martes, 19 de junio de 2012

día 198 descubriendo Israel en Brooklyn

Llueve. El día está gris y tonto, como mi cabeza. Quiero pensar que la ciudad está triste porque me marcho. Me cuesta arrancar. Tendría que empezar a organizar cosas pero me he declarado en huelga. 

Para de llover y el sol se asoma a saludar. Aprovecho para salir a la calle. Tengo ganas de andar. Decido hacer el explorador por el barrio. Camuflada me voy de safari. Miro hacia arriba, ya se me había olvidado qué se sentía levantando la cabeza. Descubro muchos palomares agazapados en azoteas. Me acuerdo de la mafia italiana. Sueño con haber conocido el Nueva York de los setenta, infiltrarme en una banda y apostar fajos de billetes en carreras de caballos dentro de minúsculos locales clandestinos vestida de negro impoluto.

Un par de manzanas y he cambiado de país. Estoy en Israel. Creo que soy la única mujer blanca que se pasea en este instante por estas calles sin llevar peluca. Se multiplican los tirabuzones, los minigorros que aun no entiendo cómo se sujetan, las camisetas de rayas, los pantalones largos, las faldas por debajo de la rodilla, las levitas, los medios tacones, los carteles en hebreo, los niños distraídos que juegan al aire libre ajenos a la vida que les espera. Todos caminan. Solos, acompañados, en parejas, en familia. Muchos hablan a la vez por el móvil. Algún restaurante. Pocas tiendas. Almacenes. Camiones que descargan. Gente en los balcones.  

Un rato más y estoy atravesando Jamaica. Explosión de colores fluorescentes. Culos apretados en mallas. Hombres sentados en sillas en la acera observando el circo pasar. Alguien canta. 
Se empiezan a mezclar con latinos. Mesas de dominó. Transistores sintonizados en emisoras deportivas. Barberías animadas. Perros con cara de enfado.

Me bebo un zumo de naranja. Cambio de dirección y llego a Fort Green. Camino por el parque. El viento sopla fresco y me alborota los rizos. Unos niños juegan a la pelota. Una chica corre con los cascos puestos. Me siento despierta. 

En el camino de vuelta a casa me alegro de vivir mis últimos días en Brooklyn. Sé que la próxima vez que vuelva a empezar otra aventura en está ciudad será aquí. Mi sonrisa se dibuja más grande. Como decía nuestro Elvis: Me voy, pero te juro que mañana volveré.

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