viernes, 2 de marzo de 2012

día 99 entre parques y puentes

Carol ha descubierto un casting que una compañía americana hace para unas representaciones en Mallorca, siempre es curioso venir tan lejos para encontrar algo que está tan cerca. Aline viene a casa para grabarle un par de monólogos. Yo me voy a darle a la zapatilla con la family.
Nos bajamos en Fifth Avenue, que ya es la parada favorita de mi madre, y nos aventuramos a la grandeza de Central Park en un día, de nuevo, sorprendentemente soleado. Caminamos dentro de la tranquilidad que aporta el verde. Pasamos por la pista de patinaje y seguimos con rumbo incierto la persecución de ardillas, coches de caballo, perros, paseantes, periódicos suspendidos en el aire, corredores y alguna pelota que se escapa a su camino. Llegamos hasta la mitad, un poco antes del MET, escuchamos a un coro cantar en el teatro, vemos patos chapoteando en el lago, parejas que se sacan fotos, novias vestidas de blanco para la ocasión. A ratos nos sentamos, a ratos continuamos. Algún pájaro canta de más. 
Cruzamos el parque hacia el oeste para que vean el Dakota, con su oscuridad, y el homenaje a John Lennon, ese canijo círculo que reza Imagine y que en la distancia creemos imponente. 
El hambre empieza a recordar las horas caminadas. Quedamos con Carol en el que ha sido nuestro punto de partida. Volvemos a cruzar el parque, esta vez con menos paradas, menos fotos y la amenaza de frescor soplando en nuestros hombros.
Comemos donde las cajitas que hace siglos, tres meses, probamos cuando descubrimos que Caponata se paseaba por Central Park firmando autógrafos. El horario español sigue partiendo un poco el vagabundeo y conscientes de que en pocas horas nos quedamos sin sol decidimos bajar hasta el puente de Brooklyn para cruzarlo aún de día.
El paseo es más llevadero que la última vez que estuvimos aquí. Los candados de las farolas se han multiplicado, se ve que por lo señalado de la fecha. Mi madre ata el envoltorio de una compresa, lo que tiene a mano, para celebrar a su manera con Javier el día. 
Al otro lado, desde Brooklyn, Manhattan vuelve a ser una postal del recuerdo. Algo que hemos visto tantas veces que conocemos mejor que la palma de nuestra mano aunque nunca lo hubiéramos pisado. No somos los únicos sacando fotos. Un intrépido ruso vestido de Elvis, con el pecho al viento, graba un videoclip o una entradilla para una película porno, no lo tenemos muy claro. Esperamos a que la noche caiga sentados en un banco, vigilando de refilón la estatua de la libertad. 
Cuando todas las luces están encendidas y la noche nos regala su negrura espesa volvemos a cruzar el puente. Esto es una grata novedad. Menos caminantes, más locomoción.
La ciudad ilumina nuestras infatigables ganas de dialogar.

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