miércoles, 11 de enero de 2012

día 58 ¿por qué se empeñan en que las acuarelas parezcan oleos?

La vida en Nueva York puede ser muy estresante. La gente que conocemos que se ha ido nos lo confirma. Aquí como giras con la pelota te olvidas de que las horas del día no se pueden multiplicar, de que correr no es una condición obligatoria para respirar.
Vuelvo al horario excesivo, hoy con más cosas en la cabeza de las que me gustaría, pero la primera hora me brinda una clase que por fin me gusta. Un momento creativo, un instante, que me hace olvidar y reír, me vuelve a despertar. Las dos horas y media de guión me saben a poco, más aún cuando compruebo que de este ciclo es la última. Tendré que esperar hasta marzo para reencontrarme con ellas.
La clase de dirección me empuja a ser indignada de puño en alto, reclamando que en el mapa del mundo no sólo existe Estados Unidos, que el mundo es grande, gigantesco y precioso en sus diferencias. 
Para culminar el día tengo otras cinco horas de cámara, esta vez inmersión en el mundo digital. Me paso todo el tiempo preguntándome por qué no usamos cada herramienta para lo que está hecha, por qué no jugamos las cosas a favor de obra. No entiendo por qué nos enseñan cómo ajustar todos los menús para hacer que la imagen digital parezca imagen de cine. Que curiosa es la palabra parezca, divago un rato sobre ella. Cuando vuelvo a clase ya hemos terminado porque el profesor se ha perdido en los menús y decide que mejor nos lo explica el próximo día. 
En el metro de camino a casa se juntan los teléfonos androides, los bostezos, los iPad y las cabezadas. Parece, al menos, que el día es largo y espeso para todos.

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