lunes, 28 de mayo de 2012

día 187 de Virginia a North Carolina

Nos despertamos y salimos a saludar al sol. Los vecinos, una pareja crecida con una madre jurásica y un perro diminuto, nos invitan a probar los melocotones de la comarca. La gente aquí tiene un hablar fácil y familiar. Esta sensación de comunidad me provoca una envidia particular.

Desayunamos al sol. El perro del Motel curiosea. Sientan bien las vacaciones, reencontrarme con el silencio interior. Parece que la cabeza a ratos se permite relajarse y olvidar. Otros ratos decide recordar de más.

De nuevo en la carretera paramos en un pueblo que, según la guía, es muy romántico. Puede que sea porque no me pilla en un buen momento, pero yo solo veo una calle desangelada con una gasolinera, una tienda de bolas de navidad y otra de souvenirs donde de paso se puede hacer la compra.

Seguimos nuestro camino. La carretera aporta un paisaje entretenido de seguir. 

Entramos en una especie de área de servicio, salpicada de McDonalds, Taco Bells y diversos que parece que juegan a los barquitos, con espacio suficiente entre medias para meter media ciudad. Henry's Memories se decide a dar su primer concierto del tour.

El público es escaso pero devoto. Las Harleys hacen ruido al pasar. Los coches que se paran en el semáforo aprovechan para colarse sin entrada.

Llegamos a Asheville y descubrimos que la wikipedia, para variar, no ha sido tan honesta como debería. Los hippies no son tan auténticos, no me cruzo con Janis Joplins descalzas, no hay pelambreras ni sujetadores al viento. Pero sí es verdad que hay muchas mujeres, parece la réplica de provincias de Mikonos.

Paseamos. Nos cruzamos con un cartel de venta de mercadillo improvisado en el segundo piso. Entramos. Tres jóvenes, modernos escritores, venden sus cosas antes de mudarse. Me llevo un libro de Paul Auster y una conversación minimalista sobre Syd Field y la escritura creativa. Me gusta la casa que tienen.

Cogemos cama en el albergue del centro. El paraíso de las literas enlatado entre dos bares. En el mostrador de la entrada el regalo de la casa: tapones. 

Bebemos cerveza local con ganas. No sé si es por el calor, pero creo que alcanzo a velocidad supersónica el estado de alegría chisposa que hacía tiempo que echaba de menos. Damos un par de vueltas en busca de restaurante. El pan casero calentito es una delicia.

Acabamos la noche en un espectáculo de Drag Queens. Todos con los ojos como platos. Aquí funcionan a base de propinas, la gente les da un dólar y ellas a cambio un beso. Me gusta más lo que estaba acostumbrada a ver.

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