lunes, 28 de mayo de 2012

día 187 de Virginia a North Carolina

Nos despertamos y salimos a saludar al sol. Los vecinos, una pareja crecida con una madre jurásica y un perro diminuto, nos invitan a probar los melocotones de la comarca. La gente aquí tiene un hablar fácil y familiar. Esta sensación de comunidad me provoca una envidia particular.

Desayunamos al sol. El perro del Motel curiosea. Sientan bien las vacaciones, reencontrarme con el silencio interior. Parece que la cabeza a ratos se permite relajarse y olvidar. Otros ratos decide recordar de más.

De nuevo en la carretera paramos en un pueblo que, según la guía, es muy romántico. Puede que sea porque no me pilla en un buen momento, pero yo solo veo una calle desangelada con una gasolinera, una tienda de bolas de navidad y otra de souvenirs donde de paso se puede hacer la compra.

Seguimos nuestro camino. La carretera aporta un paisaje entretenido de seguir. 

Entramos en una especie de área de servicio, salpicada de McDonalds, Taco Bells y diversos que parece que juegan a los barquitos, con espacio suficiente entre medias para meter media ciudad. Henry's Memories se decide a dar su primer concierto del tour.

El público es escaso pero devoto. Las Harleys hacen ruido al pasar. Los coches que se paran en el semáforo aprovechan para colarse sin entrada.

Llegamos a Asheville y descubrimos que la wikipedia, para variar, no ha sido tan honesta como debería. Los hippies no son tan auténticos, no me cruzo con Janis Joplins descalzas, no hay pelambreras ni sujetadores al viento. Pero sí es verdad que hay muchas mujeres, parece la réplica de provincias de Mikonos.

Paseamos. Nos cruzamos con un cartel de venta de mercadillo improvisado en el segundo piso. Entramos. Tres jóvenes, modernos escritores, venden sus cosas antes de mudarse. Me llevo un libro de Paul Auster y una conversación minimalista sobre Syd Field y la escritura creativa. Me gusta la casa que tienen.

Cogemos cama en el albergue del centro. El paraíso de las literas enlatado entre dos bares. En el mostrador de la entrada el regalo de la casa: tapones. 

Bebemos cerveza local con ganas. No sé si es por el calor, pero creo que alcanzo a velocidad supersónica el estado de alegría chisposa que hacía tiempo que echaba de menos. Damos un par de vueltas en busca de restaurante. El pan casero calentito es una delicia.

Acabamos la noche en un espectáculo de Drag Queens. Todos con los ojos como platos. Aquí funcionan a base de propinas, la gente les da un dólar y ellas a cambio un beso. Me gusta más lo que estaba acostumbrada a ver.

domingo, 27 de mayo de 2012

día 186 los rincones de Virginia

Despertarse y salir al campo le da otra perspectiva al comienzo de un día.

Desayunamos con calma, sentados al sol, respirando verde por todos los poros. La tranquilidad regala nuevas dimensiones. 

Volvemos a la carretera. Nos acercamos a la caseta de pago mientras hacemos cálculos (15 por el coche más 9 por cada pasajero suman un total de...) Francesco disminuye la velocidad. El hombre de dentro, vestido con su uniforme de guardia de Yellowstone, parece estar distraido. Un pequeño empujón al acelerador y... somos prófugos de la justicia. Un peaje que nos hemos ahorrado. Todos celebramos la victoria improvisada. Más dinero para gasolina.

El camino sigue acompañando frondoso. Los camiones son cada vez más grandes. Todos tienen cara, algunos sonríen. Me gustan más que los de Europa. Nos cruzamos con algunos de dos caras. Uno lleva un tanque. Un coche arrastra un barco. Bicicletas, maletas, perros, niños y vacaciones varias. 

Llegamos a Roanoke. El calor aprieta y sueño con desenfundar las chanclas. Comemos y paseamos por las dos calles que forman el centro. Tienen un museo replica en miniatura del Guggenheim de Bilbao, parece que estamos en todas partes. Vamos a ver el mercado de los granjeros, que es otra miniatura, esta vez, de lo que vemos a diario en Union Square. El museo del tren está punto de cerrar.

Conocemos a Barbara, la encargada del mostrador de información turística, una mujer de sonrisa abierta y curiosidad continua que piensa que Francesco y Dario son muy inteligentes por trabajar para Columbia aunque no tiene muy claro qué pensar de nosotras. 
Es la graduación de la Universidad de Virginia toda la zona está reservada. Mil llamadas, siempre precedidas del cortejo habitual de interés por el estado de la familia y la mágica Barbara nos consigue un sitio. 

Preguntamos a un chico tatuado de arriba a abajo por un supermercado y sonriente nos manda a una tienda de comida orgánica y macrobiótica. ¿Será porque llevamos matrícula neoyorquina o porque siempre ha querido recomendar su tienda favorita a unos desconocidos?

De nuevo al coche. Atravesamos Floyd, donde planeamos pasear esta noche y, camino al sitio donde vamos a dormir, nos cruzamos con un Motel de lo más pintoresco. Está mucho más cerca y tiene habitaciones disponibles, la suerte está de nuestro lado. 

Un perro pulgoso nos da la bienvenida. Hay un cartel que anuncia que todo está en venta. Sueño despierta un rato. Me veo viviendo aquí, pañuelo en la cabeza, bebiendo cervezas tras el mostrador del bar de madera, conociendo viejas glorias de la carretera, mirando las Harleys pasar junto a mi perro pulgoso, llevando toallas limpias a las habitaciones. Tranquila, escuchando el silencio, andando descalza, tomando el sol. Me veo como la protagonista de Bagdad Café, con un pintor jubilado en la 5, un pianista sediento de notas en la 8, una mujer en busca de destino en la 11... Suena tan bien que tengo que dejar de soñar para volver a mi vida antes de recuperarla con depresión.   

Volvemos a Floyd, un pueblo con una calle principal que los viernes desborda vida y música. Los lugareños sacan a pasear sus instrumentos, se juntan en grupos en la calle, cantan, suenan, comparten. El bluegrass inunda sus vidas, rompe la monotonía. Todo el mundo tiene dibujada una sonrisa en la cara. Son mucho más guapos que en la ciudad, más tranquilos, más felices. Todos se conocen, se saludan. Hacen las cosas por el placer de hacerlas. Me encanta este lugar. No sé qué hago viviendo en Nueva York. El mundo de las granjas y las espigas parece mucho más saludable para el cerebro.

jueves, 24 de mayo de 2012

día 185 de nueva York a Virginia

Quedamos temprano en el Upper para recoger el coche en Budge. Alquiler barato y millas ilimitadas, no se puede pedir más.
Entre los cuatro sumamos más equipaje del que creíamos. Esperamos un rato largo a que los anteriores traigan el coche. Cuando lo aparcan en la puerta descubrimos que vamos a viajar a lo Barbie Malibu, en un Ford Explorer rojo carmín. Es de siete asientos pero más pequeño de lo que esperábamos. Con la colección de maletas, las guitarras y el bombo el coche pasa a parecer un Fiat Punto.  
Un par de vueltas desorientadas y conseguimos salir de Nueva York. Adiós gran ciudad, adiós ladrillo, adiós estrés.

Cruzamos el estado de Nueva Jersey, que es mucho más verde de lo que imaginaba. A los lados de la carretera los gigantes se expanden hasta el infinito estirando los dedos para saludar al sol. Seguro que estos árboles dan más sombra que el Empire State.
Estoy contenta, echaba de menos la carretera. Si lo pienso bien creo que hacía años que no pasaba tanto tiempo seguido sin salir de un lugar. La ventanilla invita a la curiosidad, el sol calienta, la música acompaña y tengo ganas de sonreír. 

Al llegar a Maryland ya sumamos tres estados. Por despiste cruzamos Baltimor. Las afueras me recuerdan a John Waters, ahora entiendo por qué sus películas tienen tanto color. La vida es particular en los suburbios. Afino la vista pero Divine no está al otro lado.

Una parada para respirar y ya estamos en Virginia. Nos bebemos un té helado dentro del que podríamos nadar y reservamos sitio para dormir dentro del Shenandoah National Park. 

La carretera se estrecha volviéndose íntima y las montañas, pequeñitas y redondeadas, tienen el verde brillante de la amenaza de la puesta de sol. De vez en cuando paramos y salimos curiosos a mirar. 

Empezamos a cruzarnos con animales. Primero unas hormigas rojas de cabeza gigante, después unos cuervos negros gordos, a continuación un grupo de ciervos que deciden posar para las fotografías y por último, la sorpresa del día, un oso. No es un grizzly precisamente, sino más bien un Yogui en busca de emparedado, pero nos planteamos cerrar los pestillos de las puertas por si acaso. Rechoncho y reluciente, tranquilo en su caminar, espectacular después de tantos meses de asfalto. 

El hotel es el paraíso del jubilado en forma de pequeñas casetas de madera. Cuando dejamos las maletas, el sol desaparece frente a nosotros. Con la tripa llena y el primer contacto con el mundo bluegrass el cansancio empieza a recordarnos que ir a la cama puede ser una buena idea para lidiar con tantas cosas acumuladas en la retina.



día 184 haciendo la maleta

Por fin conseguimos ver la exposición de Cindy Sherman. La he disfrutado, aunque la habría disfrutado más si no hubiéramos sido un desfile de sardinas en lata mirando fotos y si hubiera podido darle al botón del mute y ahorrarme los comentarios de las sardinas de mi alrededor. En cualquier caso ha merecido mucho la pena.

Me despido de la ciudad con ganas, salir de aquí unos días es lo que necesita mi cerebro. 

Vuelvo al barrio. Brooklyn me gusta cada vez más. Empiezo a preparar las cosas. Reviso la lista de ropa. Reviso la lista de tecnología y cámaras. Reviso la lista de cosas del baño. 

Intento vaciar el ordenador para llevarme más memoria y cuando me quiero dar cuenta ya son las dos de la mañana. Me meto en la cama corriendo, en tres horas tengo que estar en píe y cargar una mochila que me va a recordar que ya tengo 30 años.

Buenas noches Nueva York.

miércoles, 9 de mayo de 2012

día 183 los martes cerrados

Hoy es el cumpleaños de Aline, que también se apunta a la treintena. Quedo con ella para ir a ver la exposición de Cindy Sherman. No se me ocurre comprobar que día cierran. En Europa todos los museos cierran los lunes, aquí mantienen alto el listón de la singularidad particular. Volveremos mañana. Aprovechamos para dar un paseo por la tienda, que eso, casualmente, no cierra ningún día.

Caminamos hasta el japonés de al lado de la biblioteca nacional y me vuelvo a comer un sopa de soba y tempura. Aline se decanta por arroz y salmón. 

Subimos la quinta y veo en el escaparate de H&M que los bañadores están en oferta. Recuerdo que es una de las cosas a tachar de mi lista, me lo deje en España. Para alegría de nuestros oídos hoy la música no es tan estridente. De cuerpo entero sólo hay un modelo, verde, así que no tengo mucho entre lo que elegir. Entro al probador con pereza, hace frío en la calle y llevo mil capas. Decido dejarme las medias, que son también verdes. Parezco la hermana gorda de Eva Nasarre. Es una lástima que no tenga a mano un par de muñequeras y una cinta del pelo.

Caminamos hasta el Barnes &Noble de esté lado de la ciudad, cogemos todas las guías de Nueva Orleans y nos sentamos en el suelo del pasillo de ciencia, que parece el más tranquilo. Cuaderno y boli en la mano robamos información como espías de la KGB. 
Encuentro una guía de Estados Unidos en tren, el paraíso de Amtrack que explica qué estás viendo en todo momento a través de la ventanilla. Creo que me vendrá bien.

día 182 haciendo listas

Fred vive pegada a mi. La voy a echar de menos. Cualquier sitio le sirve para una siesta continua. Aunque disimule me estoy dando cuenta de lo rápido que me acerco a ser la loca de los gatos de los Simpson. 

Empiezo a preparar cosas para el viaje con mi minimundo de las listas. Lista de cosas que tengo que hacer antes de irme. Lista de cosas que no se me pueden olvidar. Lista de ropa que me llevo. Lista de recursos, cámaras, carretes, tecnología y libros. Lista de cosas del cuarto de baño. Listas que luego voy tachando, que es lo que más ilusión me hace. 

Cuando Carol me contó que se había hecho un cuaderno con cosas que quería hacer en algún momento de su vida no pude evitar caer en la tentación. Como me preocupaba no llegar a tachar nunca la colección de líneas absurdas que se me ocurrían en fila india (caminar por toda Rusia, tomarme un café con Lars Von Trier, darle la mano a una tortuga gigante...) decidí añadir pequeños retos, con un mínimo de dificultad, pero factibles tarde o temprano. De momento he tachado entrar a una fiesta privada en un super loft de Manhattan, dormir un día hasta tardísimo, ver un musical en Braodway, beberme un coctel en un club vestida de señorita, patinar sobre hielo al aire libre, probar la cerveza casera, disfrutar de un curso como una niña pequeña, pegarme un fin de semana de pelis en sesión continua y hacerme las cejas, no con mucha puntería, pero voy aprendiendo.

Bajo a la lavandería a lavar el botín de camisetas y sudaderas que el otro día me encontré en el portal. Los mercadillos de pasillo junto al ascensor me encantan. Creo que es una costumbre buena de reciclaje vecinal que espero pronto salte el charco.

Casi un mes fuera, tres cambios de uso horario, unos veinte grados de diferencia... La lista de la ropa está llena de tachones.


día 181 caminando

Trina me enseña una nota que alguien ha metido en nuestra casa por debajo de la puerta. No sé por qué me da que no es la mejor manera de presentarse en el nuevo vecindario. 

Me doy un paseo por el barrio. Brooklyn me gusta cada vez más. Esta ciudad es enorme y ofrece muchas cosas. Es normal que cuando sólo se cuenta con una semana para verla la gente no salga de Manhattan, hay mil cosas que ver y a cada manzana algo familiar e imaginado se descubre como real. Pero merece la pena salir de la isla y ampliar horizontes. Tanto Queens como Brooklyn cuentan con un encanto especial, más terrenal y mundano. Informarse bien antes forma parte del juego. Hay barrios, especialmente en Brooklyn, en los que hay que andar sabiendo por dónde se va, hay otras zonas que ya empiezo a considerar de visita obligatoria. Salir de la inmensidad del ladrillo le da otra perspectiva a la ciudad.

Estoy cansada, sigo teniendo sueño acumulado y cerebro plano. Las horas de más se notan a la espalda. Me compro una porción de pizza y vuelvo a casa. Fred me espera en la puerta. Ya es tarde en España. 
 

lunes, 7 de mayo de 2012

día 180 coney island pasado por agua

Quedo con Antonio y con Patricia para comer en Coney Island. Llego antes que ellos. Llueve. Las atracciones están paradas. Los turistas echan un vistazo rápido y corren de nuevo a Manhattan. El día no acompaña. Este mayo es gris, demasiado para todos los colores que brillan en el parque de atracciones. 

Comemos en el Nathan's. Repito mi tradicional combinación fish and chips de este paraíso del perrito caliente. Me han traído regalitos por mi vejez que me vienen fenomenal para el viaje. 

Ha dejado de llover. Paseamos entre las atracciones. Los charcos reflejan la noria. La sensación es extraña. Poca gente, mucha luz, aún más ruido. Antonio aprovecha para grabar unos planos recursos que necesita para un reportaje. Nos encontramos con Zoltar, no el de verdad, que está guardado en un museo, sino con una réplica que no le hace justicia. No cumple deseos. No abre la boca. No funciona sin estar enchufado. Pese a todo meto mi dolar y recojo la predicción de mi futuro. No es muy clarificadora, que estoy pasando por tiempos de cambio y que pronto todo se colocará en su sitio. En fin, lo que ya sabía yo solita. 

Vamos hasta el muelle, pero sin pisar la arena. Llegan Aline y Francesco y hacen el relevo. Patricia y Antonio se vuelven a Queens. Me despido de ellos hasta mi vuelta a Nueva York. Echaré de menos hablar en castellano las próximas semanas. 

Paseamos, algunas atracciones deciden cerrar. Así de desangelado, parece más bien una feria de pueblo, lo cual también tiene su punto. Pienso que tal vez al doblar la esquina una charanga me sorprenda tocando pasodobles. No sucede. Al otro lado un carrito de helados apaga las luces.

Pasamos por la puerta del Freak Show y después de dudar un poco ante los diez dólares de la entrada decidimos probar la aventura. El escenario es pequeño y frente a él bancos de madera en escalones al más puro estilo barraca años 30. El espectáculo es curioso y variopinto: tragadora de sables, malabarista de espadas, números con fuego, una mujer sin dedos, un hombre que levanta pesos con los párpados... todos ellos tatuados de arriba abajo, puro old school. 

Antes de volver al metro un último intento. Ahora ya sí que está todo cerrado y lo que queda abierto es porque se han tomado con calma lo de recoger. En el paseo marítimo tiene lugar una improvisada rave en la que se mezclan vagabundos, mayores, niños y abuelos al son del funk clásico y el hiphop neoyorquino. 

Cogemos el metro y nos vamos hasta un local de Brooklyn en el que espera el resto de la panda italosuiza para darle una sorpresa a Aline por su cumpleaños. Empezamos con cervezas, seguimos con perritos, jugamos a la Jenga, probamos un sitio que ponen minis de "cerveza", por llamarlo algo y acabamos en un local nocturno lleno de gente, evidentemente, más joven que nosotros. ¿Me persigue la mosca que me llama abuela o tengo que empezar a buscar sitios en los que me sienta más integrada teniendo en cuenta mi fecha de nacimiento?

día 179 cerrando el círculo

Dos horas al teléfono y ya no tengo marcha atrás. 
De arriba a abajo en coche: de nueva a nueva y tiro porque me toca. 
De derecha a izquierda en tren: de Nueva Orleans a Los Angeles en el Sunset Limited, que cruza Texas, Nuevo Méjico y Arizona para llegar a California. Dos días y algo, dos anocheceres, dos amaneceres, bastante desierto fronterizo con Méjico. 
De abajo a arriba, en dos tramos: de Los Ángeles a San Francisco, el tramo más corto de todo el viaje e implica dos autobuses y un tren. Curioso que una ciudad tan conocida como San Francisco no tenga estación.
De San Francisco a Seattle con el Coast Starlight. Cruzando el norte de California y Oregon para llegar a Washington.
De izquierda a derecha:  de Seattle a Chicago con el Empire Builder, tres días a bordo, viendo pasar árboles de la frontera con Canada. Y de Chicago a Nueva York, que no entra en el dichoso USA Rail Pass, así que tengo la reserva hecha para el tren pero depende de cómo vaya mi espalda a lo mejor cojo avión, que me cuesta lo mismo, aunque pierdo la horizontalidad de la ventanilla.

Rectángulo made in USA. Unos 14.000 km en tres semanas, como ir desde Madrid hasta el centro de Rusia y volver. Por cierto toda una idea. ¿Voluntarios para viajar hasta Rusia la próxima primavera?


día 178 millones de dudas

Creo que la batalla la gana el Norte. Ver Seattle es rendirle homenaje a mi adolescencia. Lo único que siento es que me dejé mi camisa de cuadros en Alicante... aunque espero que esté en Madrid.. 

Aún me quedan muchas cosas por ver de NY y sólo dos meses más en este país, pero si no salgo de aquí tendré la sensación de haber vivido en una burbuja. Esta ciudad no es este país. Aunque es la que más conocemos fuera, probablemente sea la menos representativa de esta parte de América. Mi cabeza da vueltas dudando si tomo la decisión acertada, pero haga lo que haga siempre pensaré que tal vez tendría que haber hecho otra cosa. Ya me conozco. Así que prefiero arrepentirme de ampliar horizontes y volver aún más pobre de bolsillo a casa, pero más llena de imágenes en mi retina.

Me voy a Penn Station pensando, erróneamente, que alguien contestará mis dudas y me explicará como funciona el dichoso billete. 40 minutos de metro y un trasbordo después, se limitan a darme un número de teléfono al que llamar. No dan información en directo ni se molestan en hacerte las reservas y la venta de billetes. Entre lo rápido que hablan y que mi línea se corta cada dos por tres lo mismo acabo en Calcuta.
 
Con las manos vacías de conocimiento me voy caminando hasta la biblioteca nacional, me apetece una sopa de soba y tempura.  El sitio no está muy lleno y puedo coger mesa para mí solita. Despliego el mapa con las vías del tren que he cogido en la estación y me leo la revista de horarios de arriba a abajo. Teniendo en cuenta lo largos que son los trayectos, no me quedan muchos días para pasear por las ciudades, pero sí mucha ventanilla para ver paisaje. No sé si estoy ya demasiado mayor para pasar tres días metida en un tren durmiendo en un asiento que se reclina 30 grados; pero me hace ilusión intentar demostrarme que nunca se es demasiado mayor para nada.  

día 177 eligiendo rutas

La pereza me invade. Pasaría días eternos metida en la cama mirando el techo, pero no me queda tanto tiempo. 

Ahora que está claro el primer tramo del viaje toca decidir cómo continúo. Voy a coger el USA Rail Pass, un billete de tren para 15 días en 8 tramos, que aún no he conseguido entender del todo, pero que me permite llegar hasta la otra costa y volver. Lo que aún no sé es si hacer el viaje de vuelta por el medio o por el norte. La red ferroviaria en este país no es tan diversa como en Europa. Hay varios estados que ni siquiera tienen estación de tren y muchos de los trenes sólo circulan uno o dos días por semana. Si a eso le añades que hay que reservar asiento y dejar cerrados todos los trayectos desde el principio el quebradero de cabeza aumenta.

Trina me dice que el paisaje del Norte es más bonito, a lo que añade que también la gente por allí es más civilizada que en el centro, donde abundan pistoleros y maizales, pero al viajar sin coche probablemente sólo pueda ver las casas de alrededor de la estación. Otra cosa curiosa de este país es que hay ciudades con redes de transporte exageradas y otras que no saben ni lo que es un autobús.

Me bajo a Strand a buscar una guía de Estados Unidos con la esperanza de organizar mi ruta. Cuando llego a una señorita, muy amable, me informa de que no quedan guías de todo el país, pero que puedo coger una por cada estado que tendré más información y me servirá más. Yo me planteo si me ha visto cara de viajar con el baúl de la Piquer a cuestas. Cruzo a Barnes and Noble, que también es una librería muy decente y con mucho catálogo, pero más manufacturada, no tiene el encanto del olor a papel gastado que encierran los pasillos de Strand. Aquí sí hay guías. Me decido por Lonely Planet, es bueno tirar de clásicos en estas ocasiones.

Me paso toda la tarde dándole vueltas al mapa, pasando las páginas de la guia invitándolas a que me hablen. Todo podría tener su momento, pero no tengo momento para todo. ¿Por qué las horas y el dinero no se multiplican solas?

domingo, 6 de mayo de 2012

día 176 planeando el viaje

Quedamos a medio día junto a la universidad de Columbia para comer y ver cómo organizarnos. En principio la idea es: coche de aquí a Nueva Orleans, unos seis días de viaje, para que podamos hacerlo con calma y ver cosas por el camino. Bajar por la costa hasta Carolina del Norte y torcer después a la izquierda pasando por Nashville hasta Memphis y de ahí hacia al sur hasta llegar a Nueva Orleans. 

Seguro nos vamos los cuatro, Aline, Francesco, Dario y yo. Mattia y Michela se unirán en algún momento, es la parte que falta por cuadrar. Por la noche quedaremos con ellos para cenar y hablar.

A mitad de la conversación me entero de que empezamos el viaje la semana que viene. Precipitado, pero cuando no te da tiempo a pensar mucho las cosas es cuando mejor salen. 

Dario y Francesco vuelven a la universidad. Nosotras nos vamos a B&H. La pesadilla sin límites como siempre. Hay que recordar que el bolsillo no tiene fondos ilimitados y en el paraíso de la tecnología es difícil no tener esto presente. Al final me compro una camarilla HD, del tamaño de un paquete de tabaco, para grabar el mundo pasar por la ventanilla.  

Un par de paseos por la ciudad y acabamos al lado del museo de Historia tomándonos una cerveza fresquita en una terraza, que sienta muy bien. 

Cenamos los seis juntos, las cosas siguen en duda. Matti y Michela tienen que mirar vuelos para decidir dónde podemos quedar.

En fin, lo único que sé claro es que bajo en coche a Nueva Orleans y que seguiré mi viaje en tren, que ya que me pongo, me voy a cruzar Estados Unidos. Why not?


día 175 el descanso del guerrero

Me despierto antes de tiempo pero no tengo por qué levantarme. Es una de las mejores sensaciones para empezar el día. El sol inunda la cama. Fred está aun más estirada que yo, ella sobre el edredón. Los minutos pasan y no me muevo. Cerebro plano, bienvenido sea. 

Han llegado dos personas nuevas al piso. Trina, una californiana de origen vietnamita que cabe en un bolsillo, y James, un británico recién graduado que podría haber sido modelo para el David de Miguel Ángel. Son divertidos. Mientras desembalan sus cosas nos contamos nuestras vidas. Fred no se separa de mi lado, no sé si porque en este improvisado triángulo yo soy la veterana o porque me ha cogido más cariño del que yo esperaba en este tiempo.

Bajo a poner una lavadora, otra cosa que tenía pendiente desde hace siglos. Media hora después, para el cambio a la secadora, Trina viene conmigo. Estoy convencida de que su bolsa de la ropa sucia pesa más que ella. La lavandería acompañada, siempre es más entretenida, aunque sigo echando de menos a Carol y su "me aburro, me escribes algo en facebook". 

El día transcurre tranquilo, perezoso y hablador.

día 174 diseccionando Casablanca

El salón entero abre bien los ojos en las dos últimas horas de teoría. Las siguientes 6 están dedicadas a Casablanca. Vemos la película pasando las hojas del guión, descubriendo fallos y aciertos, haciendo ejercicios con escenas, rompiendo el mito de la película sin guión establecido, para descubrir una de las historias que cuentan con el tratamiento más elaborado.

En el último descanso corren las botellas de Freixenet, por un segundo me siento en navidades. Me escapo al baño y al salir me cruzo con el instante en que McKee levanta su copa y propone un brindis por la "colaboración artística". Rauda y atenta, su ayudante me da una copa antes de que él acabe su discurso, parece que tienen sincronizados los relojes hasta que todos estemos dispuestos. Levantamos nuestras copas, orgullosos de estar ahí, en ese instante y en ese lugar, compartiendo desde el anonimato nuestra pequeña unión dominical.

Se acabaron las horas lectivas por ahora. 

Esta noche voy a dormir como la marmota que hace siglos sueño que soy.

día 173 the negation of the negation

Ha salido el sol. En el metro me cruzo con un chico del seminario, hago el camino con él. Hablamos de Atlanta, de Madrid, del mundo.

El discurso de McKee sigue llenando de pequeñas pildoritas mi mundo de ilusiones. Me gusta esto. 

En el descanso compramos unos bocadillos y nos sentamos en Herald Square. Compartimos anhelos de futuro, todos tenemos. Yo suelo llamarlo de una manera más inapropiada, mi propia colección de pajas mentales, que aumenta y se multiplica sin límites. De cajera de supermercado a guionista es el recorrido que mi montaña rusa hace 200 veces por segundo. 

No sé por qué hoy sueño con una casita en el campo, en medio de la nada, a la que se llega por un sendero que termina en tierra polvorienta. Unos cuantos árboles frutales, un pozo escaso de agua, un río que se escucha a lo lejos, una habitación con un gran ventanal desde el que ver todo y la pantalla del ordenador que se va llenando de palabras.

día 172 con McKee

Entre el comentario de que Meryl Streep tiene que ser un alienigena que ha venido de otro mundo a enseñarnos cómo actuamos los seres humanos y la sensatez que acompaña el discurso de que el único artista en el cine es el guionista y todos los que trabajan detrás, son interpretes de ese arte y ese mundo que él crea, repaso la construcción de estructuras, conflictos, crisis... 

Mi cabeza se siente despierta y lleno mi mundo de notas mentales para Anyone knows anything about grapes.
Al medio día cogemos comida y nos sentamos al sol ventoso de las mesitas de la Quinta Avenida. Es divertido hacer el curso con Elvar, sé que lo está disfrutando y nuestras conversaciones crecen en profundidad con los descansos. Me lo imagino en la Antártida, con su chica, sacando fotos de pingüinos y me muero de la envidia. 

A las seis de la tarde, cuando McKee cierra sus apuntes y dice mañana más, yo ya estoy muerta. En un último intento de lucha contra natura me acerco a Strand y rebusco entre estanterías. Cuando por fin llego a casa no sé si encender el ordenador y cenar o directamente dormir.

día 171 cuando el tres llego a mi vida

Esta es la cara con la que me despierto con treinta años. Tengo ojeras y creo que la nariz me ha crecido, o al menos antes no me había parado a pensar en el parecido razonable a Rudolf que estoy alcanzando. 

He conseguido cubrir todas las expectativas referentes a mi edad: no estoy casada, no tengo hijos, ni casa, ni hipoteca, ni trabajo, ni coche, ni perro...

Cuando era adolescente, en el descanso que teníamos en el cole para comer, veía Friends, nunca pensé que cumpliría los treinta pudiendo optar a ser uno de sus personajes: perdida en un futuro incierto, soltera y compartiendo piso en Nueva York. 

De cualquier manera, recién estrenada en década, con crisis a la espalda, me voy hasta el Instituto Francés a compartir mi día con 300 desconocidos en el Seminario de McKee.

Me divierto. Básicamente habla de lo que está escrito en su libro, al fin y al cabo es su libro, pero consigue que no te distraigas ni un segundo pese a la mole de horas lectivas del tirón y en inglés. Tiene una vena de comediante curiosa, un buen set de chiste sobre el mundillo de la industria, un curioso análisis de las diferencias entre europeos y norteamericanos y todo un don para empujarte a seguir trabajando. Parece un padre dándote una palmadita en la espalda y diciéndote "vamos, que sé que puedes".

Al acabar corro hasta el Soho. A la clase de la NYFA le quedan dos horas y el final de la peli de Elvar me espera. Entro discreta para no interrumpir la clase y me cantan todos a coro happy birthday. Muy internacional el día, qué monos son.

Me como una hamburguesa con ellos y salgo huyendo, hoy la vejez me pesa más que nunca y mañana hay que volver a madrugar. Qué ganas tengo de dormir. ¿Me estaré transformando en un oso polar en mi nueva década? 

Al volver a casa el volumen de cartas ha aumentado. Ha sido un cumpleaños raro que me ha enseñado mucho. Mucho de la gente que me rodea y ¡que me quiere! Qué bonito es siempre descubrir esto. Después de separarme me daba miedo volver a España y sentirme sola. Me he dado cuenta de todo lo que me equivocaba. Que las distancias son relativas y los años también. Que queda mucho por lo que luchar y mucho por ver. Y que tengo más ganas que nunca de vivir.

Gracias a todos por dejarme formar parte de vuestras vidas!!! Qué ganas tengo de besos y abrazos en directo.

día 170 diciendo adios

Me despierto con ganas, aunque reventada. Ayer se hizo de noche demasiado deprisa. La ciudad me anima a seguir adelante.

Hoy presentan Natasha y la complicación de compartir piso y Os y la rebelión adolescente. Todos tenemos ojeras, ya somos mayores y la noche nos pasa la factura con IVA. Nacho cabecea entre líneas, pero siempre consigue abrir un ojo en el momento en el que cambiamos de página. Seguro que es uno de los poseedores del don de dormirse en el metro. Aline y yo intentamos disimular el ataque de risa.

En el descanso corremos a por comida y volvemos a sentarnos en nuestras sillas. Nacho aporta un festival de cupcakes a su último día en los states y nos ponemos morados a azúcar. 

Antes de irnos foto de grupo. Ha sido bonito compartir esto con vosotros.

Que el tiempo y el espacio nos vuelvan a cruzar.

jueves, 3 de mayo de 2012

día 169 de no cumpleaños

Presento por la mañana, he dormido poco. Me encanta oírlo en alto, que los personajes tengan voz fuera de mi cabeza es algo muy sano. En la mesa risas, enfado, tristeza... parece que el guión mueve a la gente. Al final estoy contenta. Los comentarios son muy positivos y me ayudan a reenfocar una segunda escritura. Parece que gusta, que es la mejor de las señales, tienen curiosidad, les parece cinematográfica, les complace... la ven!!! Fantástico, ya me puedo emborrachar, el regalo de todo escrito o al menos mi mejor excusa. 

Por la tarde presenta Katia su locura circense, y al acabar nos vamos a una terraza a empezar la noche. Kate se une más tarde y nos descubre Ñ un pequeño local del Soho que a la luz de las velas regala la intimidad necesaria para abrir el alma brindando con un albariño. Me siento como en casa. 

La noche se alarga de las 6 de la tarde a las 5 de la mañana. Tengo ganas de vacaciones pero sé que la semana que viene voy a echar todo esto de menos.

día 168 cerrando el final

Hoy presenta John su triángulo amoroso. La clase pasa volando, pero aprovecho para relacionarme con gente de carne y hueso, aunque a todos nos persiguen personas de papel. La distracción se proclama reina a ratos. 

Vuelvo a casa. En el trasbordo de Bergen St, como siempre, el paraguas sin medio me espera para recordarme el lugar donde tengo que esperar a que la puerta se abra. 

Hoy es el último día para cerrar mi primer borrador. Estoy nerviosa, pero mis personajes más. Comparto estrés con el resto de gente de clase, Internet tiene sus peligros. Empezamos dándonos ánimos mutuos y acabamos pensando en escribir un musical porno o para adultos, como dice Nacho, entre todos. 

Me dan las dos de la mañana y, sorprendentemente, mi historia tiene final. Parece que John, Amanda, Daniel y Jane están contentos con él, aunque la historia no acabe bien para todos, todos han asumido su lugar. Mañana verán la luz, a ver qué tal les sienta.

día 167 en la espiral

Cuando lo que escribes empieza a tener vida propia te desligas de la vida real y te limitas a relacionarte con la ficción. El mundo empieza y acaba en la pantalla de tu ordenador, tus personajes se convierten en tus amigos, tu familia, tus confidentes y tú, sin darte cuenta, en un antisocial. Lo peor de todo, por lo menos para mí, es que no soy consciente de las horas que me paso encerrada en la habitación, con el culo apoyado en la silla y los ojos clavados en el brillo que me devuelve la pantalla y, sin embargo, disfruto como una niña pequeña que juega con sus muñecas. 

Fred se pasea y me maulla, pero mi cabeza está en otro sitio, está hablando con Jane, con Amanda, con Daniel, con John. Está ocupada en si les da permiso o no para hacer lo que quieren. Es curioso ser consciente de estar solo en una habitación y sentirte tan acompañado a la vez.


día 166 KOR

Escribir es algo que me gusta, me siento cómoda, me da vida vivir a través de otros ojos y, aunque me queje, me encanta que mis personajes se revelen, eso significa que han sacado algo de mí. 

El guión avanza, mi terapia con él también. Los de ficción y yo compartimos crisis, es fácil cogerse de la mano. Nos caemos juntos y nos intentamos levantar. A veces uno pisa a otro, puede que sin querer, puede que queriendo. La historia empieza a tener forma de película y aunque aún no tenga muy claro hacia dónde camina, camina, que ya es mucho más de lo que esperaba conseguir en tan poco tiempo.

miércoles, 2 de mayo de 2012

día 165 a tres

Hoy presentan Aline y Elly. Paseamos por la suiza italiana y nos vamos de fiesta con una condesa, día redondo abanderado por personajes femeninos. Voy a echar de menos leer guiones en alto, al final todos estamos sacando nuestro lado de actores. 

Al salir de clase me tomo una cerveza con Aline y Nacho camino de Union Square. Me tomaría mil y descansaría el cerebro, pero el deber me exige retirarme a mis aposentos a trabajar. Tres días, con uno de clases, y entrego. Este fin de semana me tengo que escribir del orden de 50 páginas. No sé si me va a dar tiempo a dormir.

Echo de menos perderme por las calles de la ciudad. La primavera invita a sentarse en terrazas y charlar hasta el anochecer. Necesito que lleguen pronto las vacaciones para recordar dónde estoy viviendo. 

dia 164 feliz

Fred intenta hacer todo lo que puede para que no trabaje. Con los días va mejorando su repertorio de entretenimientos varios, las cosas como son. 

Me atasco pero no me puedo permitir parar, creo que mis personajes me están cogiendo manía, hacen lo que les da la gana, parece el patio de una guardería, aunque que les pinte con tiza de colores el camino, ellos hacen zigzag y acaban en otro sitio sacándome la lengua. Cuando estoy a punto de tirarme de los pelos o darme al recreo que el sol que entra por la ventana me invita a tomarme, Mike llama a la puerta cargado con un taco de cartas. Las quiero abrir todas a la vez, me entra el ataque de impaciencia, seguido del de llorera y nostalgia, acompañado de todo lo que os quiero aunque me haga mayor. Lidiar con la crisis de los treinta es más fácil cuando me dais la mano y cuando sé que aunque lejos, todos estamos cerca. Gracias por formar parte de mi vida.