domingo, 17 de junio de 2012

día 196 de consulados varios

Llueve y cuando aquí llueve sueñas con tener tu propia canoa para moverte. Los paraguas no son prácticos por el viento y los chubasqueros tampoco por el constante cambio de dirección de las gotas.

Cuando el tema se relaja corro hasta el metro para descubrir, como siempre, que dentro también llueve. Voy cargada de esperanzas, no sé porque. Albergo la absurda idea de que hablar un mismo idioma y compartir una falsa nacionalidad me puede ayudar.

El Consulado se encuentra en el piso treinta del número 150 de la 58 este. Al salir del ascensor te encuentras con un guardia de seguridad que tiene la misma voz que Javier Bardem. Si fuera ciega le habría pedido un autógrafo. Superado el detector de metales estoy dentro. Antes de que me den número, como en la carnicería, me toca explicar dos veces por qué estoy ahí. 

Mientras espero a que me llamen miro por las ventanas. Es una pena que no se puedan sacar fotos, lo mejor de este minúsculo sitio son sus vistas. Desde la planta treinta a estas alturas de Manhattan puedes ver muchas cosas. 

Cuando por fin me llaman a la ventanilla me recuerdan que no estoy aquí en calidad de voyeur. No son demasiado amables, por decir algo simpático con respecto al trato que me dan. Contestan poco y mal a tus dudas. 

Salgo por la puerta despistada. No me pueden hacer pasaporte nuevo porque tardan unos dos meses en tenerlo. Para que me den el salvoconducto tengo que tener un billete de avión impreso. He resuelto poco, por no decir nada. Pagaré cambiar la fecha del vuelo confiando en que me darán los papeles. Creo que mantendré los dedos cruzados porque no me siento capaz de fiarme demasiado de esta gente.

Ayer por la noche le mandé un mensaje a Mike contándole mi nueva situación y mi idea de adelantar el viaje. No le doy un mes de adelanto, sino diez días, así que le pregunté si me podía devolver parte de la fianza. Después de que me robaran y no poder tener acceso al dinero que tengo en mi cuenta española la cosa se me ha complicado un poco.

Al volver a casa encuentro dentro de mi habitación una caja de cartón con un nota pegada de Mike. Dentro unas galletas caseras y un sobre, con el dinero del alquiler de junio. Cómo me gusta que la gente y el mundo me sorprenda. No puedo evitar llorar. La tensión pesa y que alguien demuestre que la gente merece la pena, me hace recordar que, hasta hace unos meses, siempre confié en la raza humana.

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