martes, 27 de marzo de 2012

día 124 de cultura a deporte y tiro porque me toca

El despertador suena antes de que me apetezca escucharlo. Ducha, desayuno y nos vamos a la calle. En la esquina del edificio Acrópolis recogemos a Patricia y Antonio. Ponemos rumbo a la hispanic, un museo fundado por uno de los grandes magnates que creó esta ciudad gracias a su obsesión hacia lo español. El edificio por fuera intenta recordar a los nuestros con sus siglos de historia y sus altas columnatas, lo único es que aquí sabes que el polvo es atrezo y los años fingidos, pero merece la pena, cuenta con una colección amplia, un Goya te recibe en la puerta para que te quede claro que la cosa va en serio. 

Allí nos juntamos con Aline y Francesco que se apuntan a la charla sobre la colección de fotos de España que tienen, sacadas casi todas por Ruth, una mujer americana que se aventuró a cruzar nuestro mundo entre los años 20 y los 40. Lo malo es que no podemos ver sus fotos, sólo tienen archivos, no exponen, pero algo es algo. Es curioso oírles hablar de nuestro país, parece otro.

Comemos en la Perla, un dinner que hay al lado, que sirve brunch, esa cosa sofisticada que en realidad es un desayuno potente trasnochado. Como buenos mediterraneos estiramos la sobremesa todo lo que podemos.
Antonio tiene que ir a cubrir un partido de los Nets al Prudential. Creo que la conversación empieza por, ahí suele haber entradas baratas de última hora y termina yendo a Times Square a comprarlas.

Cruzamos de estado, por fin. Te subes a un metro y sin darte cuenta ya puedes usar un arma, existe la pena de muerte, el matrimonio gay no es legal... 

Salimos de la estación de Newark y se cumple la premonición de Antonio, parece que estamos en el piloto de Walking Dead. 

Las entradas que hemos conseguido están genial, en zona pseudo VIP, con baño al lado. Eran de 190 y nos han costado treinta y pico con las tasas. El partido no es lo más los Nets de New Jersey contra los Rockets de Houston, pero es NBA al fin al cabo. La yuxtaposición del circo romano elevado al mundo multimedia. La gente está más atenta a verse en la pantalla gigante, que a lo que pasa en la pista, aplauden más a las cheerleaders que a los jugadores. Cada vez que hay tiempo muerto sale la mascota, un zorro llamado Slay, y la minimascota, un mini zorro llamado mini Slay. Todo muy elaborado. Bailan también en el centro de la pista. Hacen un concurso de llevar bolas en palas de sacar pizza de un lado al otro del campo, sacar a niños a bailar, tiran camisetas con pistolas de aire comprimido, piden que la gente haga ruido y sacan un medidor, cuando el equipo contrario coge la pelota, los Rockets, meten insertos de música para despistarlos, rollo la familia Adams y cosas así.  No me da de sí el cerebro para tanto mejunje. Increíble, no tengo palabras para el derroche de showbusiness que tiene aquí lugar, a ratos hasta te olvidas de que esto en realidad va de baloncesto. 

Carol se lo disfruta, ella mira el partido, entiende las jugadas. Yo no puedo cerrar la boca. Mientras el hombre que vende pretzels no para de subir y bajar las escaleras con la caja colgando del cuello. 
Cuando acaba el partido Antonio nos informa que hemos presenciado una de las mejores jugadas de la temporada, aunque los Nets no hayan ganado. 

De vuelta a la estación, la población de walking deads ha aumentado.

domingo, 25 de marzo de 2012

día 123 no toques más Sam

El día transcurre rápido y pensativo. Me acompaña un cómic que devoro con ganas. 
Carol viene a buscarme a la puerta del cole. Ha paseado por Manhattan en busca de regalos, al final ha escogido una de las mejores opciones que existen: vinilos. Qué románticos ellos. Cuando llegué aquí pensaba llevarme miles. Ahora que no tengo casa creo que no me llevaré ni uno. Paseamos, el tiempo acompaña. Empieza a oler a primavera. La gente, discreta, se empieza a desprender de los abrigos negros encapuchados hasta la rodilla. Las plantas amenazan con tener en algún momento próximo algo más que ofertar a quien las mira.
Pasamos por la biblioteca de Queens y cogemos unas pelis. Preparamos la cena y algo cansadas nos sentamos a ver Casablanca. Noto que la cabeza pierde la gravedad a ratos. Creo que la de Carol también. Lo siento Bogart, hoy no es el día.

dia 122 primer encuentro con Mister D

Las piernas doblan un poco más, ya no soy un playmobil. 
Desayuno y a clase. Estoy enamorada del espacio de este edificio. Quiero una casa así, con cristaleras enormes por las que se cuela el sol, con un paraíso de hormigas a los pies desde el silencio de la altura (no olvidemos que está en pleno meollo de Broadway), con techos altos y blanco infinito. ¿Por qué no tenemos nosotras un loft así en Nueva York? ¿o en Berlín, o en Copenague, o en...?
Conozco al profesor de elementos de narrativa. Lo primero que nos dice es cual es su nombre para a continuación decirnos que si nosotros nos queremos dirigir a él le tenemos que llamar por su apellido y no olvidar precederlo de la palabra Míster. Distancia de entrada. Habla enfadado, o se enfada hablando. Actúa, mucho, a veces creo que se ha equivocado de profesión o que las compagina. Los personajes que interpreta son violentos, bífidas arpías resentidas. El cuello se le hincha hasta que se multiplica. Parece interesante en general.

Por la noche Carol me acompaña a ver un piso en el barrio. La casa resulta ser una caja de zapatos. Miro el sofá, miro el culo de la dueña, miro el mío... está claro que aquí hay algo que sobra. Paseamos un poco sin rumbo y volvemos para cenar.

sábado, 24 de marzo de 2012

dia 121 de excursión con la clase

Las rodillas han disminuido a un estado semi mini elefante, aunque se siguen resistiendo a doblarse. La mano va mejor pero con aspecto de farrullera de polígono.
Entro tarde, así que aprovechamos la mañana para poner una lavadora y hacer algo de mantenimiento. 
La clase está divertida, empezamos a sentar bases y  amistades. Salimos animados y nos tomamos unas cervezas clarificadoras para celebrarlo. Nos vamos colocando en nuestro lugar, esa pequeña casilla de salida que de alguna manera nos define. La clase es curiosa y variopinta. Entre los sesenta y tantos y los veinti muchos, desde Nueva York a Carolina, Islandia, Austria, Gales, Rusia, Suiza y España. La gente tiene ganas de conocerse, todos somos conscientes de que vamos a compartir sudor, lágrimas y palabras. 
Vuelvo a casa un poco más tarde de lo que esperaba. Union Square está animando. El tiempo empieza a ser agradable y la ciudad se vuelve más noctámbula.

miércoles, 21 de marzo de 2012

día 120 croqueteando discretamente

Me despierto energética, ha salido el sol, los pájaros cantan y las nubes se levantan. Salgo a correr con ganas, estreno brazalete para el móvil, ya no tengo que llevarlo más metido dentro del pantalón. Echaré de menos ser un torero perdido en Queens.

Cuando llego al parque me confío, cada vez estaba aguantando más y mejor. Me doy impulso y aprieto el ritmo y de repente, sin saber muy bien por qué, se me tuerce un pie y me caigo, en dos fases para más vergüenza. Como una piedrecilla de río pesada reboto. Aún intento encontrar la lógica de la caída, pero mis técnicas de CSI no me permiten sacar mucha conclusión. La mano derecha es el caso más curioso a analizar. Se ha raspado en la palma por abajo cerca de la muñeca, por la otra cara tengo dos golpes en la muñeca y heridas en todos los huecos que quedan entre los nudillos, he perdido la piel, pero los nudillos no se han dado ni cuenta. ¿Alguien me puede explicar como me he dado en cuatro sitios diferentes y por qué los espacios en negativo de los nudillos sangran tanto mientras los otros sobreviven intactos? 
Me levanto con sensación de ser una croqueta gigante varada en el vacío. Me he caído justo en el punto más lejano a casa, así que ahora toca volver con la dignidad por los suelos. Me limpio un poco la mano con la servilleta de emergencia que llevo en el bolsillo de la sudadera. Las rodillas me duelen, pero el pantalón parece que no se ha inmutado, así que me limito a subir cojeando hasta casa. 
Cuando Carol me abre la puerta soy una niña pequeña que vuelve del cole después de haberse caído en el patio. Me siento, como una abuela pleistocena en el borde de la cama, y me levanto el pantalón para inspeccionar. La rodilla derecha no está mal, un poco hinchada y algún raspón. Vamos bien. A ver qué me depara la otra pierna que parece que se queja más. La rodilla izquierda se ha declarado en huelga, raspada completamente y en proceso de volverse elefante. El pantalón por fuera está intacto, por dentro es la matanza de Texas. 
Cojo una bolsa de guisantes del congelador, me la pongo en las rodillas y levanto las patitas. 
¡¡¡Mamá me he caído del columpio!!!!!  Ahora parezco una farrullera que se ha pegado en la esquina con alguien, no puedo doblar ninguna de las piernas y voy a perder el fondo que había ganado. ¿Quién dijo que hacer deporte era sano? Qué ruina.

Me visto y me voy lisiada a clase, con el pantalón del pijama porque no puedo soportar que algo me roce las rodillas, que ya han pasado de elefantes a naves espaciales y eso que llevo encima tres ibuprofenos.
La clase está interesante, me debato entre escuchar y recolocar las piernas cada treinta segundos. 

día 119 back to school

Carol se baja conmigo a la escuela. Aline ya está allí. Volvemos a Union Square. De nuevo en la casilla de salida, regreso al día de la marmota. Hago cola, me dan la carpeta con mi nombre, paso por el mostrador de la foto, me dan el carné, me cruzo con gente del curso de filmmaking que ya se vuelven a sus países. Esta vez nada me sabe a nuevo, no me siento torpe. Soy el pez viejo en la pecera mirando a los nuevos Nemos.
Nos sentamos en un parque. Carol está aún un poco costipado, yo ya expulsé del todo a mis lagartos. 

Comemos en L'annam, para seguir marmoteando. Esta vez hemos decidido avanzar una casilla y de oca a oca nos ahorramos la charla para estudiantes internacionales, tengo suficiente con escuchar una vez que tenga cuidado que nadie me ponga droga gratis en la bebida... como decía aquél: no fastidies, yo la pagaba.
Alargamos la sobremesa hasta las 3. Carol se vuelva a casa. Aline y yo volvemos al auditorio, aquí dijimos adiós a Bryan y aquí le estamos volviendo a decir hola. La marmota me empieza a preocupar. De nuevo ronda de micrófono, desde la tortuga centenaria que dirige este cotarro le salen los cuernos y el rabito rojo mientras habla, hasta el discurso de Bryan con su set de chistes habituales... Socorro que alguien me salve. Menos mal que tengo al lado a Aline y que al menos nos podemos reír juntas y con ganas de esto. Welcome back to NYFA.

Nos juntan a los guionistas y vamos en plan comandita al metro, como hizo Carol en su día con la clase de acting for film ¡¡¡Nos mudamos al edificio del Soho!!! Por fin una buena noticia. Estar en otro edificio le da otra perspectiva a todo. Es fresco y dinámico, por no hablar de que el ambiente es infinitamente más relajado. Nuestras aulas son peceras, por un lado grandes cristaleras que dan a Broadway a Prince St, luz a porrillo que se agradece, por el otro lado muros de cristal, vemos las otras clases y el resto de la planta. Aunque los espacios son pequeños la sensación de distancia es grande. Mesas redondas para rematar la jugada. Me encanta.

Nuestra profesora, la que va a llevar nuestros proyectos es una mujer que personifica el histrionismo en la mejor de sus facetas, es divertida y dispersa, pero dentro de su caos sabe perfectamente lo que te está diciendo. Me encanta. La clase es más mayor, las realidades diferentes. 
El resumen: esto pinta bien, muy bien.

martes, 20 de marzo de 2012

día 118 una de pizza

De nuevo mañana corriendo, sano, despejador y gratis. Al final algún día tendré que creerme eso de que todos llevamos un deportista encima. Algún día... cuando pese quince kilos menos y no se me mueva tanto todo en todas las direcciones.
Por la noche nos vamos de cumpleaños. Francesco sobrepasa la treintena con mucha dignidad. Por lo que veo los treinta y dos no duelen tanto como los treinta. Vamos a cenar a forcella. Pizza al estilo napolitano, con masa napolitana, en horno napolitano. Como dice la chica que habita en la nube azul: todo un clásico neoyorquino. La verdad es que está muy rica, con su masa finita y su tamaño gigante.
Nos marchamos temprano. Carol sigue pocha y yo ya he gastado mi último momento vacacional.

día 117 concierto en el waltz

Me vuelvo a calzar las deportivas con gusto por la mañana. Ya he llegado a los 8 kilómetros, eso sí, como un pollo, quitando el día de lluvia torrencial no he faltado a mi cita ningún otro. Es sorprendente cómo el cuerpo se aficiona al dolor. 
Intento organizar mi cerebro un día más y se me acaban las vacaciones. Aún estoy pensando si esta vez voy a odiar la vuelta al cole o no. 

Por la noche nos acercamos al Waltz, hoy da un concierto una chica que vimos aquí hace un par de semanas, promete y no defrauda. De bonustrack otro concierto que no esperábamos, aunque lo mejor de él son los dos sesentones que acompañan esta noche a la chica mona que canta. Se trata de dos hombrezuelos en el borde de sus sesenta con ese aire country que regala ser de Wisconsin y lidiar con tocar en un local de carretera con más televisores que clientes. Tremendo. Qué ganas de ver la América profunda, que en el fondo es la mayoritaria.

día 116 de barrio

Por si no os habéis dado cuenta mi vida se ha ido volviendo cada vez más aburrida estos días. A lo mejor necesitaba un descanso, pero empiezo a tener la sensación de estar caducándome.
Salimos a caminar por el barrio. Avanzamos hasta la fase de matrimonio viejo jubilado. Al pasar por el portal volvemos a ver que hay cosas apoyadas en la ventana. Son objetos sin sentido, siempre diferentes, todo lo que uno podría tener en casa pero que sabe que no sirve para nada. No sabemos si son dos vecinos que se dejan regalos, un código secreto o simplemente algo que, debido a un recuerdo, no se atreven a tirar... quién sabe, a lo mejor aquí, sentados en la repisa, alguien se vuelve a enamorar de ellos y les descubren una nueva vida. La conversación nos da de sí todo el paseo. 
De vuelta trabajamos un poco cada una en su ordenador. Cenamos en el apaño de sofá y vemos una película que no nos convence a ninguna de las dos.

día 115 paseando por Harlem

Por la mañana sólo chispea y puedo volver a correr. Carol se anima a salir a la calle, ahora es ella la que lidia con los gérmenes. Como buena pareja nos lo pegamos todo. 
Subimos a la 110 para encontrarnos con Aline en Amarita, un pequeño café de madera a pocos metros del final de Central Parken el west side. Me sorprende lo ancha que se vuelve la ciudad por aquí. La posibilidad de luz es infinita. Charlamos mientras bebemos té. Pruebo las galletas de cacahuete, en este país o te vuelves adicto al señor mister fruto seco o lo detestas de por vida. Lamentablemente me he quedado con la primera opción. 
Después de dos horas aparecen Francesco y Dario. La sección italosuiza pasa a ganar a la española. La noche se apodera de nosotros. Caminamos en busca de cena y acabamos en harlem tavern, un sitio pintoresco, aunque un poco más caro de lo que esperábamos. Las hamburguesas están muy buenas, pero están pensadas para mandíbulas de caballos. Acabamos dividiéndonos entre quienes la comprimen con la esperanza de que se transforme en una compresa con alas y quienes se dan a la aventura de comer por capas. De paso nos bebemos un par de Stellas que sientan muy bien.

dia 114 intentando volver a la vida de estudiante

Llueve a mares. No puedo salir a correr. Aline me propone intentar trabajar algo. Es el mejor plan para un día como hoy. Quedamos en Bercli Parc Cafe, un local pequeño pero agradable con mesas de madera. No hay prisa, nadie te presiona para que te marches y se nota. La mayoría alargamos el día aquí, unos con ordenadores, otros con apuntes, otros con libros. La música, variada, no está alta. La comida es buena y el té también. No deja de llover. Las hojas de Mckee acompañan bien este día anodino que ya huele a cole.

domingo, 18 de marzo de 2012

día 113 de nuevo grupis del Waltz

El ambiente en casa con la tercera en discordia pasa de castaño a oscuro. Esta ciudad es dura, pero la gente se empeña en volverse loca antes de tiempo. 
Me bajo con Carol a la calle, mis lagartos empiezan a querer aire, parece que por fin van a empezar a abandonar la nave nodriza. Carol se mete en el metro y se marcha en busca de Jo, que hoy ya coge el avión rumbo a Suecia. Yo me voy a la biblioteca. Me siento un rato entre los yayos del barrio y me leo un comic. La estantería de la entrada a la derecha me está devolviendo a un mundo que hacía tiempo que no pisaba. Me agencio una montaña de clásicos americanos para pasar la tarde y me vuelvo a casa. Necesitaba un momento Daniel Clowes para volver a sonreír.
Cuando Carol llega a casa y nos vamos al waltz. Hace un par de semanas que nos hemos convertido en grupis del open mic de los martes. El local es pequeño, a lo bar de Friends, con un ambiente muy familiar, los martes y los miercoles tienen noche de micro abierto, quien quiera puede ir a tocar algo o hacer un monologo. Tienes que consumir 10 dolares, el sandwich de pollo está muy rico y la cerveza fresquita. Muy recomendable. 

día 112 fermentando gérmenes

Igual, frenadol para arriba, frenadol para abajo, parezco una canción de Manu Chao. La calefacción va a conseguir que me explote la cabeza.
Toca sesión de lavandería, que aprovecho para que me de un poco el aire. Después encierro y cuarentena. 
Carol se va a la despedida de Jo al Vig Bar. Otro adiós a la colección. Yo me quedo en casa y tengo un mano a mano con el señor Dexter, que con tantas cosas encima me había perdido toda la temporada. Según van pasando los capítulos me va entrando hambre. Me bajo al japo de la esquina y me vuelvo a casa feliz con mi bento box y mi sopita de miso, que me sienta de muerte. La comida asiática en esta ciudad está sorprendentemente buena y, con tantos locales, casi que se podría decir que son el plato típico de Nueva York.
Mañana será otro día. 
Carol sigue de parranda.

día 111 noche de oscars

Amanezco pocha y me doy al consumo en masa de frenadol, ibuprofeno y lo que salga de la bolsa, con la esperanza de recuperar la cabeza y el cuerpo. Pero todo se hace de rogar.
El día es un tanto anodino, triste y pesado. 
Nos vamos a casa de Patricia a cenar y ver los Oscars. La noche no tiene el glamour que debería tener, me he ido hasta en pijama, pero la mesa está llena de canapés y poder ver la gala en un horario normal tiene su punto. Todo muy como era de esperar, pocas sorpresas. Nunca me había parado a oír con atención el discurso del director de esta academia, tremendo, le ha faltado decir visite nuestro bar al final.


domingo, 11 de marzo de 2012

día 110 hasta pronto

Javier se levanta temprano y decide darse a la aventura de Manhattan en la mañana que le queda. Mi madre y yo nos vamos de paseo al parque. Tengo un trancazo de narices acompañado de anginas. Se ve que mi cuerpo también se queja por quedarse solo de nuevo. 
Comemos los cuatro juntos. Se respiran los nervios. Sé que estamos tristes, cada uno a su manera, aunque sé que también estamos contentos, cada uno por su experiencia. El tiempo y la distancia son siempre muy relativos y nunca son lo mismo para nadie. Todo depende de lo que quieras de ellos y de lo que estés dispuesto a ceder ante ellos. 
El viaje al aeropuerto es largo, pesado, vacío. Cada vez hablamos menos. Sacamos los billetes en la terminal 3, vuelan con Delta, y nos vamos a la terminal 4 a que embarquen.
Después de besos, achuchones y lágrimas caminan hacia el otro lado de la cinta. Mi madre nos dice que nos vayamos, pero yo me empeño en quedarme. Menos mal. Cinco segundos después de casi pasar la cinta les devuelven porque el nombre no está bien escrito en el billete. 
Subimos a la planta de arriba, corro a buscar el mostrador de Delta y les ponen los nombres con bolígrafo, no termino de entender que eso sea más oficial que lo que tenían. De paso nos cuenta que el avión ha cambiado de terminal, que hay que volver a la 3. Subimos de nuevo al Airtrain, ya en respiración contenida de carrera contrarreloj. 
Otra cinta, otra despedida, esta vez menos emotiva y más nerviosa. Me espero a verles al otro lado. Pasados los detectores de metales recogen sus maletas. A lo lejos dos brazos se levantan y ondean. 
Me da pena saber que mañana ya no están.

Me encanta que hayáis venido, os quiero un montón. Sois la única cosa constante en mi vida, gracias por hacer que eso no cambie nunca.

Vuelvo triste y con más mocos y estornudos que antes. Pasamos por casa rápidas y nos vamos a cenar con Patricia. Reconozco que no tengo demasiadas ganas de nada más hoy, pero se lo habíamos prometido a Patricia. Después de una cena con vino y unas risas dispersadoras bajamos a Manhattan. Primera y última vez que voy a un club en esta ciudad. No es que sea de Clubs en ninguna ciudad, en el fondo siempre he sido una chica de garito cutre pero con solera. 

Marquee tiene cola eterna, estando en la lista pagamos 20 dólares por entrar y 5 dólares por dejar el abrigo. Dentro está todo lleno de moscones que vigilan. Pocos bailan, pocos se ríen y aún menos parecen disfrutar. La pose elevada al esnobismo, definitivamente no va conmigo. Nunca me he sentido tan fuera de lugar ni tan observada al repaso.

En fin, al menos me ha dado de sí la noche para saber que ya casi están aterrizando en España.

día 109 de lluvia y ajedrez

Llueve sin parar, se ve que la ciudad también está triste. Como ahora ya,  como reza la canción, es now or never, Javier se anima a echarse una partida de ajedrez en Union Square. Mantiene el tipo sin mucho esfuerzo, pero que la gente se pare a su alrededor a mirar le desanima poco a poco. 
Pasamos por Strandbook, mareamos un poco por la tienda y nos vamos a comer a L'Annam. Una combinación que ya puedo empezar a llamar habitual en esta ciudad. 

Cuando parece que la lluvia no es tan pesada volvemos a la calle armados de valor. Caminamos en busca de charcos y reflejos, primero hasta la 23, hasta la 28, hasta...

Volvemos a Queens y vamos al museo del cine. Esta vez nos lanzamos a la aventura de llevarnos unos retratos de Epi y Blas y los Fragel. Vigilamos por turnos por si vienen los guardias de seguridad. Paseamos con ganas todas las salas blancas. Todos los sueños por cumplir. Todas las palabras en el aire. 

No puedo evitar acordarme de mi expareja cuando paso por la sección de laboratorio. Cuánto dura olvidar es la frase que me acompaña por el pasillo. 

Antes de que cierren ya estamos en casa. Cena tranquila, la última multitudinaria en esta casa, aunque sin apóstoles ni otros ilustres invitados. Mañana por la noche echaré de menos que Javier ronque y que mi madre silbe.

día 108 de escaparates disecados

En la ciudad de la pose, era de esperar que el Museo de Ciencias Naturales sucumbiera a la rutina establecida, lo que no imaginaba es que llegara tan lejos. 
Las vitrinas se suceden con instantes congelados de vida cotidiana, seleccionado de forma arbitraria o no, para que te puedas colar en vidas imposibles de conocer. Da cierta dentera. De alguna manera todos estamos ya familiarizados con el proceso de la taxidermia, rozando más o menos el mal gusto, pero aquí le añaden especias y picante. Podemos ver también maniquíes ataviados con taparrabos intentando sacar fuego de dos piedras. No nos convence. Todo es plástico para niños, todo es asesinato decorado de flores. Este sitio no es para nosotros.
Salimos a la calle y cuando volvemos a respirar aire, sin gritos ni pisotones, sin cristales ni rótulos absurdos, volvemos a sonreír. 

Cogemos el metro y nos fugamos raudos, de nuevo Bleecker, el Greenwich, el Soho... Pasamos por la tienda oficial del Big Lebowsky, donde otro posado ataviado con bata nos habla con pretensión grandilocuente. Cruzamos Whasington Park, más animado que nunca y caminamos hasta el comienzo, o el final, siempre todo depende de cómo se mire, de High Line, uno de mis parques favoritos. Ese momento elevado que te permite separarte del suelo y del mundo terrenal todo en uno es un descanso para el cerebro. Subimos las vías hasta que se acaban. Bajamos las escaleras que nos separan del sueño y, de repente, estamos inmersos en una zona de naves industriales. La oscuridad le da un toque siniestro al momento.

Volvemos al barrio y tenemos cena de predespedida, por fin piso el seafood de enfrente de casa. Hoy la cola no es tan infinita como era de esperar. Media hora larga y estamos dentro. Una noche de calamares fritos, langostinos a la plancha, ensaladas de queso blanco, pan con aceite, pescado al horno... Me siento como en casa.

día 107 ampliando el mapa

Empezamos al final de la milla de oro de los museos, la quinta avenida enfrente de Central Park. Javier quería conocer un poco de la historia de Nueva York así que indagamos y descubrimos este pequeño museo. La colección permanente despliega un sinfín de mapas que ayudan a comprender cómo la ciudad capital ha crecido en tan poco tiempo. El video de media hora que proyectan tiene su punto, sobre todo viendo que consiguen que gente que ni habla el idioma pille las cosas. A veces era más interesante ver la cara de mi madre y Javier que el photos lay de turno. 
Pillamos dos expos temporales una de Cecil Beaton, siempre es una delicia ver sus retratos de famoseo sucumbiendo a la vida moderna y otra del fotoperiodista Leonard Freed de sus años documentando el trabajo de la policía de Nueva York en los oscuros 70. Disfruto más estas dos que el resto, en cualquier caso la mañana transcurre entretenida.

Buscamos un sitio para comer a este lado del Upper. Acabamos en un dinner muy interesante donde nos ponemos hasta las orejas mientras el sol nos miente con una primavera adelantada.

Quedamos con Carol en la puerta del MET. Patricia nos había dicho que era gratis. La sorpresa es doble al llegar, la entrada son 25 dólares y el museo tiene 925 salas. Too much en los dos sentidos. 
Decidimos caminar por Central Park. Todavía no había pasado a esta altura. Nos topamos con la reserva de Jacqueline, los patos se multiplican y chapotean en el agua.  El castillo de Belvedere, o de los pitufos como lo llama Carol enfrente de su mini lago. Todo está seco y quebradizo. Crujen los pasos.
Cruzamos el parque de este a oeste y llegamos al Museo de historia natural. En el hall un dinosaurio nos dice hola sin mover su esqueleto. Falta poco para que cierren. Los panfletos tienen buena pinta y decidimos volver mañana. 

Entramos en el nuevo Upper, el del west, el de Elvira Lindo, el de los escaparates prohibitivos y los restaurantes posh. Es una zona preciosa que se mira, pero no se toca.

jueves, 8 de marzo de 2012

día 106 emoción a bordo

Dedicamos la mañana a pasear en torno a la zona cero, esa mezcla de dolor colectivo y reconstrucción mental que emana a borbotones entre los mil obreros que se mueven entre sus arterias.

Caminamos hasta el Hudson y nos quedamos un rato en el parque que hay junto al World Financial Center, donde las corbatas desfilan en manada a la hora del brunch. El sol hace que el río hasta parezca azul. 

Volvemos a Broadway para entrar en el meollo de la pesadilla: en Wall Street. Pasamos por la bolsa entre mil personajes que fotografían la estampa. Vemos el toro que un día un individuo decidió plantar en medio de la calle y la ciudad decidió adoptar. Aún sigo dándole vueltas a cómo colocó semejante bicharraco en medio de la calle sin que nadie se percatara de su azaña.

Bajamos hasta el embarcadero de Staten Island Ferry. Mi madre está especialmente nerviosa por saludar a la señorita Libertad de cerca, aunque lo intenta disimular. Nos subimos en el barco rápidos y escurridizos y pillamos primera línea en el exterior. El barco naranja es sin duda el mejor para hacer este viaje. Hay luz y brisa fresca. Mi madre no puede contenerse más cuando el corto viaje arranca y por fin le dice a su cerebro que ya ha hecho un sueño realidad. Javier está sorprendentemente contento encima del agua, nunca lo hubiera imaginado, y se pasea, apresurado, de un lado al otro sacando fotos desde todos los ángulos posibles.
Al llegar a Staten Island, viendo que es tarde, que hay otro barco embarcando gente y que los veinte minutillos de viaje les han sabido a poco decidimos subir de nuevo a surcar las aguas, como si fuéramos unos colones posmodernos rumbo a las américas. 

Cuando llegamos a Manhattan el viento empieza a ser terrible. No sé por qué el aire aquí siempre está tan enfadado. Quedamos con Carol para comer. Generosas sopas y ensaladas para entonar el cuerpo. 

Recuperados y con el sol amenazando con abandonarnos, caminamos Broadway hasta el infinito y más allá en busca de los mil regalos que quieren llevar a las españas.

miércoles, 7 de marzo de 2012

día 105 aventura Beacon

Despierto temprano. Fichamos en Grand Central donde, por fin, cojo un tren para salir de la city.
El viaje, igual que el de Albany, es relajante. Esta vez el Hudson nos acompaña todo el rato. Los pueblos no están nevados sino marrones por la escasez de precipitaciones a este lado del Atlántico.
En poco más de una hora estamos en Beacon, un pueblecito a la rivera del río, una delicia parsimoniosa para los ojos. Cada vez me gusta más el lado countryside de Nueva York.
Caminamos como borregos, en fila india, siguiendo los carteles que anuncian donde está Dia. Se nota que todos somos turistas despistados, aunque la manada no es tan grande como la esperaba gracias a que es festivo, el día de mister presidents. No me veo yo celebrando que Aznar pasara por mi vida.
El espacio del museo es inmejorable, una antigua fábrica de galletas remodelada, de ladrillo visto y blanco infinito. No hay iluminación artificial, por eso sólo abre durante las horas de sol, en invierno hasta las 4, en verano hasta las 6.

Comemos en unos bancos de madera entre árboles. Durante nuestro pequeño picnic espero a que aparezca el oso Yogui pidiendo un emparedado, pero debe de estar hibernando. 

Paseamos por el pueblo. El frío y el viento invitan al encierro, pero los buzones en la acera, las banderas de barras y estrellas desplegadas  y ondulantes, los cobertizos y las mecedoras en los porches, hacen cada paso más interesante que el anterior. Todo está deshabitado, aunque con el poso de un lugar muy vivido, lástima conocerlo en festivo. Tendré que volver para caminar entre la ebullición de lugareños en una soleada tarde primaveral.  

Nos tropezamos con galerías de arte intercaladas con tiendas de repuestos de coche. La gente pasea tranquila con sus perros. Nos metemos en un bar a tomarnos un café, el cuerpo necesita un descanso. El chico nos prepara los dos chais y los dos cafés con tranquilidad, mientras nos los bebemos y sin decirnos nada, va recogiendo poco a poco el local. Las sillas se van apilando y el suelo se vuelve reluciente. Se sienta al otro lado de la barra y pasa por las páginas de un periódico leído. No existe la prisa. Es fantástico.

Damos otro paseo exploratorio y volvemos a la estación, el sol cae amenazando noche. El tren tarda en llegar, también está cansado y le pesan los pasajeros de más. Nos sentamos todos separados. Aprovecho para leer unas páginas del libro de Paul Auster que me he comprado esta mañana en Grand Central.

martes, 6 de marzo de 2012

día 104 tarde de goyas

La mañana vuelve a proclamarse libre. Javier me acompaña a correr por el río. Cada vez me sienta mejor despejar las piernas. 
A la vuelta, ellos se van de paseo por Queens, el mundo griego les gusta. Carol y yo nos quedamos en casa, cada una currando en su ordenador. 
A la hora de comer nos volvemos a juntar, en breve empieza la gala de los Goya. En casa hace siglos que se impuso la tradición de la quiniela, normalmente nos juntamos unos veinte, un par de mesas de canapés y varios litros de cerveza bien fríos. El que más premios acierte se lleva el dinero. La inmensa mayoría se despista en sus conversaciones, yo intento poner silencio de vez en cuando, acercándome cada vez más al televisor y subiendo sutilmente el volumen. 
Somos pocos, pero en Nueva York, pinchados a televisión española por Internet. A mitad de la gala viene Patricia con mil muffins para la ocasión.

Este año me los disfruto como nunca, sobre todo el premio a Michel Gaztambide que no sólo se ha llevado un reconocimiento a lo gran guionista que es, sino que ha tenido el detalle de recordar a los que vienen detrás, a los que están llegando, a sus alumnos. Desde mi pequeña esquinita me he sentido orgullosa de haber sido una de sus alumnas, de haber descubierto el mundo del guión a través de sus ojos. Gracias Michel, por todo.

Para cerrar el día nos bajamos al parque de Astoria, a pasear viendo las luces nocturnas. 


día 103 en el paraíso de los gafapastas de barba pelirroja

El día avanza paseando por Williamsburg. Sabía que el barrio les iba a gustar. En cierta manera me recuerda a Malasaña, aunque tiene más de pose que de poso y los gafapastas que aquí habitan no se molestan ni en usar cristales.
Recorremos la avenida principal, Bedford, y nos dejamos perder entre sus tangentes. Escaparates, bicicletas, escaleras, artistas, artistillas, color, vintage, vinilos, restaurantes, gatos, mercadillos callejeros.

Después de comer intentamos encontrar el río desde algún sitio en el que se pueda disfrutar de él. Descubrimos un parque con playa, todo un lujo para ver anochecer cuando el sol, aún tímido, intenta calentar algo.
Caminamos río abajo, a la izquierda los puentes y su metal, enfrente los edificios y su cemento. Paramos en el embarcadero. Javier nos sorprende anunciando que quiere coger el barco para cruzar a Manhattan. Sacamos los billetes en la máquina expendedora y esperamos tres siglos, congelándonos poco a poco y riéndonos mucho mientras pasamos de cómo ser vagabundos a cómo trabajar en la planta 70.
El viaje es corto, pero la grandeza de la isla acompaña. El Empire reluce por encima de todos.
Ya al otro lado, en el finisterre de la 34 arranca sutilmente a llover. Tras una discreta visita al cuarto de baño, que implica beberse un café, subimos rápidos hasta el metro. Nos bajamos en la quinta y ya a oscuras damos el último paseo del día.

domingo, 4 de marzo de 2012

día 102 una velada con Aretha

Se proclama mañana de libre albedrío. Mi madre y Javier se van a pasear por Queens, Carol se baja a Manhattan con Jo. Yo decido empezar a correr.
Les dije que me trajeran las zapatillas, era una prueba para mi cerebro. Sutilmente las coloqué en el pasillo a la entrada de casa para que todos los días me recordaran que tengo que hacerlo. Me he sorprendido a mí misma. Me ha sentado fenomenal correr a la rivera del East River, viendo Manhattan de fondo, acercarse a cada zancada que avanzaba. He llegado a casa con ganas de más, eso siempre es buena señal, ahora más que nunca. Estoy dispuesta a superar los 21 días de dolor para encontrarme con los siguientes de alegrías. 
Comemos en casa, un poco más tarde de la cuenta, y salimos rumbo a Times Square. Esta vez no nieva. Nos encontramos con Carol que camina con Jo por la calle después de haberse hecho un viaje de ida y vuelta a Staten Island. 
Paseamos tranquilos, hoy pueden disfrutar de la plenitud del derroche energético que regalan estos metros cuadrados.
Subimos hasta el Radio City Music Hall. El concierto empieza a las 8 pero las puertas las abren a las 7. Nos acercamos a una de las colas pensando que es la de entrada y resulta que es un tumulto despistado entorno a la limusina de la reina del Soul, que sale muy digna, con un pañuelo de flores leopardas atado a la cabeza seguida de un séquito de dos maromos 4x4 cargados con el vestuario envuelto en bolsas de plástico blanco. La mujer de delante nos explica que siempre lleva pañuelo antes de actuar.
Entramos en el templo que suma 6000 butacas. Espectacular en todos sus sentidos y en sus cuatro plantas. Intento imaginarme a mi abuelo, hace algo más de medio siglo cruzando esta puerta para ver a las Roquettes viniendo de la España de posguerra.

El teatro se llena a reventar, no vemos ni un hueco vacío. Con sus 70 años la dama del respeto se marca un show de más de dos horas. Yo esperaba más Sam Cooke y menos Whitney Houston, pero es lo que tiene que todo sea tan reciente. 
Al acabar el concierto me faltan mil temas pero es asombroso comprobar que sigue teniendo el mismo chorro de voz imponente y que es una persona de carne y hueso capaz de cantar descalza cuando se cansa de los tacones.

día 101 jugando a la ruleta de las bermudas

Arrancamos la mañana paseando por Union Square, lo que en estos meses se ha convertido en la puerta del Sol, epicentro de mi vida moderna en la city. Caemos en la perdición de las garras de strandbooks, todo un regalo para la vista y el cerebro siempre. Tras un par de horas cociéndonos de calor entre pasillos interminables en todas las diagonales nos vamos a comer al vietnamita del que ya tengo casi carné de socia ilustre. 
La lluvia acompaña el día haciendo difícil el peregrinaje callejero. Buscamos rápidas opción B, algo cubierto, curioso y que dé de sí hasta que amaine el tema: Grand Central, mejor imposible. Paseamos una vez más por dentro de mil películas en una y en uno de los rincones nos sorprende una cola, una explosión de color rosa y música. Un superestand de promoción de viajes a las islas Bermudas. Nos apuntamos a la cola, mi madre se muere de vergüenza porque queramos participar, pero Carol está convencida de que nos va a tocar ese fin de semana al sol playero del agua cristalina. Después de unos 20 minutos de espera nos vamos con un botín bien diferente: cuatro bolsas de patatas fritas azules, cortesía de la compañía aérea que promociona el tinglado, una barra de cacao sabor a menta, que me toca a mí, y unos palos para colocar las pelotas de golf, que le tocan a Carol. Evidentemente no es lo mismo que unos días bajo una palmera pero, en fin, algo es algo.

Descubrimos por fin la cúpula de los secretos en los bajos de la estación central y la gente nos copia al ver que de punta a punta susurrando nos oímos. En cinco minutos hemos inaugurado otra cola en otro sitio. 

Salimos a la calle cuando la lluvia se tranquiliza, pasamos por el hall del Chrysler, seguimos Lexington y nos tomamos un agradable café en Juan Valdés.

viernes, 2 de marzo de 2012

día 100 centenario de museos

Desde que llegué he estado dándole vueltas a ir al Moma, también le daba vueltas a verlo con mi madre. Cuando era pequeña a menudo pasábamos la mañana del domingo en el Reina Sofía, me encanta ese museo, con su patio interior, su misterioso poso de hospital, sus techos inalcanzables. Siempre creí que encontraría al amor de mi vida allí, sentado en un banco, esperándome. Quién sabe, tal vez aún no sea tarde.
Dada la ocasión, qué mejor lugar que el Moma para cumplir cien días.
Al llegar nos topamos con un amable caballero que, al ver mi tarjeta de estudiante, me avisa de que sale más barato hacerme miembro, lo que me permite entrar gratis durante un año e invitar a quien quiera a entrar conmigo por el módico precio de 5 dólares, que pagar tres entradas regulares, con las que sólo tenemos acceso el día de hoy. Ahí queda dicho para todos los que estéis aquí estudiando o para los que planeáis visita, sólo tenéis que avisarme.

Entramos con ganas, a mi madre se le escapa un emotivo recuerdo de los años esperados. Según avanzamos en salas nos damos cuenta del pequeño tamaño, del amontonamiento de obras, de la grandeza de su marketing, y de lo mal que miramos o lo poco que apreciamos lo que tenemos en casa. Sin duda sigo quedándome con el Reina Sofía, espero que el chico del banco también.

Nos han dado casi las cuatro, mi estómago se queja a gritos, haciendo coro con los de los demás. Entramos en Bill's Bar Burguer, un restaurante en la manzana del Rockefeller, con sus manteles de cuadros, sus teles para seguir el baloncesto y su carta con 8 tipos de hamburguesa. Una buena opción para comer en el midtown un plato típico americano al punto. El precio también es al punto.

Recuperados, descendemos la quinta hasta la biblioteca nacional. Aprovechamos que el día va de museos y centenarios para ver la exposición de la planta baja. Paseamos por las salas de arriba, hoy no está la secretaria de los cazafantasmas. Los techos les impresionan.

Al salir, un poco de Bryan Park y seguimos quinta abajo hasta llegar al distrito del Flatiron y subir al Roof Top. Con un par de cafés calientes, los albornoces y cigarrillos en mano disfrutamos de una noche despejada. Multiplican la vena paparazzi y la azotea da de sí su buena hora.

día 99 entre parques y puentes

Carol ha descubierto un casting que una compañía americana hace para unas representaciones en Mallorca, siempre es curioso venir tan lejos para encontrar algo que está tan cerca. Aline viene a casa para grabarle un par de monólogos. Yo me voy a darle a la zapatilla con la family.
Nos bajamos en Fifth Avenue, que ya es la parada favorita de mi madre, y nos aventuramos a la grandeza de Central Park en un día, de nuevo, sorprendentemente soleado. Caminamos dentro de la tranquilidad que aporta el verde. Pasamos por la pista de patinaje y seguimos con rumbo incierto la persecución de ardillas, coches de caballo, perros, paseantes, periódicos suspendidos en el aire, corredores y alguna pelota que se escapa a su camino. Llegamos hasta la mitad, un poco antes del MET, escuchamos a un coro cantar en el teatro, vemos patos chapoteando en el lago, parejas que se sacan fotos, novias vestidas de blanco para la ocasión. A ratos nos sentamos, a ratos continuamos. Algún pájaro canta de más. 
Cruzamos el parque hacia el oeste para que vean el Dakota, con su oscuridad, y el homenaje a John Lennon, ese canijo círculo que reza Imagine y que en la distancia creemos imponente. 
El hambre empieza a recordar las horas caminadas. Quedamos con Carol en el que ha sido nuestro punto de partida. Volvemos a cruzar el parque, esta vez con menos paradas, menos fotos y la amenaza de frescor soplando en nuestros hombros.
Comemos donde las cajitas que hace siglos, tres meses, probamos cuando descubrimos que Caponata se paseaba por Central Park firmando autógrafos. El horario español sigue partiendo un poco el vagabundeo y conscientes de que en pocas horas nos quedamos sin sol decidimos bajar hasta el puente de Brooklyn para cruzarlo aún de día.
El paseo es más llevadero que la última vez que estuvimos aquí. Los candados de las farolas se han multiplicado, se ve que por lo señalado de la fecha. Mi madre ata el envoltorio de una compresa, lo que tiene a mano, para celebrar a su manera con Javier el día. 
Al otro lado, desde Brooklyn, Manhattan vuelve a ser una postal del recuerdo. Algo que hemos visto tantas veces que conocemos mejor que la palma de nuestra mano aunque nunca lo hubiéramos pisado. No somos los únicos sacando fotos. Un intrépido ruso vestido de Elvis, con el pecho al viento, graba un videoclip o una entradilla para una película porno, no lo tenemos muy claro. Esperamos a que la noche caiga sentados en un banco, vigilando de refilón la estatua de la libertad. 
Cuando todas las luces están encendidas y la noche nos regala su negrura espesa volvemos a cruzar el puente. Esto es una grata novedad. Menos caminantes, más locomoción.
La ciudad ilumina nuestras infatigables ganas de dialogar.

día 98 de turisteo vagabundo

Amanecemos, desayunamos y nos tiramos a la calle. Bajamos hasta el parque de Astoria para ver el Empire desde los suburbios. Me gusta la aglomeración de cemento desde este lado, sabiendo que está ahí, tangible, cercana pero distante, sintiéndome una hormiga liberada del pelotón.
Bajamos en Union Square, pasean por la escuela mientras yo intento arreglar unos papeles. Necesito una firma notarial, así que Carol les enseña el Flatiron mientras yo me desespero. Para notificar que la fotocopia de mi título es la copia del original me exigen que todos los firmantes firmen en la mesa enfrente de la susodicha señora notarina. Que alguien me explique cómo me lo monto para decirle a mi colega el Rey Juan Carlos I que se coja un avión exprés, se pase por el mostrador tres de esta sucursal y firme frente a esta amabilísima mujer para que compruebe que él es quien dice ser.
Vuelvo indignada a las oficinas de la escuela y les pregunto que si se están riendo de mí que al menos me expliquen el chiste. Yo no he visto a Bush firmando títulos en la mesa de al lado. Después de hablar con media plantilla consigo solucionarlo.
Nos juntamos de nuevo y bajamos por Broadway hasta Prince St, que Carol tiene también que pasar por su escuela. El sol nos acompaña, parece primavera más que nunca. Nadie diría que ayer estaba nevando. Mi madre aprovecha para entrar a alguna tienda a investigar, con su traje mental de Dora la exploradora. Javier saca fotos mientras intenta comprender el trazado de la ciudad y su cartelería. 
Carol baja de la escuela con su menú, cuyo plato especial del día es Acting for film. Nos entra hambre y vamos a comer.
Paseamos por Prince St camino a Greenwich Village. Descubrimos el Borgia II, un local pequeño con sillas que parecen tapones de champán gigantes, y disfrutamos de comer tranquilos en un sitio del que no nos echan corriendo.
Con la tripa llena en horario español continuamos nuestro devenir hasta Bleecker St, una calle con vida propia, plagada de curiosidades que mirar a precios no tan curiosos. 
Cambiamos de rumbo y bajamos a Litle Italy, o lo poco que queda de ella tras la invasión asiática. Javier rememora gangsters y mi madre busca collares. Todo está plagado de corazones, San Valentín acecha y la proliferación de corazones rojos vuelven las aceras horteras y desacertadas, como las flechas de ese ciego que no sabe dónde apunta.
Acabamos en Chinatown, explosión de olor, color, patas de cangrejo, bálsamos de tigre, dragones colgantes, patos lacados y demás souvenires.