viernes, 20 de abril de 2012

día 161 quinta mudanza

De nuevo en clase. Después del aislamiento del fin de semana me sienta hasta bien. Por la mañana arrancamos con la presentación de guiones completos. Hoy le toca a Nacho y su locura en Riverside. Por la tarde acabamos con el guión de Up y vemos la película. Qué bien sienta volver a ser un niño cuando empieza a hacer calor en la calle. Con los títulos de crédito hasta el profesor, Mister D, se anima a marcarse un bailecito, impagable.

Nos tomamos una cerveza al aire libre. La primavera va y viene, así que se aprovecha cuando se puede. El baile nos da de sí bastante conversación. En pocos minutos ya se ha convertido en un clásico. Menos mal que no me lo he perdido.

Vuelvo a Brooklyn y con mi técnica, ya más que ensayada, en un corto lapsus de tiempo ya estoy instalada en mi nueva habitación. Con todo sorprendentemente ordenado. Fred salta por encima de la cama mientras coloco mi edredón de Toy Story, ahora totalmente a la vista, "Toys to the rescue" me acompañan. Dos inmensos ventanales me dan ojos a la calle y gracias a que justo enfrente de mí hay un hueco entre dos edificios puedo ver el Prat Institute desde mi escritorio, con sus tejados ondulantes y su vida propia.

día 160 el circo de Fred

Me despierto mejor aunque sigue acompañándome una legión de gérmenes mal educados. Fred me dedica un set de momentos de lo más entretenidos. Primero intenta entrar en una bolsa que es menos de la mitad que ella, esperando el redoble de tambores que debería acompañar su intrépido número de magia. Después bebe del grifo, como un cowboy sediento en medio del oeste tras surcar el desierto sin caballo. Al rato decide que el mejor sitio, de toda la casa, para descansar se encuentra en el pequeño hueco que queda entre la nevera y el armario de arriba, estoy convencida de que tiene más de medio culo al aire, pero le sobra dignidad para aguantar sin que se note.

No consigo trabajar en casa y echo de menos que me dé algo el aire, así que me cruzo de acera y entro en el café de enfrente de casa, ordenador en mano, para intentar escribir algo. El sitio es aun más amplio por dentro de lo que parece por fuera. Somos muchos, cada uno con su ordenador, cada uno con su café, cada uno en su mesa, y sin embargo el local parece que está vació.

Antes de las siete de la tarde cierran el chiringuito. Voy a sacar dinero para pagarle a Jensin la cama, porque señores, me vuelvo a mudar. Esta vez dentro de la misma casa. Con esta ya van cinco habitaciones desde que llegué a la city. Cuatro casas en total y, ahora sí que sí, no estoy dispuesta a volverme a mover.

miércoles, 18 de abril de 2012

día 159 resistiendo

Aquí seguimos yo y mis gérmenes metidos en la cama. La fiebre baja, aunque las noches son más densas que los días.
Me animo y me hago la comida. Toso como un perro y me doy cuenta de que voy abrigada de más cuando me cruzo con mis compañeros de piso, que se pasean en tirantes. Yo llevo tres capas y bufanda al cuello.
Por la tarde decido darme a la aventura de pisar la calle, a ver si el aire mata alguno de los bichos que me acompaña y así de paso compro kleenex que el papel de lija que tenemos ahora en el baño me está dejando sin nariz.
Lo más parecido que encuentro en el Family dollar es una caja de tissues, por lo menos serán más suaves. Aprovecho que he pasado por la puerta de Dough, un sitio de donuts que me dijo Katia, una chica de clase. Es una pastelería a la antigua usanza, les ves hacer masas a través del cristal y los donuts no son tan cochinos y de plástico como los del Dunkin. Los sabores bailan entre hibiscus, chai tea, naranja amarga y otras delicias. Yo me decanto por llevarme uno de cheescake que no tengo muy claro si me sabrá a algo con está nariz y está garganta que gasto estos días.
Al llegar a casa hago recuento de gérmenes y descubro que todos han vuelto conmigo. Maldita sea, no le he dado esquinazo ni a uno.

día 158 tirando de farmacia

Después de una noche sudando y dando vueltas me despierto con un horrible constipado que me bloquea el cerebro. Me acuerdo de cuando me decían que si tenía fiebre es que estaba creciendo. Yo me voy igual, ni un milímetro más. La única novedad viene introducida por lo que toso, por lo que me sueno los mocos y por lo que me duele la cabeza. 

Desde que soy portadora de tornillos y, al contrario que Frodo, no puedo ni quiero deshacerme de ellos, estar resfriado suma un punto en la escala de complicarse la vida. Dos, si tenemos en cuenta que también estoy operada de sinusitis.

Decido no ir a clase y no salir de la cama. Creo que es la decisión más acertada que he tomado en los últimos meses.

día 157 las cerillas de Aspen

Bajo las escaleras un par de veces. Me parece curiosa la obsesión que se ha desarrollado en esta ciudad por los incendios. Hay bocas de incendios en la calle, integradas en los edificios con mil ramificaciones, mangueras por plantas... Daría hasta mal rollo si no fuera porque las películas nos han enseñado que las usan para divertirse en los veranos calurosos. 

Hoy además me encuentro con una caja minúscula de cerillas, con un misterioso hombre que parece que me quiere decir algo. Me siento dentro de la trilogía de Paul Auster, no sé si tendré que convertirme en espía de la ciudad de cristal. 

Como y me marcho a clase. Leemos paginas en alto, me gustan nuestras mesas de debate abierto después de hacer de actores, de dar vida a nuestros personajes con voces improvisadas. 

Al volver a casa descubro otro gran avance de mi nuevo edificio. Puedo tirar la basura por una puertecita que hay en el pasillo. Puedo ser Jack Nicholson en Mejor imposible. Las excusas para bajar en pijama a la calle se reducen.

día 156 que caro está el aceite Mari

Clase mañanera. Avanzo poco a poco, poco a poco. 

Paso por la compra y me llevo un susto, aunque lo supero. Veo aceite Carbonell, del de verdad, del que tiene color y sabor, del que tanto echo de menos. Caigo en la tentación de comprar lo que aquí, más que en ningún sitio, es oro líquido. Medio litro casi 6 dólares. Doblan el precio y disminuyen el tamaño con la exportación. Debería existir un descuento para nacionales.

día 155 en el 309

Parece que el color sienta bien. La gente de clase me dice que les gusta, que me pega y que se me ven más los ojos. Qué más puedo pedir.
Después de clase acompaño a Aline a por cupcakes y me doy un paseo ligero hasta Union Square. 
Al llegar a casa rasco un rato a Fred y luego me pongo a trabajar. 
Ya está. ¿Quién dijo que la vida de alguien que escribe era interesante?

día 154 pelirroja?

Clase por la mañana temprano. Me hubiera quedado vagueando en la cama por los siglos, pero no lo he hecho. 

Después de clase intento trabajar, pero no puedo, ataque mental. El guión no arranca tan rápido como me gustaría. Me doy una vuelta. Entro en una pharmacy con la idea de comprarme algo que esté en rebajas. Salgo de ella con un tinte pelirrojo. Why not? A lo mejor en la media hora que tengo que esperar a que haga efecto me llega la brillante idea que estoy esperando.

Me leo las instrucciones, me pongo los guantes, junto los líquidos y me unto el mejunje por la cabeza. La suerte está echada. Todo sea que mañana tenga que volver en busca de otro color de oferta.

Media hora después no sólo no he tenido ninguna idea sino que el olor me está intoxicando. Tendría que haber salido del baño, que esto de que no tenga ventana no es muy sano.

Me meto en la ducha y me aclaro el pelo. Parece que soy un alfarero lavándose las manos después de 8 horas de trabajo en el torno. Salgo de la ducha y me miro con cierto escepticismo en el espejo. Bueno, no está tan mal. Mojado se ve más oscuro de lo que luego se queda cuando se seca. Al final hasta me gusta.

día 153 escondiendo huevos

Hoy se celebra aquí el easter, curiosa manera de cerrar la semana santa, un rollo raro que involucra conejos y huevos que aún no he conseguido entender bien ni saber de dónde viene.
Quedamos en Riverside Park, mientras Aline, Nico y Jalalu ruedan otra parte de la entrevista, yo me distraigo viendo cómo una madre vestida de domingo, para algo es domingo, cesta de mimbre en mano, esconde frente a su hijo, que espera paciente sentado en su carrito, unos huevos de plástico de colores, que ni tienen nada dentro, ni son de chocolate. Cuando acaba con su tarea saca al niño, que ha presenciado toda la operación, le coloca la cesta de mimbre en la mano y lo suelta para que recoja los huevos. Le hace un millón de fotos por segundo. Yo no sé si me acuerdo de cerrar la boca mientras presencio la escena.

Nos trasladamos a Central Park, nuestra ultima localización, a rodar lo último del último día de rodaje. Ha sido divertido pero cansado. 

El sol y el festivo son una buena conjunción para que el parque esté repleto. Hay gente jugando al béisbol, tirándose el frisbi, corriendo detrás del perro, merendando, jugando en el césped, dándose besos encima de una toalla, caminando descalzos, leyendo.

Jalalu toca un rato, primero solo, luego acompañado. La gente que ha venido a hacer de público se va disolviendo cuando el sol va abandonando. 

Se acabó el rodaje.

día 152 de la playa al asfalto

Madrugar para venir a Coney Island es algo que nunca me cuesta, menos aún si sale el sol y el día se promete animado. 
Rodamos por el paseo. Rodamos por la playa. Una mujer sirena se atreve a bañarse. Una excavadora que pita, peina la arena. Un par de corredores rompen la línea del horizonte. Todo va adquiriendo más vida. Más color. 
Rodamos por el paseo ahora que el nuevo Nathans está abierto. 

Nos sentamos al sol y nos comemos unos perritos calientes. Es verdad que tienen algo, no en vano son "los mejores de nueva york".

Volvemos al metro. Aline aprovecha para rodar más. Francesco y yo para comernos una manzana. Vamos hasta Chelsea, al rooftop del Westbeth, un edificio de lofts lleno de artistas mayores. Grabamos la entrevista a Jalalu, se pasea entre la curiosa persona que es y el personaje reconstruido que a veces quiere aparentar. Al bajar nos topamos con un apartamento abierto y una pintora de 70 años que nos invita a conocer su casa. Soltera y sin gato, con síndrome de diogenes, moño, bata blanca manchada de pintura, gafas colgando de un cordel. Veo otra opción de futuro, está con unas espectaculares vistas a Manhattan.
 
Tenemos un pequeño descanso. Paramos en un pequeño local a tomar una cerveza y comernos un humus que acaba por saber a poco. Nos damos cuenta de que estamos un poco quemados. El sol de la playa estaba camuflado con el frío del viento. 

Ellos cogen un taxi para grabar dentro. Yo me voy en metro. Sincronizamos nuestros relojes y quedamos en Times Square. 

El amogollonamiento de gente es el habitual, en grado horrible, desesperante de masa borreguna. Hacemos hueco y cuando el cuerno empieza a sonar la gente sola va formando un circulo organizado. La noche cae poco a poco. Cada vez se nota más que llevo en pie desde las cinco de la mañana.  

día 151 a la sombra del puente

Jalalu llega tarde, pero el día de hoy es relajado, no pasa nada. Ha dormido considerablemente menos que nosotras y mucho menos de lo que nos habría gustado que durmiera. Le cuesta arrancar.
Rodamos en el parque del puente de Brooklyn, junto a la noria. Un hombre con su batería y una mujer con su saxo se acoplan a nuestra legalidad de tocar. Los tres hacen una buena combinación. Un guardia de seguridad viene y nos pide los papeles. Todo está en regla, salvo porque estamos colocados en un sitio para el que no es nuestro permiso, tendríamos que estar al otro lado del puente. Como no nos queda mucho rato decidimos acabar aquí el rodaje. 

Vamos a comer. Aline nos lleva a un sitio que a primera vista tiene muy buen aspecto. Un espacio diáfano, grande, lleno de sol y de mesas vacías. Nos hacen esperar más de tres cuartos de hora para darnos mesa, aunque el restaurante no ocupa ni la mitad de su aforo. La comida tarda en llegar otra media hora. La hamburguesa habría estado mucho más rica si no hubiéramos tenido que esperar por los siglos de los siglos a olerla. 

Hacemos algún plano más en la calle, de camino al metro y damos por finalizado el día.

Cuando llego a casa me enfrento a la aventura de descubrir dónde está la laundry, que con saber que está en el sótano no tengo ni para empezar. El paseo a lo Dora la exploradora me da de sí casi un cuarto de hora por el laberinto de pasillos blancos y techos altos, llenos de señales rojas de exit por todas partes. Al final doy con ella. Me estudio el sistema, que pasa por comprar una tarjeta con un chip, que luego hay que meter en la lavadora y la secadora respectivamente para que el susodicho aparato arranque. Subo a casa, con el ascensor, que ahora, por fin, vivo en un piso en el que hay de todo, relleno la bolsa de Ikea con la ropa sucia, el jabón, una botella de agua y un libro, y vuelvo a coger el ascensor. Aquí no hace falta que me quede, pero como es el primer día me hace hasta ilusión, y de paso me siento un poco, que me viene bien. 

Una hora y diez minutos en Sunset Park con Paul Auster oyendo la lavadora girar.

día 150 de suiza a ny

El día arranca temprano en South Ferry Park. El río a lo lejos se mezcla con el mar, mientras la señora libertad disfruta tomando el sol. 
Jalalu aparece hecho toda una caja de sorpresas, con su maleta Mary Poppins que no para de abrir y cerrar para sacar y meter cosas. Me regala una tableta de chocolate suizo, a Aline un conejo de lindor con cascabel incluido. La aventura se promete arriesgada. Primeros planos superados.

Caminamos hasta Wall Street, punto de encuentro de nuestra segunda localización. Aquí se nos une al grupo Nico, el chico de sonido atrezado con su pértiga y su mezcladora. 
El sonido del cuerno de los Alpes desconcierta a la ciudad, embriagando a las colecciones de corbatas que se pasean apresuradas móvil en mano. Muchos curiosos se paran, preguntan, curiosean, sacan fotografías. El espectáculo está servido. El rodaje que lo acompaña sólo lo decora. Cuando el sonido que sale de los casi tres metros de cuerno es puro, grave y gutural te transporta a otros mundos. Te deja soñar. Cuando se vuelve reconocible, terrenal e interactivo se transforma en uno más de la jauría.
Hacemos una parada para comer en un tailandés de Chinatown. En el parque que cruzamos cientos de chinos aprovechan su día libre para charlar en un día primaveral. Algunos juegan a las cartas, otros tocan instrumentos, creo que la hora del taichi ya ha pasado.

La reverberación de la siguiente localización hace que la dimensión aumente en todos los sentidos. La estación de Laffayet-Broadway es, sin duda, un gran acierto. Las personas se cruzan, se mezclan, interrumpen su vida, algunos hasta deciden perder trenes. Jalalu entrega su alma, juega a invitar a su trompeta, haciendo un dúo a dos manos, a dos sensaciones.

Una hora y pico de rodaje y estamos listos para subir a Harlem. El American Legion nos vuelve a abrir sus brazos. Es temprano, aún no están oficialmente abiertos. Nos quedamos en el jardín trasero, sintiendo de nuevo estar en un camping de vacaciones.

Antes de que empiece la Jam session, hoy liderada por Justin, un organista irlandés a la altura de cualquier Hammond, cenamos. La gente de este local es estupenda y curiosa. La cocinera se sienta en la mesa con nosotros, nos pregunta nuestros nombres y nos canta la carta, todo muy de andar por casa, ideal para un camping de playa. 

La música es buena, la noche divertida y cae alguna cerveza de más. Es tarde y mañana volvemos a rodar temprano. 

sábado, 14 de abril de 2012

día 149 de film comision

Bajo temprano a Manhattan para pedir los permisos que nos faltan para rodar en la calle este fin de semana. Es la primera vez que piso la film comision de aquí. Lo que más me gusta es que está dentro del edificio de Ed Sullivan, aunque se entra por un lateral. La entrada es seria, un guardia de seguridad te mira de arriba a abajo, se copia tu identificación, te saca una foto... parece que en vez de pedir permiso para rodar lo pido para atentar.

Me dan una pegatina con mi foto. Con la calidad de impresión que usan puedo ser yo o cualquiera que circule por la calle en ese instante. Subo a la sexta planta, pongo mi mejor cara de niña buena y solicito los permisos. Hay un par de fallos en el papeleo que llevo, me dejan un ordenador para cambiarlos. Pasada una hora tengo una firma. Ya podemos hacerlo todo legal. Un alivio, teniendo en cuenta que vamos a rodar a un hombre tocando un cuerno de los alpes de unos 3 metros, no sería fácil salir corriendo.

Llevo el ordenador encima para trabajar un poco. Me planteo ir a la biblioteca nacional. Según me voy acercando a la quinta y los turistas van taponando la calle cual procesión andaluza de semana santa, pero sin cánticos, me arrepiento. Me meto en el metro y bajo hasta West4, aquí aún se puede respirar. Entro en un diner a comer. No me dejan sentarme en la mesa grande, tengo que elegir entre tener el plato en la mesa o el ordenador. No puedo trabajar. 

Camino entre el village y me topo con una cafetería tranquila y agradable. Ideal para escribir. Paso el rato con mis personajes bebiéndome un cafe frappe antes de irme a clase.


día 148 de gatos y caballos

He dormido bien. He desayunado bien. La cosa empieza a funcionar en mi nuevo espacio. Fred me vigila. Hace calor. El sol apunta alto. Me voy a clase.

En el descanso presenciamos la explicación de un guía en la puerta de la escuela. Es algo habitual, estamos en el centro del Soho, en Broadway, hay turistas a patadas, lentos, mirando el cielo como si nunca antes hubieran visto un edificio de ladrillo. Pero este tiene algo particular que nos llama la atención. Va armado con un caballito de palo. Según explica las cosas va girando la cabeza del caballo indicando la dirección. Me parece muy divertido seguir a un animal de peluche por las calles de Nueva York. Me entran ganas de caminar trás él, pero el descanso se acaba y hay que volver a clase.

viernes, 13 de abril de 2012

día 147 despertando en el capitulo dos

Me levanto temprano. Ayer no pude hacer compra, se me había olvidado que no es tan normal que los supermercados abran 24 horas al día. Así que me voy a la calle con la tripa vacía.

Hago la primera parte del recorrido en metro, línea G hasta Bergen, estación en la que tengo que salir a la calle y cruzar de acera para cambiar de anden. Aprovecho ese momento para buscar un sitio donde desayunar. 

Los huevos están ricos, pero empiezo a notar que Brooklyn es más caro que Queens.

Primera clase superada, las historias crecen solas. Salimos a comer. Aprovechamos para trabajar un poco más en cosas del rodaje. Volvemos con las pilas cargadas y la comida a medio digerir. 
Antes de volver compro una almohada, sábanas y un edredón, de Toy Story, que es el que está en oferta. El toque infantil combina muy bien con dormir en una litera. Hoy voy a dormir como una princesa.

En casa intento trabajar pero a Fred, como a Berger, mi gato en España, no le gusta que use el ordenador. Es curioso cómo reclaman su momento de atención.

Espero que Berger no se ponga celoso. También espero que le pueda sentar bien tener amigos, porque a este paso me empiezo a ver como la loca de los gatos de los Simpson. Vieja, despeluchada y rodeada por un ejercito minino adicto a la leche.

día 146 adiós Queens, hola Brooklyn

No puedo entrar en la habitación hasta por la noche, al anterior inquilino no vienen a buscarle hasta entonces. El misterio continúa. Me siento dentro de una peli de Hitchcock. ¿A lo mejor no hay nada detrás de la puerta?

Yo disimulo en Queens, total, no hay nadie. Creo que el espárrago lo ha hecho aposta. Necesito que ella aparezca para poder salir, si no tengo llaves hay que dejar la puerta de la casa abierta, porque aquí las puertas no se cierran solas cuando tiras de ellas como en España, otro escalón atrás en la evolución. En cualquier caso me viene bien. 

Ya no tengo nada de comida que Papá Noel la entrego ayer, así que bajo a la calle y me compro una sopa y un bagel en el Brooklyn Bagel en honor a Carol y su family. Me siento en el sofá y me pongo al día con Walking Dead. Creo que me gustaba más la primera temporada.

A eso de las seis aparece el espárrago. Recojo lo que me queda en el baño, el detergente y los pingos varios sueltos. Me despido mentalmente de las dos habitaciones. Saco las llaves del llavero. Las junto con las de Carol. Dejo dinero para los gastos del mes encima de la mesa de la cocina. Me da tiempo a que se haga de noche. Llamo a la puerta del espárrago. Sale sin hablar. Le digo adiós y buena suerte y me contesta cerrándome la puerta en las narices. Fin de la película. Adiós Queens.

Paseo pesada hasta el metro, no sé por qué ayer me tuve que olvidar de tantas cosas. La bolsa de Ikea va hasta arriba. Hora y media de metro y estoy en mi nuevo barrio. Entro a mi nueva casa. Aún no puedo entrar a mi nuevo cuarto. Hitchcock me habla en la oreja.

Me siento en el sofá del salón a ver unos episodios de Big Bang Theory en la tele. Fred se me acerca, creo que quiere ser mi amiga.

Pasan más de dos horas hasta que el chico termina de sacar sus cosas y me da mi copia de las llaves. 

La habitación es canijilla, cosa que esperaba, con una ventana a la habitación de al lado, pero no la puedo abrir, con una litera con mesa debajo y un par de muebles más. No está mal.

Mike, el ocupante de la casa y el que tiene el contrato, me ayuda a limpiar el caos que me ha dejado de recuerdo el anterior. Sacamos dos bolsas de basura. Es tarde pero estoy aún despierta, así que deshago todas las maletas. Cuando me doy cuenta son casi las dos de la mañana, estoy muerta y mañana entro a las nueve. 

No tengo sábanas, ni manta, ni almohada. Mike me había dicho que tenía de todo. A estas alturas se da cuenta de que sólo tiene sábana para prestarme. Me subo a la litera en plan indigente de interrail. Me tapo con la manta del avión, que seguro que nunca pensó que iba a trabajar tanto, y me hago una almohada con un jersey.  Al rato la cosa se enfría y tiro del plumas. 

Mañana tengo que comprar un edredón y una almohada.

día 145 cuarta mudanza

No empiezo a vivir en la casa nueva hasta mañana, pero hoy ya puedo dejar allí mis trastos. 
 
Acabo de empaquetar cosas y cuando Aline me avisa que ya sale de Harlem con destino Astoria, calculo y llamo al taxista.
En este tiempo me he multiplicado, no sé cómo lo voy a hacer para volver a España. Tengo más equipo, más libros, más ropa, más trastos innecesarios cargados de valor sentimental... qué ruina. Sigo igual que siempre, con un síndrome diógenes galopante que le otorga valor hasta a la pelusa que me encuentro mirándome cara a cara en la puerta del portal.

Volvemos a estar a tres grados y llueve, día ideal, sin duda, para subir y bajar doscientas veces las escaleras.

El taxista aprovecha para perderse un poco en el camino. Ya se me había olvidado lo que era subirse a un coche. Desde que estoy aquí este es mi tercer viaje. El primer día que aterrizamos aquí para ir del aeropuerto a casa de King, cuando mi madre y Javier vinieron para ir del aeropuerto a Queens. Es la primera vez que no vuelvo de un aeropuerto. Creo que el siguiente viaje será yendo a él, qué remedio.

El barrio es cada vez más curioso, entramos por la parte de abajo. Hay muchos judíos con sus sombreros grandes que parecen rollos gigantes de papel del váter de pelo de animal. Llevan chubasqueros especiales para que les quepan dentro de la capucha. Todos combinados en negro. 

Dejamos las cosas en el salón y nos vamos a West4 a comer. Entramos en un restaurante italiano que conoce Aline. La pizza es maravillosa, de lo mejor que he probado en ny, definitivo. Me acuerdo de Carol y de lo que habría disfrutado con el jamón. 

Me doy un paseo tranquilo por Manhattan, he decidido darme el día libre. 

Me cruzo con un mercadillo callejero y pierdo el tiempo mirando piedras para collares. El día sigue gris pero ya no llueve.

Cuando llego a casa empaqueto la comida que me queda y me voy cargada, cual Papa Noel cutre, a casa de Patri y Antonio. Última cena en el barrio en muy buena compañía.

Mañana ya seré una auténtica neoyorquina de Brooklyn.

día 144 haciendo maletas

De nuevo sale el sol temprano, la clase reluce. Sigo pensando que algún día tendré una casa con unos ventanales así. Lo he escrito en mi cuaderno de cosas que hacer en el futuro, sería fantástico poder tacharlo.
Salimos a comer. El mundo taper y las escaleras de Crosby St son la combinación perfecta para los días de sol. Siempre están lo bastante llenas como para recordarme que la idea no es tan original como parece.

Después de la clase de la tarde me tomo una cerveza con Aline. En principio iba a ser algo rápido, tenía que ir a la lavandería y empaquetar todo. Al final decido estrenar lavadora en Brooklyn y tomarme otra cerveza. 

De camino a casa me paro en el Marthas y me regalo una mil hojas de frutas del bosque. 
Hago las maletas, torpe, lenta y con pocas ganas. Me acuesto reventada y tarde. Aún me quedan cosas por organizar, pero mañana será otro día.

día 143 sin novedad en el frente

Anodino y pasajero. Trabajo en la escaleta antes de ir a clase. La historia avanza más lenta de lo que me gustaría. Necesito más tiempo y no lo tengo. Necesito más concentración y no consigo sacarla de la manga. 
Vamos Raquel... usa el cerebro!

día 142 planeando rodaje

Quedo temprano, antes de clase, con Aline para preparar cosas del rodaje de Jalalu. Entramos en Savoy, un pequeño local cerca de la escuela que huele a madera recién cortada. Tengo la sensación de no estar dentro del caos de la ciudad. Es agradable. Empezamos con un té y acabamos con una ensalada. El plan de rodaje empieza a tener forma.
Subimos a clase contentas. Como siempre, todo un descanso para el cerebro y el alma. KOR, la nueva frase estrella de clase (keep on rolling)

Me marcho directa hasta Classon Ave a pagar la fianza y el mes de mi nueva habitación, que no es la que vi, sino otra. Se supone que tiene las mismas medidas. No puedo entrar a verla. No sé por qué decido fiarme de este peculiar chico nacido en algún estado del medio oeste de familia coreana, pero en fin, es mi mejor opción y no tengo que seguir buscando, que siempre es pesado y eterno. Si quisiera pasar castings habría elegido otra carrera.

Llego a casa reventada. Cruzar de Brooklyn a Queens es un parto que pasa por Manhattan, más de hora y media de recorrido con tres o cuatros transbordos, depende de si decido invertir menos tiempo o más comodidad.

día 141 de casa al cole del cole a casa

Me voy despidiendo del barrio con la mirada. El paraíso griego tiene su encanto. Sé que voy a echar especialmente de menos el río, sus vistas, su tranquilidad, y la posibilidad de correr viendo como Manhattan se acerca a ti. Han sido casi cinco meses a este lado de la ciudad, teniendo en cuenta que un día aquí me dura lo que cuatro en España, supone millones de recuerdos de cada calle, del supermercado, de la lavandería, de los bares, de los restaurantes, del waltz, de sus gentes gritando en griego, de las aceitunas baratas, de mi tienda de segunda mano favorita, de ser vecina de Patricia y Antonio... Me voy a llevar la maleta llena de cosas que no pesan, pero valen más.

día 140 ya es primavera en Central Park

Nos levantamos temprano, desayunamos los tres juntos y ponen rumbo a porth authority, para desembarcar en Boston. 

Se supone que entro temprano, pero anulan la primera clase a última hora. Ha salido el sol, no tengo ganas de estar encerrada en una casa que ya no es la mía. Escribo a Aline a ver si se apunta a comer en Central Park. Parece que la idea también le rondaba la cabeza.

El amor se multiplica demasiado con el buen tiempo o ahora lo veo más que nunca, como cuando crees que a lo mejor estás embarazada y sólo ves barrigas prominentes y carritos por todas partes. Me sorprendo a mí misma odiando a cada pareja que se abraza tumbada en el césped. 

Hablamos de la vida, de fotografía, de libros... el viento empieza a soplar con más ganas. Bajamos andando hasta la escuela. 

Al final acabamos tarde. Como es mi primera cena oficialmente soltera decido coger salmón en el japones de la esquina. Me siento en el sofá cual princesa, me pongo una película e intento disfrutar de mi nueva condición, que si pienso mucho me pongo triste.

día 139 adiós amiga

El día se despierta premonitoriamente gris, con sus nubes pesadas y su lluvia a rachas. Desayunamos y bajamos a Manhattan. Un poco más de quinta avenida. Hoy toca parade de griegos. Hay millones de carrozas por todas partes, pero el desfile empieza demasiado tarde como para que podamos verlo entero aunque, eso sí, algún legionario nos cruzamos en el camino de vuelta.

Volvemos al barrio y probamos otro italiano. La sensación de final se respira en los diálogos. 

Bajamos las maletas, con la esperanza de que todas entren en el taxi y mientras se van subiendo me da el ataque de llorera. Ha sido bonito compartir este camino, descubrir a una persona, tener en quien apoyarme y confiar. Te voy a echar mucho, mucho de menos Carol. Espero que la vida nos vuelva a cruzar pronto.

La última foto que te he sacado probablemente es la peor de todo el viaje, pero es la última, es el adiós en Astoria pañuelo en mano. Que la próxima aventura que vivas sea igual o mejor.

Me quedo triste. Dos segundos después de que el coche tome su dirección al aeropuerto me invade una sensación de soledad que hacía años que no me acompañaba. El barrio ya no me gusta, ya no es el mismo si no estamos las dos. Me alegro de haber decidido cambiar de zona. 

El espárrago de casa sigue sin dirigirme la palabra, no sé ni si se ha despedido de Carol. Trabajo un rato. Me cuesta, pero algo adelanto en mi cerebro. Cuatro horas después voy al metro a recoger a Dan y a Cristina. Es reconfortante no pasar la primera noche sola sola, es bueno tener un pedacito de Madrid aquí aunque sea por una noche.

Dejamos sus maletas en casa, cogemos unas porciones de pizza y bajamos al parque de Astoria, a cenar viendo Manhattan encendido. Unas cervezas después me siento en casa de nuevo. La visita es breve pero intensa, Dan siempre me ha hecho sonreír, me gusta tenerlo como amigo.

día 138 patinando por fin

Me apunto al último día completo de turismo de las chicas. El día arranca con ganas en FAO, la juguetería de la quinta avenida, junto al Apple Store. Por fin me animo a subir a la segunda planta y ver el piano que tocaba un jovencito Tom Hanks tras su encuentro con Zoltar. No sé si será la reminiscencia de la infancia pero pensaba encontrarme más con momentos Woody Allen que con momentos Big.

Paseamos quinta abajo en busca de las últimas compras, todas son mamis de dos, así que suman seis a los que complacer. El sol nos acompaña y aunque, como siempre al ser sábado, la calle está repleta el camino se hace agradable. Paramos junto al Rockefeller, la propuesta de última hora de Mónica no puede llegar más a tiempo, el día es perfecto y ayuda a que Carol y yo podamos tachar una cosa de nuestra mágica Moleskine: patinar sobre hielo al aire libre. Al final nos lanzamos a la pista sólo las tres, pero lo disfrutamos por treinta. Chari y Luci nos vigilan desde el banco por si acaso. Sienta bien el viento fresco con el calor del sol. Me hace ilusión recordar patinar. Después de tres vueltas sólo pienso en lo tonta que he sido por no haber ido todos los días a la pista del Bryan Park, que ya está desmontada y era gratuita. Recupero libertad, las rodillas van flojuchas pero resisten. 

Tras la euforia vamos a Times Square, Carol tiene que comprar un par de cosas que le han encargado. No sé cómo va a cerrar la maleta. De ahí hasta Chelsea a comer en el famoso Empire Diner, que ha reabierto, con su minimundo de metal que parece un autobús adosado a la acera. La comida está riquísima. Disfruto de mi sanwich de pavo como si fuera el día del juicio final.

Caminamos hasta Union Square para bajar la comida y de paso mirar converse baratas. La plaza de nuevo está sitiada por la policía. El día se nubla poco a poco. Alguna gota de agua se escapa. 

Volvemos a Times Square pero llegamos tarde para la lotería de entradas. Nos juntamos a una muchedumbre que espera famoseo cámara en mano. No reconocemos ni a la mitad. Momento adolescente jubilado cuando pasa Joey de "padres forzosos" y momento adolescente ultracontemporáneo con parte del reparto de Crepúsculo. Nos quedamos con ganas de más chicha, pero eso parece todo.

bonus track 2, por el retraso que sigo acumulando, una de metro

El metro es uno de los grandes misterios a descubrir. Es cierto que la visión tétrica y oscura que lo envolvía para regalo en las películas de los 80 no le hace justicia a su situación actual, aunque hay que reconocer que es un mundo en sí que encierra millones de paradojas.

No es el primer metro que cojo en mi vida, como buena madrileña apresurada, estoy acostumbrada a hacer uso del transporte público a diario. Creo que he probado todos los de España y muchos de Europa, desde el orden de Berlín al caos de Londres o el minimalismo de Roma, pero sin duda este se sigue llevando el premio gordo.

Lo que lo convierte en inmortal es que nunca cierra, 24 horas al día 7 días por semana, 365 días por año. Hay una legión de personas que, literalmente, viven dentro de él. Cambian de tren, de andén, con sus carros gigantescos cargados de bolsas de basura negras, con sus cuartos de baño improvisados allí donde consideran oportuno, con sus olores particulares, con su mejor o peor carácter. 

El metro cubre los cinco distritos, todos agrupados en una única zona, un único billete, un único precio te bajes en la siguiente parada o deambules durante horas. Los billetes se pueden sacar por trayecto (2,50) por semana (29) o por mes (104) Vengas el tiempo que vengas contar con una tarjeta ilimitada de transporte es el mejor tesoro que puedes tener en esta ciudad.

Las líneas se dividen en colores, que a su vez se dividen en letras o números. A veces, esta división, avisa de si es local (que para en todas las estaciones) o express (que para en las principales), a veces tiene que ver qué dirección sigue fuera de Manhattan. Pero ojo, no todo está ganado sabiendo esto. Siempre hay que estar atento al interfono, porque generalmente van variando la situación según les conviene. Los fines de semana son especialmente conflictivos a este respecto. Muchas líneas dejan de funcionar por completo. Suele ser, además, el momento que usan para reparaciones y limpiezas, así que a tramos sueltos te puedes encontrar cortes en cualquier lado. Lo dicho, ojos bien abiertos. 

Todas las líneas pasan por Manhattan, lo que quiere decir que todos los trenes, en en algún momento, circulan por debajo del río. Es el instante de la velocidad del sonido. Siempre interesa ir bien sujeto en estos tramos. Los vagones se zarandean como dentro de una montaña rusa vieja y oxidada, y los oídos se taponan. Parece que los trenes temen quedarse ahí parados, como un niño pequeño que corre deprisa por el pasillo hasta el baño con el miedo de cruzarse con el coco por el camino.

Hay vagones plateados con asientos azules, hay vagones con asientos naranjas y amarillos, los hay con bancos corridos marrones... Cada línea es un mundo habitado por su propia fauna.
Manhattan es la panacea del mestizaje, todo el mundo pasa aquí el día, pero muy pocos se pueden permitir vivir en la isla. Todo el tráfico se concentra en entrar y salir de ella. Las líneas que suben hacia el norte y el bronx están pobladas principalmente por gente de color y latinos como pasa también en la zona fronteriza entre Queens y Brooklyn. La parte alta de Queens es zona de obreros, europeos asentados en sus nuevas vidas y despistados varios. La parte baja de Brooklyn se caracteriza por familias interminables de judíos, niños con tirabuzones, gafapastas y modernos variados. 

El metro en sí es otro monumento cargado de sorpresas, por ejemplo en el anden de la 34 St hay una máquina con la que se puede hacer música pasando la mano, en Times Square un Lichtenstein en uno de los pasillos, en la 23 St una colección de sombreros que llevaban escritores, músicos, cineastas... Muchas de las líneas de Queens y Brooklyn hacen gran parte de su trayecto al aire libre, es una manera muy curiosa de ver la ciudad. 

En cualquier momento podéis encontraros con un espectáculo o con varios. Los músicos que quieren tocar aquí tienen la suerte de disfrutar de esta opción de manera legal y gratis, si no usan equipo amplificado. Sólo hay que ponerse en contacto con la red de metro para que te hagan una audición, si lo vas a hacer de manera habitual, si es algo esporádico tal vez con que encontréis un rincón donde no haya nadie haciendo lo mismo dudo que nadie os diga nada. 

La seguridad está practicamente garantizada. Mucha policía dentro, en los andenes, en los vagones. En cualquier caso a día de hoy ny es probablemente una de las ciudades más seguras de Estados Unidos, así que animaos a hacer turismo dentro del metro, merece la pena.

martes, 10 de abril de 2012

día 137 arrancan las despedidas

Mañana de clases. Mis personajes se pierden en su propio abismo, los cabritos no me dejan hacer una comedia... de nuevo me salen rana y no quieren enfrentarse a sus vidas, de nuevo mienten y se mienten. Es lo que hay. No nací para hacer sonreír, creo que cuanto antes lo supere, antes podré ser feliz. 

Como con Aline. Vamos a L'annam, que hace tiempo que no nos alimentamos con un buen plato de comida vietnamita, pero está cerrado. Desandamos el camino y entramos en un restaurante asiático más grande, aunque más ruidoso. Me como unos calamares al más puro estilo madrileño, aunque con mayonesa de wasabi.
Subimos hasta el Flatiron y nos sentamos en una mesa a intentar trabajar un poco. El tiempo va cambiando con las horas y el sol que calentaba deja paso a un viento que enfría. Francesco nos manda la dirección del punto de encuentro para la cena de esta noche. La primera despedida de Carol. Es difícil juntarnos 11 en Manhattan en viernes. Aline y yo caminamos hasta allí para ver si existe la posibilidad.
El paseo es agradable y entretenido. El sitio en cuestión, situado en medio del High Line, tiene una cola que da la vuelta a la manzana así que seguimos nuestra búsqueda. 

Carol y la family están de paseo por el puente de Brooklyn. Me cuentan que el envoltorio de compresa que mi madre dejó un mes atrás sigue allí, atado, y que además ha creado tendencia y ahora se multiplican los envoltorios, variados, de plástico.

Encontramos un dinner al uso en el que podemos entrar todos a cenar, al final 9, Patricia y Antonio no bajan a Manhattan. La despedida se empieza a hacer presente y cuesta arriba. Carol dice adiós a la sección italiana de nuestra peculiar aventura. Me da pena, no lo puedo evitar. Sé que mi adiós está cerca también.

La aventura paralela del día:

Me contestan del piso del barrio gafapastas diciendo que han cogido a otro, me contestan del piso del barrio chungo diciendo que quieren que me mude. Parece que la partida ha terminado. El problema es que los del piso con jardín empiezan a bombardearme con mensajes. Al principio me hace gracia que me quieran incluir en sus planes... al final me acabo cansando de tantas cosas que quieren hacer conmigo, casi que me da un poco de miedo.

 Me escriben del barrio gafapastas diciendo que se ha echado para atrás el chico que cogía mi habitación y que si la quiero es mía, les digo que ya he dicho sí en otro sitio. Qué dilema. De nuevo la partida se ha reabierto. Los del otro piso me siguen mandando mensajes. Esta vez me hablan de los habitantes que rondaran en la casa las próximas semanas, amigos desconocidos que vienen de visita a la ciudad y de las megafiestas que pretenden preparar con happy ending en el jardín. Un poco de mambo puede sentar bien, pero creo que acabará siendo demasiado.

Escribo al piso gafapastas diciendo que a mí me ha pasado lo mismo que a ellos, que si la habitación sigue disponible me apunto al barco. Me contestan que aceptan marinero. Ahora sí que doy por concluida la partida. Me mudo a Brooklyn. Primer loft a mi calendario.

día 136 en busca de opción b

No me contestan del piso hasta dentro de un par de días así que por lo que pueda pasar, me voy de excursión en busca de segunda opción. El barrio no me gusta demasiado, es territorio comanche, un poco más adentro de donde viví la primera semana, en la zona oscura de Brooklyn, cerca del cementerio. Hasta el metro de la linea J destila otro ambiente, más inseguro, no sé porque. 
La casa es fantástica, luz a raudales, jardín interior, la habitación es grande y barata, aunque la mierda desborda a cada paso. No puedo entrar a verla porque hay una alfombra de ropa que me da miedo que me coma la pierna si intento pisarla, así que me limito a mirar desde la puerta. No es que yo sea el orden en persona, ni mucho menos, como dice mi madre soy termita dos (o uno, depende de la temporada) pero esto me supera a mí y a todos mis compañeros. El chico que me enseña la casa probablemente es el chico más guapo que he visto en mi vida, al estilo Brad Pitt cuando anunciaba coches en su tierna juventud. Me mira mucho, creo que hasta me pongo roja por un momento. Es la primera vez que siento que puedo resultar ¿una mujer madura interesante?. Me da un beso, en la mejilla, aquí este tipo de confianzas no se las gana uno en dos segundos. En cualquier caso es agradable, aunque no sepa como encajarlo. En la casa hay también otra chica, los dos son de California, un poco adolescentes recién estrenados en la mayoría de edad americana, ya se pueden deshacer de su carné falso para entrar a los clubs. Él le dice a ella que quiere que me quede en la casa, que soy la compañera perfecta para todo. Yo me distraigo sentada en una silla al sol del jardín, ¿qué significa la compañera perfecta para todo? ¿Cómo podría acabar una noche de fiesta aquí teniendo en cuenta cómo es el primer día? La casa tiene muchos puntos positivos, pero el barrio los acaba restando casi todos. 

Quedo a la espera de que los demás muevan ficha para decidir hacia donde lanzar mi jugada: barrio guay + compañeros tranquilos de mi quinta vs barrio chungo + jardín y chico guapo que me sonríe de más aunque casi pueda ser su madre.

Paso por clase, con la cabeza en mil esferas. La terapia continúa constructiva. Me gusta haber descubierto a esta gente. Espero poder ver todos estos guiones en la pantalla. 

Vuelvo a Astoria, el sol se cuela en el metro. Sienta bien ser consciente de vivir una tercera estación en la gran Babilonia. 

Cenamos de nuevo las cinco juntas. Me cuentan su andanzas por la ciudad, la experiencia de presenciar una detención en directo en Canal St mientras intentan comprar unos bolsos de imitación a una china distraida, cada vez se sienten más parte de la ciudad, es verdad que es un sitio que te invita a sentirte en casa, porque es un lugar, que en el fondo, no le pertenece a nadie. Les cuento mi indecisión ante los pisos. Carol me recuerda que no olvide cómo cambian las cosas de un barrio a otro. Ya veremos dónde acaba estando mi cuarta casa. Cerramos la noche paseando por el parque de Astoria para que vean la ciudad iluminada de noche. Sigue siendo una postal que me impresiona.

día 135 de nuevo Brooklyn

Las rodillas van estando mejor, el arco iris sigue su evolución, aunque doblar o apoyar siguen siendo palabras mayores. 

Vuelvo a Brooklyn, Classon Av, para ver la habitación que no pude ver la otra vez. Está vez sí hay gente para enseñármela. El espacio es pequeño, casi canijo, pero el piso es lo que esperaba del mundo de Brooklyn antes de venir, un loft con ventanales grandes y techos eternos en un super edificio de 12 plantas con veinte mil casas por planta, una vieja fábrica reconstruida para la vida del artista moderno que mora en estos lares de la city. Pinta bien, podría pintar mejor, pero es todo un cambio con respecto a mi anterior vida. En la casa hay dos americanos, un chico que trabaja en una productora y una chica que es diseñadora de textiles y un tercer inquilino británico, que no me he enterado muy bien de cuándo vuelve. Muy Brooklyn todo.

Llevo el ordenador encima, así que me voy directa al Starbucks de Aston Place a currar un poco antes de clase, hoy tengo que entregar pages, pages, pages. Me como una Bento Box al estilo occidental y escribo a ratos... a ratos me distraigo con el ambiente, que se mueve como el mar, dentro del local.

Al salir de clase quedo con Carol en la 23. Aline y yo subimos un poco andando y nos topamos con una manifestación de los Occupy de Wall St, aunque ahora deberían cambiarse el nombre por los de Union Square. Si me paro a contar no sé si hay más policías y medios que gente caminando.

Cenamos las cinco en el dinner de Astoria. El camarero ya es nuestro íntimo amigo.