domingo, 29 de julio de 2012

día 208 en tierra española

Son las siete y media de la mañana en España, aunque para mi sigue siendo la una y media neoyorquina y me queda una noche por recuperar que se ha perdido en el reloj. 

Barajas. Las cosas son tan conocidas que ni si quiera provocan la curiosidad de mirar. Recojo mis maletas. Está todo. Esta vez no me han roto nada, aunque mi sonrisa no es tan grande. Me siento un caracol, empujando un carrito en el que se acumulan meses de vida, recuerdos, sueños y esperanzas por tocar la pared, contar veinte y volver a comenzar otra nueva aventura. 

Al otro lado de la puerta me espera la familia casi al pleno, tienen carteles y aplauden. Me debo de poner roja, cual pimiento morrón, me bloqueo y hasta me paro. Un chico, que arrastra su equipaje como si sacara a un perro díscolo de paseo, me informa que cree que eso es por mi, así que si me consideran especial más me vale seguir caminando. Agradezco su empujón y continúo. Besos y abrazos varios y variados. Reencontrarse con la familia siempre sienta bien.

Madrid se me antoja pequeña, aburrida y provinciana tras la ventanilla del coche camino al barrio. 
Desayunamos juntos, me ponen al día entre risas. Veo que las cosas no han cambiado mucho en mi ausencia y sin embargo todo es diferente.

Siete meses fuera, que me han sabido a siete años, y toda la vida que conocía, que creía mía, ya no existe. Ya no tengo casa a la que ir, ni pareja que me bese a pie de aeropuerto. Pensé que sería más difícil. He de reconocer que cuando entro a mi habitación de adolescente en casa de mi madre y la descubro llena de cajas de mudanza el cuerpo se me aprieta un poco, aunque el alma respira contenta, soy libre, como hacía años que no lo era, mi vida es mía y sólo mía, sin negociaciones, sin aguantar chantajes emocionales, respirando a mi ritmo, mirando donde quiera y lo mejor es que aun me quedan millones de cosas por descubrir de este mundo que ahora puede ser mucho más grande que nunca.

Si... he vuelto!

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