Paso la mañana montando, de nuevo encerrada en el sótano de la tercera planta que nos convierte en gallinas incubadoras, sin saber si es de día o de noche, sin conciencia del tiempo y del espacio. En algún render me escapo, bajo las escaleras corriendo, como si tuviera de nuevo 5 años y fuera en busca de los regalos de reyes. Salgo a la calle siempre con cierto miedo de descubrir que el mundo exterior ha desaparecido, pero siempre sigue ahí, inalterable, con su ruido y sus prisas.
Carol me escribe, tenemos entradas para el teatro esta noche. Ella tiene ensayo. Yo me voy de paseo, de la 17 a la 49. El sol, que no calienta, hace entretenido el caminar. La Quinta Avenida ya me resulta casi tan familiar como la Gran Vía de Madrid.
Cuando la luz me abandona y el viento me recuerda que es invierno, decido entrar en un McDonald a pasar el rato. Estos establecimientos aquí no tienen desperdicio. Generalmente suponen el refugio del reino de los unos, que a veces se deciden a no estar solos y se agrupan por mesas sin ton ni son. La gente sin hogar o sin ganas de ir al que sí tienen le dan un aspecto de comedor social digno de admiración. Muchos duermen sobre las mesas, otros multiplican los segundos a sorbos de un horripilante café. Siempre hay algo que hacer para no hacer nada. A mí me gusta sentarme, lo más centrada posible, en este escenario del surrealismo. Me regala momentos curiosos, personajes que invento que conozco, me siento menos hormiga perdida y más ciudadana de un mundo a la deriva. Creo que aquí dentro nadie tenemos norte y eso, en cierta manera, nos une.
Carol me llama, me recuerda que no estoy tan sola como creo y me voy a recogerla, que está ya junto al teatro.
En la puerta nos encontramos también con Jo y dos de sus profesores. Es increíble cómo cambian las cosas de un programa a otro en la misma escuela, a nosotros casi nos cobran hasta el papel del baño y a ellos les regalan entradas para ir a ver espectáculos. Las de hoy las agradecemos por partida doble, porque le han dado para ella y para mí y entrar a la obra supone unos 85 dólares por cabeza.
La disfrutamos.
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