jueves, 24 de mayo de 2012

día 185 de nueva York a Virginia

Quedamos temprano en el Upper para recoger el coche en Budge. Alquiler barato y millas ilimitadas, no se puede pedir más.
Entre los cuatro sumamos más equipaje del que creíamos. Esperamos un rato largo a que los anteriores traigan el coche. Cuando lo aparcan en la puerta descubrimos que vamos a viajar a lo Barbie Malibu, en un Ford Explorer rojo carmín. Es de siete asientos pero más pequeño de lo que esperábamos. Con la colección de maletas, las guitarras y el bombo el coche pasa a parecer un Fiat Punto.  
Un par de vueltas desorientadas y conseguimos salir de Nueva York. Adiós gran ciudad, adiós ladrillo, adiós estrés.

Cruzamos el estado de Nueva Jersey, que es mucho más verde de lo que imaginaba. A los lados de la carretera los gigantes se expanden hasta el infinito estirando los dedos para saludar al sol. Seguro que estos árboles dan más sombra que el Empire State.
Estoy contenta, echaba de menos la carretera. Si lo pienso bien creo que hacía años que no pasaba tanto tiempo seguido sin salir de un lugar. La ventanilla invita a la curiosidad, el sol calienta, la música acompaña y tengo ganas de sonreír. 

Al llegar a Maryland ya sumamos tres estados. Por despiste cruzamos Baltimor. Las afueras me recuerdan a John Waters, ahora entiendo por qué sus películas tienen tanto color. La vida es particular en los suburbios. Afino la vista pero Divine no está al otro lado.

Una parada para respirar y ya estamos en Virginia. Nos bebemos un té helado dentro del que podríamos nadar y reservamos sitio para dormir dentro del Shenandoah National Park. 

La carretera se estrecha volviéndose íntima y las montañas, pequeñitas y redondeadas, tienen el verde brillante de la amenaza de la puesta de sol. De vez en cuando paramos y salimos curiosos a mirar. 

Empezamos a cruzarnos con animales. Primero unas hormigas rojas de cabeza gigante, después unos cuervos negros gordos, a continuación un grupo de ciervos que deciden posar para las fotografías y por último, la sorpresa del día, un oso. No es un grizzly precisamente, sino más bien un Yogui en busca de emparedado, pero nos planteamos cerrar los pestillos de las puertas por si acaso. Rechoncho y reluciente, tranquilo en su caminar, espectacular después de tantos meses de asfalto. 

El hotel es el paraíso del jubilado en forma de pequeñas casetas de madera. Cuando dejamos las maletas, el sol desaparece frente a nosotros. Con la tripa llena y el primer contacto con el mundo bluegrass el cansancio empieza a recordarnos que ir a la cama puede ser una buena idea para lidiar con tantas cosas acumuladas en la retina.



No hay comentarios:

Publicar un comentario