viernes, 20 de julio de 2012

día 207 adiós sueño americano

Me despierto pensando que tenía que haber hecho esto antes, es la manera perfecta de sacar a un lagarto de tu cabeza. Creo que ahora si puedo empezar a escribir ese manual de instrucciones a repartir el día uno de vida en pareja, bajo el título: "Abrir en el momento this is the end". De regalo con el fascículo el temazo de los Doors para crear ambiente mientras lo lees.

Paseo por Central Park antes de irme de Manhattan. El sol brilla, el reloj no deja de pasar minutos, la ciudad no para y yo me marcho. Otro this is the end en mi vida, aunque este sé y quiero que sea pasajero. Lo dejaremos en un see you city, see you soon.

Metro, salgo en Classon Ave consciente de mi último viaje. Último, la palabra más recurrente para los finales.

Entro en casa. Mike ha venido a decirme adiós. Trina también. Abrazos y despedidas mientras me termino de pegar con las maletas. Aline llega a casa a ayudarme. Fred da vueltas nerviosa. Bajamos a la calle, paseo al banco a anular la cuenta americana, adiós Chasebank. Compramos comida en el coreano y comemos, yo empiezo a estar nerviosa. Decir adiós a Aline es más difícil que decírselo a la ciudad.

El taxi llega puntual. Mi despliegue de maletas entra bien. Abrazo en el portal, acompañado de un hasta pronto. El coche arranca y veo a Aline caminar, voy a echar de menos compartir nuestro a diario.

La sensación que tengo mientras veo las calles de Brooklyn perderse camino al aeropuerto es extraña, un coctel mezclado sin agitar, un millón de recuerdos que se agolpan levantando la mano para contestar. Este capítulo de mi aventura se cierra.

El aeropuerto me espera, está vez si soy yo la que me marcho. Tiste y amontonada casi me olvido de que aun me queda una curiosa aventura por vivir: salir de este país indocumentada. Primera cola, sabiendo que llevo exceso de equipaje, pero con cara de disimule. Mostrador de Iberia. Azafata sonriente, pasaporte por favor. Abro mi carpeta y despliego papeles: el billete de avión, la denuncia de la policía de Memphis, el salvoconducto del consulado de Nueva York y mi mejor sonrisa de nunca he roto un plato. Mientras, la maleta encima de la báscula avisa de sus 15 kilos de más. La azafata no sabe donde meterse. Se va a buscar a un encargado, que a su vez busca a un superior. Una hora y media, cuatro pares de fotocopias, cinco personas preguntándome cosas. Yo de reojo miro la maleta, están todos tan ocupados en decidir si me dejan salir o no de Estados Unidos que nadie se molesta en cobrarme el sobrepeso. Algo positivo tenía que tener esto. Prueba superada. 

Segunda cola. Esta vez es la policía la que me pide la documentación. Se arremolinan de nuevo cuatro encargados, todos armados hasta los dientes. No tienen muy claro que hacer conmigo. Aparece un teniente cargado de estrellitas al pecho. No sé porque pensaba que debía ser más habitual que alguien que entró con visado de estudiante salga gitaneando con salvo conducto. Se ve que no. 
Me sacan aparte. La cola de pasajeros me mira de reojo, creo que todos cruzan los dedos para que yo no me siente en su vuelo. Bateria de preguntas, con sus consistentes respuestas. Las estrillas brillan y no puedo dejar de mirarlas. Me meten en el super radiografiador, un aparato que ve más que los ojos de Superman. Con los brazos en alto y las piernas separadas, como una auténtica delincuente, me siento en pelotas pese a ir vestida. Genial, para colmo llevo tornillos en la cara. Explicar que ese titanio me ayuda a sujetar la mandíbula les suena aun más raro. Me toca volver a posar. Cacheo, registro del equipaje de mano, charla con media policía y por fin, sin aún creérmelo, ya estoy del todo dentro del aeropuerto. Va a ser verdad, me vuelvo a España. 

Me queda un rato, paseo despistada entre las tiendas del duty free, chocolatinas, juguetes, gorras y revistas. Se me escapa alguna lágrima mientras mando los últimos mensajes. Me bebo un café. Respiro hondo y me mentalizo. 

Hasta pronto Nueva York, ha sido todo un regalo descubrirte.

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