La pereza me invade. Pasaría días eternos metida en la cama mirando el techo, pero no me queda tanto tiempo.

Trina me dice que el paisaje del Norte es más bonito, a lo que añade que también la gente por allí es más civilizada que en el centro, donde abundan pistoleros y maizales, pero al viajar sin coche probablemente sólo pueda ver las casas de alrededor de la estación. Otra cosa curiosa de este país es que hay ciudades con redes de transporte exageradas y otras que no saben ni lo que es un autobús.
Me bajo a Strand a buscar una guía de Estados Unidos con la esperanza de organizar mi ruta. Cuando llego a una señorita, muy amable, me informa de que no quedan guías de todo el país, pero que puedo coger una por cada estado que tendré más información y me servirá más. Yo me planteo si me ha visto cara de viajar con el baúl de la Piquer a cuestas. Cruzo a Barnes and Noble, que también es una librería muy decente y con mucho catálogo, pero más manufacturada, no tiene el encanto del olor a papel gastado que encierran los pasillos de Strand. Aquí sí hay guías. Me decido por Lonely Planet, es bueno tirar de clásicos en estas ocasiones.
Me paso toda la tarde dándole vueltas al mapa, pasando las páginas de la guia invitándolas a que me hablen. Todo podría tener su momento, pero no tengo momento para todo. ¿Por qué las horas y el dinero no se multiplican solas?
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