro hasta el de Brooklyn. Ya salimos con la mosca detrás de la oreja, Jose dice que en el plano parece cerca, a mí me parece más largo que el camino de Santiago.
La Primera Avenida a esta altura es preciosa, son todo casas de diplomáticos, con su jardín privado con vistas al East River. En la puerta esperan los coches con sus chófers sentados, que desde la tranquilidad de su burbuja nos saludan. Carol ha descubierto que quiere que sea su barrio. Yo creo que con suerte podemos venir a limpiar alguna alfombrilla. El frío va subiendo y mezclado con la humedad hace difícil aventurarse a sacar los dedos del guante para hacer una foto.
Seguimos la primera, a ratos paramos para ver el río que tiene un ancho espectacular y un color verdoso sospechoso. 
La ONU es curiosa, con su colección de banderas trinchadas en la puerta, con su cola de turistas, con sus carteles de prohibidos los líquidos. 
No entramos, pero algún día lo haré que aquí te dejan sacarte sellos con tu cara, que sirven igual que los de verdad.
El frío es tan mortal que decidimos parar a tomar una sopa y recuperar el aliento. La htc nos informa: sensación térmica -15 grados. 
Recuperado el aliento retomamos el camino, ellos convencidos de llegar andando al puente de Brooklyn, yo convencida de que si llegamos será de madrugada. 
La Primera Avenida va perdiendo su glamour y de repente podemos rodar urgencias. Diez hospitales en fila india, cada cual más alto. Un laberinto lleno de ambulancias, sillas de ruedas, camillas. No resulta muy turística la zona, pero sí es curiosa.
Llegados a este punto, viendo fuentes congeladas, y que en el plano no hemos avanzado ni la mitad de la distancia entre el puente de Queensboro y el de Williamsburg, lo que quiere decir que aún nos quedan tres puentes para llegar al de Brooklyn, decidimos coger el metro para poder llegar a verlo con luz. 
Cruzamos el puente andando, al principio haciendo mil fotos, pero la mano se va congelando por el camino. Aviso para navegantes: mejor caminar por el puente un día que no haya mucho viento, y a ser posible que tan poco haga mucho frío.
Ya en Brooklyn volvemos a necesitar algo caliente. Por fin me decido a probar la hot apple cider, el caso es que está buena, más que a sidra sabe a relleno de pastel de manzana, a lo alemán con su canela y todo. Da la sensación de que calienta más que el Neskuik, al menos tarda un poco más enfriarse.