lunes, 7 de mayo de 2012

día 180 coney island pasado por agua

Quedo con Antonio y con Patricia para comer en Coney Island. Llego antes que ellos. Llueve. Las atracciones están paradas. Los turistas echan un vistazo rápido y corren de nuevo a Manhattan. El día no acompaña. Este mayo es gris, demasiado para todos los colores que brillan en el parque de atracciones. 

Comemos en el Nathan's. Repito mi tradicional combinación fish and chips de este paraíso del perrito caliente. Me han traído regalitos por mi vejez que me vienen fenomenal para el viaje. 

Ha dejado de llover. Paseamos entre las atracciones. Los charcos reflejan la noria. La sensación es extraña. Poca gente, mucha luz, aún más ruido. Antonio aprovecha para grabar unos planos recursos que necesita para un reportaje. Nos encontramos con Zoltar, no el de verdad, que está guardado en un museo, sino con una réplica que no le hace justicia. No cumple deseos. No abre la boca. No funciona sin estar enchufado. Pese a todo meto mi dolar y recojo la predicción de mi futuro. No es muy clarificadora, que estoy pasando por tiempos de cambio y que pronto todo se colocará en su sitio. En fin, lo que ya sabía yo solita. 

Vamos hasta el muelle, pero sin pisar la arena. Llegan Aline y Francesco y hacen el relevo. Patricia y Antonio se vuelven a Queens. Me despido de ellos hasta mi vuelta a Nueva York. Echaré de menos hablar en castellano las próximas semanas. 

Paseamos, algunas atracciones deciden cerrar. Así de desangelado, parece más bien una feria de pueblo, lo cual también tiene su punto. Pienso que tal vez al doblar la esquina una charanga me sorprenda tocando pasodobles. No sucede. Al otro lado un carrito de helados apaga las luces.

Pasamos por la puerta del Freak Show y después de dudar un poco ante los diez dólares de la entrada decidimos probar la aventura. El escenario es pequeño y frente a él bancos de madera en escalones al más puro estilo barraca años 30. El espectáculo es curioso y variopinto: tragadora de sables, malabarista de espadas, números con fuego, una mujer sin dedos, un hombre que levanta pesos con los párpados... todos ellos tatuados de arriba abajo, puro old school. 

Antes de volver al metro un último intento. Ahora ya sí que está todo cerrado y lo que queda abierto es porque se han tomado con calma lo de recoger. En el paseo marítimo tiene lugar una improvisada rave en la que se mezclan vagabundos, mayores, niños y abuelos al son del funk clásico y el hiphop neoyorquino. 

Cogemos el metro y nos vamos hasta un local de Brooklyn en el que espera el resto de la panda italosuiza para darle una sorpresa a Aline por su cumpleaños. Empezamos con cervezas, seguimos con perritos, jugamos a la Jenga, probamos un sitio que ponen minis de "cerveza", por llamarlo algo y acabamos en un local nocturno lleno de gente, evidentemente, más joven que nosotros. ¿Me persigue la mosca que me llama abuela o tengo que empezar a buscar sitios en los que me sienta más integrada teniendo en cuenta mi fecha de nacimiento?

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