
Mi cabeza se siente despierta y lleno mi mundo de notas mentales para Anyone knows anything about grapes.
Al medio día cogemos comida y nos sentamos al sol ventoso de las mesitas de la Quinta Avenida. Es divertido hacer el curso con Elvar, sé que lo está disfrutando y nuestras conversaciones crecen en profundidad con los descansos. Me lo imagino en la Antártida, con su chica, sacando fotos de pingüinos y me muero de la envidia.
A las seis de la tarde, cuando McKee cierra sus apuntes y dice mañana más, yo ya estoy muerta. En un último intento de lucha contra natura me acerco a Strand y rebusco entre estanterías. Cuando por fin llego a casa no sé si encender el ordenador y cenar o directamente dormir.
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