lunes, 7 de mayo de 2012

día 178 millones de dudas

Creo que la batalla la gana el Norte. Ver Seattle es rendirle homenaje a mi adolescencia. Lo único que siento es que me dejé mi camisa de cuadros en Alicante... aunque espero que esté en Madrid.. 

Aún me quedan muchas cosas por ver de NY y sólo dos meses más en este país, pero si no salgo de aquí tendré la sensación de haber vivido en una burbuja. Esta ciudad no es este país. Aunque es la que más conocemos fuera, probablemente sea la menos representativa de esta parte de América. Mi cabeza da vueltas dudando si tomo la decisión acertada, pero haga lo que haga siempre pensaré que tal vez tendría que haber hecho otra cosa. Ya me conozco. Así que prefiero arrepentirme de ampliar horizontes y volver aún más pobre de bolsillo a casa, pero más llena de imágenes en mi retina.

Me voy a Penn Station pensando, erróneamente, que alguien contestará mis dudas y me explicará como funciona el dichoso billete. 40 minutos de metro y un trasbordo después, se limitan a darme un número de teléfono al que llamar. No dan información en directo ni se molestan en hacerte las reservas y la venta de billetes. Entre lo rápido que hablan y que mi línea se corta cada dos por tres lo mismo acabo en Calcuta.
 
Con las manos vacías de conocimiento me voy caminando hasta la biblioteca nacional, me apetece una sopa de soba y tempura.  El sitio no está muy lleno y puedo coger mesa para mí solita. Despliego el mapa con las vías del tren que he cogido en la estación y me leo la revista de horarios de arriba a abajo. Teniendo en cuenta lo largos que son los trayectos, no me quedan muchos días para pasear por las ciudades, pero sí mucha ventanilla para ver paisaje. No sé si estoy ya demasiado mayor para pasar tres días metida en un tren durmiendo en un asiento que se reclina 30 grados; pero me hace ilusión intentar demostrarme que nunca se es demasiado mayor para nada.  

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