miércoles, 9 de mayo de 2012

día 181 caminando

Trina me enseña una nota que alguien ha metido en nuestra casa por debajo de la puerta. No sé por qué me da que no es la mejor manera de presentarse en el nuevo vecindario. 

Me doy un paseo por el barrio. Brooklyn me gusta cada vez más. Esta ciudad es enorme y ofrece muchas cosas. Es normal que cuando sólo se cuenta con una semana para verla la gente no salga de Manhattan, hay mil cosas que ver y a cada manzana algo familiar e imaginado se descubre como real. Pero merece la pena salir de la isla y ampliar horizontes. Tanto Queens como Brooklyn cuentan con un encanto especial, más terrenal y mundano. Informarse bien antes forma parte del juego. Hay barrios, especialmente en Brooklyn, en los que hay que andar sabiendo por dónde se va, hay otras zonas que ya empiezo a considerar de visita obligatoria. Salir de la inmensidad del ladrillo le da otra perspectiva a la ciudad.

Estoy cansada, sigo teniendo sueño acumulado y cerebro plano. Las horas de más se notan a la espalda. Me compro una porción de pizza y vuelvo a casa. Fred me espera en la puerta. Ya es tarde en España. 
 

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