viernes, 2 de marzo de 2012

día 100 centenario de museos

Desde que llegué he estado dándole vueltas a ir al Moma, también le daba vueltas a verlo con mi madre. Cuando era pequeña a menudo pasábamos la mañana del domingo en el Reina Sofía, me encanta ese museo, con su patio interior, su misterioso poso de hospital, sus techos inalcanzables. Siempre creí que encontraría al amor de mi vida allí, sentado en un banco, esperándome. Quién sabe, tal vez aún no sea tarde.
Dada la ocasión, qué mejor lugar que el Moma para cumplir cien días.
Al llegar nos topamos con un amable caballero que, al ver mi tarjeta de estudiante, me avisa de que sale más barato hacerme miembro, lo que me permite entrar gratis durante un año e invitar a quien quiera a entrar conmigo por el módico precio de 5 dólares, que pagar tres entradas regulares, con las que sólo tenemos acceso el día de hoy. Ahí queda dicho para todos los que estéis aquí estudiando o para los que planeáis visita, sólo tenéis que avisarme.

Entramos con ganas, a mi madre se le escapa un emotivo recuerdo de los años esperados. Según avanzamos en salas nos damos cuenta del pequeño tamaño, del amontonamiento de obras, de la grandeza de su marketing, y de lo mal que miramos o lo poco que apreciamos lo que tenemos en casa. Sin duda sigo quedándome con el Reina Sofía, espero que el chico del banco también.

Nos han dado casi las cuatro, mi estómago se queja a gritos, haciendo coro con los de los demás. Entramos en Bill's Bar Burguer, un restaurante en la manzana del Rockefeller, con sus manteles de cuadros, sus teles para seguir el baloncesto y su carta con 8 tipos de hamburguesa. Una buena opción para comer en el midtown un plato típico americano al punto. El precio también es al punto.

Recuperados, descendemos la quinta hasta la biblioteca nacional. Aprovechamos que el día va de museos y centenarios para ver la exposición de la planta baja. Paseamos por las salas de arriba, hoy no está la secretaria de los cazafantasmas. Los techos les impresionan.

Al salir, un poco de Bryan Park y seguimos quinta abajo hasta llegar al distrito del Flatiron y subir al Roof Top. Con un par de cafés calientes, los albornoces y cigarrillos en mano disfrutamos de una noche despejada. Multiplican la vena paparazzi y la azotea da de sí su buena hora.

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