martes, 5 de junio de 2012

día 189 de Nashville a Memphis

Aline se ha despertado un poco constipada. Hacemos una excursión a la farmacia y cuando estamos en el centro de la ciudad se da cuenta de que se ha dejado las sandalias. No sabe por qué, pero cuando volvemos al parking, frente a la farmacia, ahí están, sin que haya pasado por ellas el tiempo, esperando a recuperar sus pies. Todos calzados vemos la ciudad sin el reflejo del neón, aunque con las tiendas abiertas el punto kitsch sigue a la orden del día. 

Arrancamos dentro del mundo de las botas. Millones de cueros de todos los colores con dibujos y combinaciones a cada cual más imposible. En mi cabeza parecían cómodas, en mi mano son más rígidas que piedras. Me pregunto por qué someterán a semejante tortura sus miembros inferiores bajo el calor del verano.
Entramos a Hatch Show Print, la imprenta más antigua en activo de este país. Máquinas manuales, nada de tecnología punta de Offset alemana, aunque el personal parece hasta molesto de que curioseemos, son ellos los que te hacen un favor vendiéndote algo y no tu gastando. Pese a eso compramos unas postales de recuerdo serigrafiadas a dos tintas. 

La ciudad es más tranquila de día, aunque la música la sigue acompañando. Los estudios B de la RCA, una tienda de discos, una de souvenirs imposibles con guitarras acústicas de plástico para matar mosquitos, gente ruda y seca, muñecos de Elvis a tamaño natural que no se parecen a él ni en el tupe. El mundo red neck y la américa profunda son reales y no producto de la imaginación del cine.

Cuatro horas de carretera y ya estamos en Memphis. La humedad aumenta mientras bajamos en el mapa. La población deja de ser íntegramente blanca. Otra calle principal de neón, esta vez más pensada de cara al turismo que al mundo local. La gente empieza a beber en las calles. Nos cruzamos con los primeros muñecos de vudú. Al principio la sensación es extraña e insegura. Pasada una cerveza la vida se relaja.

El Mississippi es más azul y tranquilo. Algún pájaro lo observa, alguna pareja camina a su orilla, hay quien se da la mano.
Recorremos el tramo visible hasta toparnos con una red verde que nos recuerda que estamos en medio de una ciudad por mucho que haya bichos piando.
Sin proponérnoslo acabamos en Gus, el famoso paraíso del pollo frito. Nos pegamos un atracón del crujiente y aceitoso manjar de este lado del río, acompañado de tomates verdes fritos y acabamos comprando hasta camisetas.

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