jueves, 12 de enero de 2012

día 61 reencontrandome

Cuando la gente te decepciona la vida te intenta sonreír. Cuando caes en la desesperanza el sol no deja de brillar. Tal vez sólo quieren recordarte que si una cosa acaba no has llegado al final, que aún tienes que seguir caminando. 

Necesito salir de aquí. Voy a la lavandería que está más llena que nunca, pero en la calle hace calor, en la radio suena jazz y la luz me hace cerrar los ojos y dejar de pensar. Qué sano es a veces el vacío. 

Dejo las cosas en casa y me voy a Manhattan, a regalarme una ilusión y un sueño: ver Pina y escuchar de cerca a Wim Wenders. 
Hace unos años, bastantes, mi madre me llevó al cine a ver una película que cambió mi vida. Los fines de semana de mi infancia y preadolescencia solíamos compartir ese momento. El rincón preferido de mi recuerdo es el Alphaville, detrás de la plaza de los Cubos, en la calle Martín de los Heros. Esa sala llena de encanto ahora se llama Golem, y aunque programan más o menos lo mismo, ya no tiene la misma magia. 
Más o menos en el año 95, Antonioni y Win Wenders me abrieron la puerta, el camino que se insinuaba al otro lado se llamaba Más allá de las nubes. Un joven John Malkovich buscaba historias cruzando las calles de Europa, apuntando con su cámara de fotos, un auténtico cazador furtivo, hambriento e insaciable. Nunca me había cruzado con algo tan fascinante como eso. Nunca había sentido un amor a primera vista tan potente, por fin sabía cuál quería que fuera mi vida, y aunque no llegase a ser capaz ni de rozarla no pensaba dejar de intentarlo. 
La película es de visionado obligatorio, aunque no resulta demasiado fácil conseguirla merece la pena la búsqueda para escuchar las reflexiones de la voz en off del personaje de John .

Ver a Wim Wenders de cerca, notar cómo se rompe y se abre antes de hablar, me ha recordado que me gusta vivir y que me gusta luchar. Gracias Wim, por devolverme la ilusión sin saberlo.


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