domingo, 1 de julio de 2012

día 204 una sorpresa que me deja muda

Temprano a Times Square, fotomatón al canto y caminito al consulado. En la calle hace calor. La gente empieza a abrir las bocas de incendios. Sí, no es un mito de las películas. Añado a la colección de realidades el ver a la gente peleándose por remojarse en medio de la calle, con un agua a presión que emana del fondo de la isla para alegrar a todos los públicos.

De nuevo en territorio español, viendo Manhattan desde las alturas, hablando con la voz de Javier Bardem y haciendo cola para que me den el papel que todos los personajes de Casablanca ansían. Siguen sin ser amables, aunque esta vez, que traigo todo lo que piden, son un poco más correctos. 
Un rato de espera y vuelvo al mostrador. Me entregan mi salvoconducto, un papel triste con una foto escaneada y un texto encabezado por: "Ella acredita ser y llamarse Raquel". ¿Cómo que acredita? ¡Ella es y se llama!
Me explican que sólo me sirve para ese vuelo en ese día, así que si hay un retraso tengo que empezar los trámites de nuevo. Por un momento me alegra volver a pensar que me puedo quedar como un polizón en esta ciudad de la que no me quiero marchar.

De Manhattan a Brooklyn, toco la pared, por mí y por todos mis compañeros, y a Harlem. Un buen rato entretenido de metro y transbordos. 

Me encuentro con Aline en la salida de la 125 para ir a la superpescadería autoservicio en palangana. Cenaremos en su casa. Indecisas, repasamos todos los peces que nos miran con ojos vidriosos entre el hielo. Al final calamares, langostinos y un pez que no tengo muy claro cómo traducir al castellano.

Me dice que en el parque de Riverside han descubierto un rincón muy bonito que merece la pena que vea antes de marcharme. Yo sigo sus pasos, inocente y curiosa. El Hudson me gusta y esta es la oportunidad perfecta para despedirme de este caudaloso río. Bajamos tranquilas, charlando, hago alguna foto. 

Cuando llegamos al supuesto punto a descubrir, lo que me encuentro es que la sección italosuiza ha montado una barbacoa sorpresa para despedirme. Me deja tan en shock que por primera vez en mi vida me quedo sin palabras. Por un instante me da miedo hasta ponerme a llorar. No me quiero marchar. No tengo ganas de volver a vivir en el tedio de Madrid. Pero sólo me queda disfrutar de todo lo que me llevo conmigo, de haber sonreido tanto entre montañas de ladrillo, que a veces parece que te pueden deborar. 

Disfruto, aunque sabiendo que esto forma parte del final de una etapa. Vuelvo a casa en el metro con un montón de regalos, millones de abrazos y una sonrisa gigante que traspasa mi cara pensando, que con sus altibajos, me encanta vivir la vida que me he construido. Gracias chicos por haber entrado en ella.



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