lunes, 2 de julio de 2012

día 205 una noche en el Apollo recordando la Motown

El día se despierta rebelde, calor concentrado bajo un cielo gris opaco. Condensación mental. Prohibido el estres.

Me bajo a la 42 a pasear. Las mesas de Times Square están todas ocupadas. No es que la ciudad no duerma, es que nunca descansa. Respiro su polución para guardar en mis pulmones el olor de esta vida.

De Manhattan a Brooklyn de Brooklyn a Harlem y tiro porque me toca. 

Nos encontramos en la puerta del  Apollo. Allí ya están esperando Aline, Francesco y Dario. Nos sentamos abajo. El tronco de madera que le ha dado suerte a millones de cantantes está ahí, en el lateral izquierdo del escenario, intocable para el público, pero real, como siempre lo imagine. 
Al rato vienen a decirnos que nos hemos equivocado y nuestros asientos son de una planta más arriba. Subimos al encuentro de un escarpado decorado de asientos superpuestos en los que no te atreves a moverte mucho. Pienso si se habrá caído mucha gente llevada por la ceguera del baile. Parece una cuesta de San Francisco. 

Las actuaciones no son lo que eran, hemos pasado al dos mil y esto ahora lo patrocina Coca Cola. Parece más un concurso de talentos de la televisión, pero el espíritu del lugar se hace latente con la música que intercalan en los descansos. Viva Motown Records, aunque me haya perdido ir a Detroit. Lo mejor: poder ir y venir a la barra, beber cervezas dentro de un teatro, reírme con amigos y aplaudir a un sumo gigante, con su tanga negro, haciendo una coreografía con uno de los hits del pequeño Michael y sus cuatro hermanos.

No he visto a James Brown, ni a los Temptation, ni a Diana Ross, ni a los Jackson5, pero sé que me he sentado en ese apretado gallinero que he visto mil veces en diferido. Si cierro los ojos ahora puedo teletransportarme.

Nos vamos a cenar a American Legion. Una gran noche broche para despedir Harlem.

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